Las primeras películas de Woody Allen nos sirven para vislumbrar las pinceladas de un autor que construye la personalidad de un hombre perdedor y luego héroe impensado, que persigue infructuosamente a una mujer que trata a toda costa de esquivarlo. Con un marcado acento bizarro, víctima de sus desvaríos amorosos y preso de una situación de lo más incrédula, esta vertiente puede observarse en la singular Bananas (1971). Entre gags políticos y la eterna dualidad humana que Allen desentraña, la historia se debate entre la comedia y el drama. Igual que en la vida, así percibe este autor la existencia humana.
Más allá de lo liviana que puede resultar esta sátira política -en un claro paralelo al espíritu liberal, anárquico y revolucionario del movimiento de los años ’60-, las mencionadas líneas narrativas, la puesta en escena, la inconfundible banda sonora y la forma en que el autor se dirige a sí mismo, llevan hasta el extremo de lo absurdo los acontecimientos contados. El célebre cineasta reafirma lo mostrado con Take the Money and Run (Robó, Huyó y lo Pescaron, 1969) y Sleeper, (El Dormilón, 1973), pequeñas joyitas de su fresca e incipiente obra.
En lo que sería el comienzo de una interminable cadena de éxitos, Woody alternaría sus incursiones en la comedia con sus pesimistas visiones dramáticas, continuando la senda triunfal luego de su auspicioso debut como director-productor-guionista.
Alejándose del humor disparatado, que de manera tan absurda como genial propusiera en incursiones tempranas de su trayectoria, con Annie Hall (Dos extraños amantes, 1977) comienza una nueva etapa de su carrera -una época seminal para la comedia americana- que le otorgó el Oscar a la Mejor Película. En este caso, abordará mediante sus conocidos mecanismos y con sutilidad las debilidades, inseguridades, neurosis e inestabilidades de los sexos, teniendo como centro del relato a una relación de pareja y su evolución a lo largo de los años con sus distanciamientos, enamoramientos, incompatibilidades y divergencias.
Este es un film que hace honor a la siempre mentada idea de la batalla de los sexos, que tiene cinematográficamente en Annie Hall un capítulo aparte, sin dudas excepcional. La mirada realista que propone Allen para retratar esta relación de pareja encuentra su punto ideal para enmarcar una historia de amor que entró en la historia del cine. El sarcasmo y la inteligencia del autor para delinear cada uno de sus diálogos, sumado a una técnica cinematográfica innovadora en el uso de tiempos y recursos expresivos, hacen de este film un auténtico hito en la filmografía del siempre inquieto neoyorquino.
Los juegos dialécticos que plantea Allen son la marca registrada que lo caracterizaría de allí en más. Tan disfrutables por su gracia como por su originalidad, se potencian en su protagonista: ese hombre pequeño, inseguro, dubitativo, consumido por su neurosis, con una alta dosis de pesimismo y una visión de la vida totalmente negativa. Los personajes se insertan en una trama donde en cada rincón de la cinematográfica Nueva York se encuentra un lugar para contar una pequeña gran historia.
Luego de sorprender a la crítica especializada con Annie Hall y de profundizar aún más en temáticas dramáticas en Interiors (Interiores, 1978), esta rapsodia neoyorquina lo colocará una vez más a las puertas del Oscar. Se trata de Manhattan (1979), que representa la cúspide cinematográfica para Allen, la quintaesencia de su arte y el punto cualitativo más alto de toda su carera. También de reconocimiento de público y crítica, al concebir un auténtico clásico contemporáneo. El autor plantea un mundo autodestructivo, aborda el miedo a la muerte y analiza las relaciones de pareja con su siempre irónica percepción, poniendo delante del espectador la dualidad de drama/comedia que tanto caracteriza a sus obras.
Una impecable fotografía en blanco y negro retrata mejor que nadie, y como nunca, la belleza expresiva de una ciudad única que en su escala de grises refleja el calidoscopio que la condición humana representa para Allen. Pura poesía en imágenes, la urbe cobra vida y sus intérpretes protagonismo. La infaltable y clásica música de jazz reviste al film con otro de los sellos característicos del director, aquellos mágicos acordes. Desde la amplitud que reflejan sus planos secuencia, el espectador captará la profundidad adonde Allen nos transporta con sus dudas, desengaños, reflexiones e ironías que abundan en su particular y personal estilo visual y narrativo.
En base a diálogos recurrentes repletos de citas intelectuales y referencias más que originales para retratar los amores y desamores de estos tribulados personajes, Allen sabe expresar sus decepciones y arrepentimientos, pero sin sentimentalismo ni moralinas. Su visión de la búsqueda del amor verdadero y de la realización personal es tan conmovedora como ocurrente. En A Midsummer Night’s Sex Comedy (Comedia Sexual de una Noche de Verano, 1982), el autor nos sorprende con un film hilarante: punzante, picante, irreverente e infalible; su matiz contrasta con el tono sombrío y psicoanalítico que más adelante adquiriría su filmografía.
En The Purple Rose of Cairo (La Rosa Púrpura del Cairo, 1985), clásico film de los años ’80, el inigualable cineasta nos sumerge en una de las obsesiones y pasiones más personales: el cine y su amor por este arte. Aquí, a manera de comedia con toques de nostalgia y melancolía, construye un meta relato (el cine dentro del cine) donde no vemos a los clásicos personajes con sus problemas sociales y monólogos neuróticos que caracterizan a la Nueva York alleniana en su entorno urbano. Esta vez, los protagonistas son personajes completamente bizarros y sus líneas de diálogo van a tono con los mismos, en medio del contexto del amor por el cine reflejado en el poder casi mágico de la pantalla.
El film muestra el mundo de fantasía al que transporta a su espectador; ese arte expresivo que condensa movimientos y vida dentro de sí. Haciendo hincapié en el cinismo presente en alguno de sus personajes, concluye en forma de sátira, potenciando este análisis de pensamiento sobre los límites de la ilusión. En La Rosa Púrpura del Cairo se desliza la posibilidad de que la ficción pueda más que la realidad para salvarnos de aquella, cuando esta última se torna cuesta arriba. Insiste Allen en el poder mágico y revitalizador del cine y, entre frases memorables y citas convertidas ya en clásicos, nos transporta a un mundo imaginario del que no quisiéramos salir nunca, un mundo agridulce y nostálgico, quizás con un aire a su posterior Alice (1990).
La siguiente, Hannah and Her Sisters (Hannah y sus Hermanas, 1986), es un mosaico de Manhattan donde se muestran amores, infidelidades y relaciones de pareja. Allen, un auténtico especialista en analizar las relaciones humanas de edad media, concibe una comedia cálida y perceptiva, a la vez inteligente y profunda, abordando una vez más las clásicas temáticas que son su obsesión. La historia encuentra su mayor punto de atracción en el costado humano de sus personajes: sus deseos, necesidades y dudas; que lo hacen fácilmente identificables con el público. Además, aquí hay climas más cercanos al cine de Jean Renoir e Ingmar Bergman, donde el cineasta parece encontrar inspiración para rendir cierto tributo. Allen no deja de ver el mundo exterior y sus implicancias en el pequeño y férreo núcleo social que analiza. Más allá de esta percepción general hay, como siempre en su vasta obra, la particularidad de plantear a su manera -y en este caso con alguna reminiscencia de Anton Chejov– los dilemas emocionales de sus personajes. Existe un marcado acento en mostrar la conciencia de dolor y culpa y -como contrapunto- las líneas humorísticas que indefectiblemente suavizan el relato.
De manera similar a como lo hiciera en Another Woman (La Otra Mujer, 1988) o luego en Husbands and Wives (Maridos y Mujeres, 1992), donde confrontó a diferentes matrimonios amigos entre sí y sus cuestionamientos en lo referido a la relación de pareja, Hannah y sus Hermanas vuelve a explorar ese costado que inquieta a Allen. Complejizando una narración entrelazada con su habitual maestría y oficio, el diminuto y a la vez enorme neoyorquino saca partido de un puñado de personajes inolvidables. Son aquellas gemas que caracterizan a su interminable galería de historias.
Woody Allen inauguró el nuevo siglo con un dúo de films menores, pero muy disfrutables. En primer lugar, The Curse of the Jade Scorpion (La Maldición del Escorpión de Jade, 2001) es una fina, satírica, irónica y jugosa humorada de este magnífico realizador que escribe, dirige y produce, como es habitual. Este film rememora al Allen de las mejores épocas, en una vuelta a las fuentes gracias a una deliciosa y delirante historia. El fino y sarcástico humor del genio de la comedia garantiza risas de principio a fin en Hollywood Ending (La Mirada de los Otros, 2002).
Derrochando creatividad y comicidad, aquí tenemos un relato con matices surrealistas. Hay que remontarse mucho en el tiempo para encontrar una historia de Allen con un rasgo humorístico más explícito que sugerente, aunque no por eso menos inteligente del estilo que Allen mostró en Deconstructing Harry (Los Secretos de Harry, 1996). La ceguera, figurada y literal, es el eje cognitivo de la trama. Una parábola que Allen utiliza como código cinematográfico para plantear la duda existencial de su álter-ego en pantalla. ¿El amor es ciego o no hay peor ciego que el que no quiere ver?
Incluso acude a un guiño cinéfilo inconfundible: el «Hollywood Ending» del título original alude a un término acuñado para definir el relato clásico americano, ese del que el propio Allen huye en eterna fuga, rumbo a próximos destinos cinematográficos. En definitiva, la subjetividad de la mirada -la propia o la de los otros es aquella que Allen provoca y estimula, en búsqueda de las libertades creativas que el sistema de estudios americano cercena.
Mientras tanto, Anything Else (La Vida y Todo lo Demás, 2003) resultó un celebrado acercamiento que hace Woody Allen a la introspectiva del ser humano, a sus miedos, sus constantes cambios y sus abismos. El autor, como de costumbre, intenta reflejar los conflictos internos tan característicos de sus personajes, aspecto que denota las eternas búsquedas tragicómicas que acaban por dar sentido a la vida.
En Melinda and Melinda (Melinda y Melinda, 2004) son clásicas las postales autorales: los títulos blancos sobre el fondo negro, la música de jazz incomparable y la ambientación en la ciudad de Nueva York que refleja una vez más la quintaesencia de la Gran Manzana. El director nos regocija con sus bares, sus luces de neón, sus carteles, sus pequeños restaurantes, sus plazas y sus veredas. Apoyado en una fotografía que rescata el tono cromático de esta metrópolis, el corazón de Manhattan se convierte en la mixtura ideal que dos décadas atrás conquistara admiradores con Annie Hall o Manhattan.
Al film no faltan esos típicos diálogos entre patéticos, sarcásticos y desopilantes, que van llevando la trama y sostienen sus personajes. La farsa humana es la marca registrada de los protagonistas de la historia, en sus exacerbadas medidas trágicos y sombríos. O cómicas y ridículas, según cómo se las mire. Esta vez la eterna dualidad humana no resulta antagónica, sino complementaria; vital y espontánea en su exposición. Aunque pasen los años, Allen no ha perdido la frescura. El autor sigue vigente deslumbrándonos con sus pensamientos lúcidos y filosos sobre la condición humana.
En la madurez de su carrera, Woody Allen aborda una próxima etapa creativa dejando de lado Manhattan para filmar en Londres, así como una década atrás eligiera París y Venecia para filmar Everyone Says I Love You (Todos Dicen Te Quiero, 1996). En Match Point (2005), retoma el trazo de los films más oscuros de su obra: una historia que habla de las infidelidades, de las dualidades del amor, de las miserias humanas, de las culpas de la conciencia, de la suerte que juega el destino en el curso de la vida y del límite casi imperceptible que separa lo exitoso de lo trágico.
Todos estos elementos narrativos se enlazan perfectamente para conjugarse y plasmar la ambición desmedida de un joven por crecer en medio de la sociedad aristocrática británica, que en su afán por abarcarlo todo acaba quedándose sin nada. Como en una de las numerosas citas del film al «Crimen y Castigo» de Fiódor Dostoievski, el debate moral está abierto desde el momento en que el personaje central masculino compromete su conducta y su ética cada vez que se adentra aún más en sus pasiones hasta perder el control por completo de su vida.
El autor sabe, por su parte, cómo dotar a su film de un tono oscuro, sombrío y lúgubre; de ritmos pausados e intimistas, cercano a Crimes and Misdemeanors (Delitos y Faltas, 1989), su inmediata antecesora. Match Point resultará un film atípico en la filmografía del gran Woody, así y todo, se ve su mano reconocible para, mediante su habitual lenguaje cinematográfico, encadenar eventos que impacten con diálogos punzantes y dibujar personajes que ocultan y que, luego, se dejan ver.
Las sonatas operísticas reemplazan al clásico sonido del jazz alleniano y sirven para retratar los momentos de más tensión y que visten mejor que nada el espíritu trágico del film sin el más mínimo atisbo de comedia, pero con la marca sin fecha de vencimiento de un auténtico genio del cine. Un film construido con la paciencia y la dedicación de un maestro que sabe reinventarse, con medio siglo de vida artística en sus espaldas. Incluso en estos tiempos, que no invitan a pensar sino a copiar y donde el singular cine de Allen siempre es bienvenido.
Si bien Match Point fue tomado como un resurgir de su carrera en términos de calidad, Scoop (2006) debe considerarse como una apuesta más lúdica y descontracturada del célebre realizador. Si luego de su tibia pero correcta La Vida y Todo lo Demás, Melinda y Melinda fue el trampolín para la impecable Match Point, Scoop bien podría tomarse como un retroceso. Lo cierto es que un director de la talla de Allen está más allá de este tipo de disquisiciones. Si Match Point se repetía en relación a Delitos y Faltas, Scoop lo hace con Manhattan Murder Mystery (Misterioso Asesinato en Manhattan, 1993), aunque con la mitad de la brillantez de aquella.
A pesar de esto, Allen construye un policial saliéndose de los cánones del género, con crímenes y sospechas de por medio pero sin rasgos de violencia. A ello le agrega su cuota de comedia, con esas reflexiones deliciosas que suele realizar acerca de la vida, las relaciones humanas y la moral. Aunque aquí estas se manifiestan a cuentagotas.
Ambientada también en Londres -al igual que su predecesora-, en un escenario de clase alta en el que sus dos protagonistas principales son ajenos a tal, ese mundillo aristocrático está retratado sin esquematismos, sabido es que no es ni la ingenuidad ni lo pueril un pecado habitual de Allen. Esta comedia de enredos se inserta así en una trama policial a la que no le sobra astucia, pero que tampoco se llena de situaciones previsibles, en búsqueda de un perfecto equilibrio.
En cuanto a la pareja protagónica, su repentina conversión en una dupla torpe y despareja convierte al film casi sin quererlo en una exitosa buddy movie, con dos protagonistas que -por diferentes motivos- se atraen y se necesitan el uno al otro, presos de las situaciones inherentes al desarrollo de la trama. Casi por obligación, y porque el continuo de la historia lo requiere, podemos afirmar que no hay tiempo para preámbulos verosímiles de dicho encuentro. Un film correcto e inconfundiblemente alleniano, con el talento asegurado de siempre. Estos valores le alcanzan para encontrar dentro del mismo las cuotas de ingenio en cada trazo que delinea.
Tiempo después, Woody Allen continuará con su travesía europea y ya lejos de su natal Gran Manzana. Para esta ocasión elige nuevamente El Viejo Mundo al concebir Cassandra’s Dream (El Sueño de Cassandra, 2007). Con esta película el veterano realizador ofrece un intenso drama sobre dilemas morales y de realización sobria. Se encumbra en uno de los trabajos más oscuros y sombríos en su filmografía; y en medio de esta densidad y desesperanza, el film encuentra puntos en común con el rastro moral de su obra.
Como lo hiciera en Match Point, cumple aquí con lograda eficacia al insertar un fondo dramático espeso, en una historia de suspenso fuera de lo común. Reinventando su inagotable pasión por desnudar la frágil y problemática esencia humana, la naturaleza psicoanalítica del cine de Allen se mantendría en perfecta condición durante la década siguiente, recurriendo a facetas conocidas de su transitado universo temático, a lo largo de una serie de films notables: You Will Meet a Tall Dark Stranger (Conocerás al Hombre de tus Sueños, 2010), Blue Jasmine (2013), Irrational Man (Hombre Irracional, 2015) y Wonder Wheel (La Rueda de la Maravilla, 2017).
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