The Eddy: un melancólico amor por el jazz

Un drama musical ambientado en el París contemporáneo multicultural, que gira alrededor de un club, su dueño, una banda y la ciudad caótica que los rodea.

El ascenso de Damien Chazelle como director consagrado fue meteórico: sorprendió con Whiplash y enamoró con La La Land, para luego mantener su estilo y altura en una propuesta algo diferente como fue First Man. Pero con su última obra retorna y se acerca más a las dos primeras, aunque en formato de serie, sostenido por los guiones de su creador Jack Thorne (His Dark Materials). Música, jazz, baterías, sueños, carreras, amor y artistas que viven al extremo son los ingredientes de The Eddy, la última serie musical que ofrece Netflix, una producción francesa realizada por el mencionado Chazelle y Alan Poul (Six Feet Under).

The Eddy es innovadora y por momentos exquisita, más allá de que en principio no resulte fácil engancharse. También presenta el desafío de combinar constantemente los idiomas francés e inglés, y alguna otra lengua, ya que transcurre en París pero sus protagonistas son norteamericanos y el entorno de este club de jazz es visiblemente multicultural, al igual que la afamada ciudad. 

Los ocho episodios rondan la hora de duración y se reparten entre cuatro directores que llevan a cabo una gran labor al mantener la identidad de la serie y hacerla crecer en cada entrega. Desde los dos primeros, a cargo de Chazelle, hasta los últimos dos, dirigidos por el mencionado Poul, se mantiene calidad y atmósfera, aunque no siempre sea cautivadora o la subtrama “policial” no convenza del todo. En el medio se destaca la dirección de dos mujeres: la francesa Houda Benyamina (Divines, 2016) y la marroquí Laïla Marrakchi (Rock the Casbah, 2013), quienes tienen a cargo la tarea de sostener la atención del espectador y contar las historias de los personajes secundarios, aunque a veces solo sea con pinceladas precisas y necesarias.

Es que cada capítulo lleva el nombre del personaje en el que se centrará, mientras la trama principal sigue desarrollándose y enredándose. Houda y Laïla mantienen el ritmo propuesto por Chazelle, nos adentran en una historia cerrada que se toma su tiempo para desplegarse, con protagonistas difíciles de empatizar en principio, hasta que se los conoce más. Al ritmo del jazz nos irán adentrando en una travesía que pretende ser policial pero termina siendo mucho más intimista y vocacional. Con algunas aristas predecibles, podemos llegar a sentirnos inmersos en una experiencia intensa si nos dejamos llevar por el tempo que nos proponen con el devenir de los sucesos y las sensaciones de los personajes. En el tercer episodio, que se carga al hombro la actriz Leïla Bekhti, todo lo que concierne a su personaje Amira (la esposa de Farid, uno de los dos socios de The Eddy) muestra la sensibilidad y emotividad con la que se toman los sentimientos de los personajes y el interés en transmitirlo. 

La premisa sencilla de un club de jazz parisino y su dueño presionado entre la vocación musical, sus relaciones personales y el submundo criminal de los suburbios franceses se cumple y es efectiva, pero no hace justicia a todo lo que The Eddy esconde y larga de a poco. El protagonista, Elliot Udo, es parco, taciturno, muy poco comunicativo. Bastará con llegar al episodio final para ver en una escena musical el viaje interior que realiza, gracias al delicado y fino trabajo de André Holland (Moonlight, Selma). Udo es un músico de jazz admirado y experimentado, roto por dentro, encerrado y perdido en su propio laberinto de culpas y fantasmas; aunque al conocer al resto de los personajes iremos viendo que todos comparten estas características. Su hija Julie, otra de las protagonistas, acompaña y precipita la historia de Elliot gracias a una gran actuación de Amandla Stenberg, la recordada Rue de The Hunger Games.

Los momentos musicales son magistrales y el jazz, aunque predomina, no es el único género que sonará. Pero jazz en París nos remonta a la nostalgia del Sebastián de Gosling, hay algo del camino de los sueños como en La La Land, también sobre las tentaciones del dinero, la fama y el mercado, y queda claro que para Chazelle eso representa la peor parte de este mundo, lo indeseable pero a veces inevitable. También sus personajes urbanos, atormentados por las exigencias de sus carreras al límite, nos conectan con Whiplash. Algunos motivos de ambos filmes están presentes en The Eddy, se profundizan y extienden. Puede que no llegue con el mismo impacto de una película pero puede calar más hondo si nos permitimos acompañar a Elliot, Amira, Julie o a Maja (Joanna Kulig, Cold War), la cantante de The Eddy, otro personaje fundamental que se destapa con reservas, lentamente; algo que sucede con la serie en sí misma hasta que una buena canción nos mete en ritmo.

Si La La Land fue celebrada por sus referencias al cine musical, Chazelle no se priva de repetirlo y difuminar homenajes en The Eddy -¿acaso el contrabajista fue bautizado con ese nombre para una sutil línea tributo a una de las más bellas canciones de The Beatles?-. El director y sus compañeros realizadores demuestran su amor por el jazz, rinden pleitesía a los artistas y sus sueños y nos descubren una París pluricultural, laberíntica y con capas como las de los personajes que la habitan; incluso tan bohemia como melancólica, pero más cruda que idealizada. Hay más sombras que brillo en esta ciudad luz y lo que resplandece viene de lo oculto, de lo que guardamos dentro y sale al mundo a través de la música, de las expresiones artísticas. El arte salva a estos personajes, el jazz rescata a esos artistas, del mismo modo que lo hace con la serie.

 

 

 

 

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Javier Houriet

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