El prestigioso chef Carmy “Bear” Berzatto (Jeremy Allen White) deja atrás las cocinas de excelencia para meterse en la turbulenta e inestable Beef de su Chicago natal, ya que debe hacerse responsable del restaurante tras el suicidio de su hermano mayor Michael (Jon Bernthal). El staff cocinero no está compuesto por los más destacados del mundo culinario, sumado a graves comportamientos inmorales y un edificio que parece venirse abajo.
Las complejas implicancias del arte culinario no son ninguna novedad y se han visto en reiteradas oportunidades en pantallas chicas y grandes. Sin embargo, en The Bear encontramos un tratamiento crudo y que sabe alternar en lo que respecta a las propias responsabilidades en dicho universo como en los aspectos más personales, para encontrarnos a lo largo de los ocho episodios que no necesariamente van por caminos separados.
Creada por Christopher Storer –quien dirigió cinco capítulos y fue guionista en cuatro oportunidades-, la narrativa no sólo se posiciona en las tareas a cargo del protagonista, quien además del armado de la comida propiamente dicha también se somete en labores presupuestales y hasta edilicias, sino que conocemos todo los participantes del gastado restaurante, desde los fatigados Ebraheim (Edwin Lee Gibson) o Tina (Liza Colón-Zayas) hasta los expectantes Marcus (Lionel Boyce) y Sydney (Ayo Edebiri), pasando por el problemático Richie (Ebon Moss-Bachrach); pero dichos personajes no son puros obstáculos en la vida de Carmy, sino que cada uno –algunos con más independencia que otros- cuentan con sus problemáticas y propios desafíos.
Todo esto enmarcado en dos personajes no vivos que son las causas de la trama: los platos y Chicago. Tanto los realizadores Joanna Calo como el propio Storer junto a los guionistas Sofya Levitsky-Weitz, Karen Joseph Adcock, Catherine Schetina y Rene Gube le dan un espacio clave a la cocina como a la ciudad, desde una fotografía específica a flashes dinámicos para adentrarnos en la cabeza de los personajes. Al igual que trabajos como Ben Affleck y la lógica bostoniana o David Simon y sus reflejos de Baltimore, en este caso la impronta de la ciudad de los Bulls o Cubs se presenta de manera permanente y es el escenario preciso.
Al igual que en los proyectos destacados de FX, la serie sabe posicionarse en el drama con mucha altura para retratar temáticas como el duelo, las responsabilidades, las interacciones en el mundo laboral y desgracias personales que pudimos ver recientemente en Atlanta –en tono más cómico- o Dopesick, con similitudes a la hora de ver las relaciones repletas de humor negro.
Sobre este último punto, y al igual que en las series anteriormente nombradas –aunque más cerca de lo creado por Donald Glover sin caer en la sátira-, la trama presenta un código en el que nos adentramos desde un comienzo y no tanto un retrato, donde terminamos inevitablemente empatizando con personajes que en la previa nos alejaríamos. El maltrato laboral –con participación incluida de Joel McHale-, donde el espíritu de Terence Fletcher (Whisplash) se apodera del protagonista, y los recelos recíprocos se vuelven competitivos a niveles enfermizos.
Para plantear este universo alocado y estresante –que termina traspasando la pantalla y uno sufre al igual que los personajes- la narrativa es dinámica y cuenta con identidad clara para retratar lo dicho. Sin embargo, y de la mano con el enérgico trabajo de sus creadores, cuando uno puede acomodarse a la edición con el correr de los capítulos, la serie saca un conejo de la galera y nos ofrece un capítulo en plano secuencia –que vimos este año en situaciones similares con El Chef– sobre el primer día donde se implementan los cambios en Beef y que es funcional para el momento culmine.
En lo que respecta al reparto, el trabajo del cast está en la misma sintonía a los logros técnicos y narrativos y es otro de los puntos altos del proyecto. El joven Allen White carga en los hombros los desafíos y demonios internos de su personaje, mientras que Edebiri es de las grandes sorpresas figurando como la única que ingresa a este mundo sin conocer al resto que ya están inmersos en las lógicas chicaguenses, más allá de los temores por las modificaciones decretadas por Charmy –y posteriormente de la propia Sydney-.
Otros de los nombres que se destaca es el de Moss-Bachrach que posiciona a su Richie en un limbo existencial y siempre al borde del catástrofe. Los labores tanto de los cocineros –funcionales al ritmo frenético de la cocina- como el de la familia de sangre encarnados en Sugar (Abby Elliot) y el acreedor tío Jimmy (Oliver Platt) completan un trabajo al nivel de los platos del protagonista.
La familia no se elige, la ciudad natalicia tampoco, pero podemos ir moldeándola a gusto, como si fuera una receta propia; aunque queda claro que la preparación –y exigencia- no es fácil. Todo eso aborda The Bear, y tanto sus temáticas como formatos la vuelven una de las gratas sorpresas del año.