Se quiera o no, es imposible no reconocerlo como una de las mentes creadoras más influyentes de los últimos tiempos. Pocos en el cine saben cómo introducir una historia completamente nueva y hacerle pedir a la audiencia “más por favor” como Jeffrey Jacob Abrams. Fiel al misterio, la acción, la ciencia ficción, las tramas cuidadosamente elegidas y el crecimiento de los personajes es que se hizo desde abajo y pasó por los tres roles más importantes: director, escritor y productor.
Hoy es el encargado de finalizar una de las sagas más famosas del mundo con Star Wars: The Rise of Skywalker, y qué mejor excusa para volver sobre sus pasos y repasar la carrera de uno de los productores más presentes dentro de la industria del cine.
Aunque ya le había ido bien como escritor de Regarding Henry y Forever Young, tras la creación de su propia compañía Bad Robot, en 2001, el primer gran paso de Abrams fue con una joven Jennifer Garner interpretando a una espía de la CIA, que se infiltra dentro de una organización secreta enemiga de los Estados Unidos dedicada al crimen organizado y al robo de inteligencia. Una creación completamente original, que sería un éxito en la televisión norteamericana, y cuyas escenas de acción lo acercarían a un futuro con Tom Cruise en la pantalla grande.
Su bien recibida serie no le escapa a una tendencia que se repite a lo largo de toda su carrera: una trama con un comienzo misterioso y atrapante, que con el desarrollo de las temporadas abandona la narrativa principal y hace una transición a una historia diferente que -por lo general- lleva a una conclusión que deja mucho que desear. Si suena familiar, es porque lo es.
Alias iba por su tercera temporada y Abrams ya quería comenzar con otro programa. Gracias al éxito que cosechaba y al nombre que se estaba formando, ABC le dio la oportunidad de dirigir y producir junto a Damon Lindelof un episodio piloto -el más caro de la historia hasta ese momento- en base a otra de sus ideas originales. El 22 de septiembre del 2004, Jack Shepard abría los ojos y daba inicio a una de las series más importantes de la década pasada. Con el misterio como elemento clave, millones de televidentes quedarían anclados por su trama imposible de adivinar y cautivados por la importancia de los personajes, sus pasados y sus secretos.
Hoy J.J. Abrams no sería marca registrada de no haber sido por Lost. Desde sus primeros minutos, fascinantes entre tanto caos y personas por conocer, es fácil entender cómo es que marcó un antes y un después en estándares de calidad, desarrollo y entretenimiento. Y a pesar de que por la cuarta temporada pasó por severos cambios de guionistas y es recordada por tener uno de los peores finales de la historia -aunque es debatible-, es indudablemente el título fundamental para entender cómo es que el neoyorquino se metió en la industria del cine.
Unos años más tarde, ya con un nombre rápidamente relacionado a garantía de confianza, Abrams incursionaba en el cine y participaba en la producción de muchos programas televisivos, como lo fueron Person of Interest, Revolution y Believe. A pesar de su agenda completa, tuvo espacio para una última serie. Co-creada con Alex Kurtzman y Roberto Orci, su creación final es ciertamente una joya infravalorada que carece del reconocimiento de sus trabajos previos, a pesar de estar al mismo nivel -si no es que más alto-.
En su primera temporada, la historia de Olivia (Anna Torv), una agente del FBI que junto a un científico mentalmente inestable (John Noble) y su hijo (Joshua Jackson) investigan diferentes fenómenos anormales fue vista como una especie de copia de The X-Files. Afortunadamente la tendencia de cambiar completamente el hilo narrativo fue para mejor, ya que convirtió a Fringe en una magnifica serie, con una trama creativa, cambiante y entretenida junto a personajes que crecían y se desarrollaban constantemente.
El debut como director cinematográfico tuvo mucho que ver con Alias, la serie con la que Tom Cruise había quedado fascinado después de una maratón en DVD. Tras la salida de Joe Carnahan en la cabeza, tanto el estudio como el actor detrás de Ethan Hunt estuvieron más que felices de tener a Abrams para darle un nuevo aire a la tercera entrega de la saga. Y bien que hicieron.
Gracias a su distintivo toque en el progreso de la trama, en la que el agente del IMF se enfrenta al excelente villano a cargo de Philip Seymour Hoffman, Mission: Impossible III es considerada una de las mejores de toda la franquicia. No solo fue una brisa de aire fresco, sino que también marcó un estándar en cuanto a las futuras entregas. Escenas de acción impresionantes, coreografías de riesgo impecables y las infaltables explosiones. Hacía falta ser ciego para no ver que J.J. Abrams estaba a la altura de Hollywood. Y todos lo sabían.
Justo antes de entrar en la década del 2010 es que estaba comenzado la tendencia de producir reboots de películas y series exitosas del pasado. Con intención de ser pionera, Paramount se acercó a Abrams y le ofreció la tarea de reinventar una de los programas televisivos más influyentes en la historia de la cultura. Dudoso en un principio, no fue hasta que Steven Spielberg lo convenció y junto a los creadores de Fringe tomó las riendas de lo que sería uno de sus más grandes aciertos.
Apuntando a las estrellas, fue su proyecto más ambicioso hasta aquel momento y lo llevó a un blockbuster que logró dejar satisfechos a los más grandes fanáticos de la serie así como acercarle el vasto universo a nuevos espectadores. Repleta de acción, un elenco increíble y, ante todo, un respeto gigante por el material de origen, Star Trek reafirmó que no había nadie como él para crear algo nuevo con lo viejo.
Al ser un ferviente fanático de la ciencia ficción, el espacio exterior y el misterio, era fácil predecir que formaría una gran amistad con uno de sus mayores referentes de chico, Steven Spielberg. De su relación, nació una película que no escondía su enfoque en la nostalgia y en los viejos clásicos del brillante director. Su idea no era reinventar la rueda, sino mezclar sus elementos con los de su ídolo: unir lo misterioso, lo oscuro y lo monstruoso con lo emocionante, lo dulce y lo familiar.
Un grupo de amigos que, durante el verano de 1979, filman por accidente un choque de tren e investigan sus inexplicables repercusiones en su pequeño pueblo. Una oda a las viejas películas de su infancia, Super 8 sirvió para realizar la colaboración de su vida y refrescarle a la nueva oleada de jóvenes espectadores cómo eran los clásicos en su infancia.
Tras haber sentado con efectividad las bases de una franquicia renovada y jovial, sumado al éxito en crítica y taquilla, no dirigir una secuela habría sido una estupidez. Ya con el aval y confianza de los fanáticos, la única demanda del estudio fue la incorporación de un villano complejo e interesante. La elección era clara, Khan volvería a la saga de la mano de una recomendación personal de Spielberg.
Más profunda, rápida, oscura, trascendental y sorprendente que la anterior, Star Trek: Into Darkness probó ser la demostración definitiva de que J.J Abrams era ya un experto en la dirección de ciencia ficción. Años más tarde, para Star Trek: Beyond se alejaría de la trilogía al ceder su rol a Justin Lin, aunque sí permaneció como productor ejecutivo. Él la habría dirigido sin problemas, pero sus obligaciones con otra saga en una galaxia muy muy lejana no se lo permitieron.
En el momento que Disney compró en su totalidad Lucasfilm, la empresa fundada por George Lucas, era sabido que sus intenciones eran continuar -y exprimir- la franquicia sci-fi más popular del mundo. Al abrir el catálogo de directores que supieran cómo manejar un blockbuster con calidad, contara con experiencia en revitalizar viejas sagas y tuviera en claro cómo introducir nuevos personajes e historias que atrapen a la audiencia, no había otro mejor candidato que Abrams. A pesar de que inicialmente rechazó la oferta por la magnitud y el impacto cultural que podría representar, gracias a la visita de Kathleen Kennedy, la nueva directora de la productora, aceptó liderar el proyecto más importante de su carrera.
Aunque en general tuvo un recibimiento mixto por parte de los fanáticos -aunque no se compara con el de la entrega que le siguió-, a fin de cuentas Star Wars: The Force Awakens es una carta de amor a la trilogía más influyente de la cultura popular. Homenajea -tal vez demasiado- A New Hope con una estructura similar y presenta a los nuevos protagonistas que representarán el futuro de la saga a la par del legado e importancia que dejaron Luke, Han, Leia y Darth Vader. Con una producción visual y tecnología superior a cualquiera de las anteriores, respeta las originales lo suficiente sin dejar de pensar en el futuro desarrollo.
Su pasado deja en evidencia que J.J. Abrams es el indicado para los inicios. Es un maestro de la creación de temáticas, mundos, personajes y misterios. Sin embargo, su punto débil parecieran ser los finales: anticlimáticos, apresurados, poco convenientes o confusos. Como todo es debatible, dependerá de cada espectador decir si con Star Wars: The Rise of Skywalker trajo una conclusión a la altura o si no pudo escaparle a su constante tendencia de arruinar sus historias.
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