Algunas líneas sobre la serie de HBO que deberían estar viendo.
En la amplia batalla de las plataformas de streaming y la televisión, HBO ocupa un merecido lugar en el podio en lo que a mejores producciones originales se refiere. Si bien no tiene un catálogo extenso en comparación a, por ejemplo, Netflix, la cadena nos entrega verdaderas joyas de la pantalla chica y Succession no es la excepción. Sin ser el más destacado de la plataforma, el drama familiar es un digno exponente de la alta calidad de sus producciones.
Succession no es una comedia, aunque su autor y showrunner Jesse Armstrong (In the Loop, The Thick of It) sea un experto en dicho género. La misma se centra en Logan Roy, ficticio magnate al frente de un conglomerado mediático que, llegado a los 80 años, se enfrenta al problema de su sucesión entre los cuatro hijos que le rodean, cada uno más inútil y engreído que el anterior. Una historia que se irá contando en 10 episodios, con una segunda temporada que dio inicio el pasado 11 de agosto -ya fue renovada para una tercera-, y qué está cargada de elementos de comedia cotidiana, humana y hasta doméstica, que sería imposible de contar sin el peso del drama de los temas asociados al contexto. Es obvio que lo que Armstrong pretende es mostrar el efecto del poder y el dinero en un núcleo familiar y en la sociedad actual. Siendo así, Succession también nos hace reflexionar con cada episodio en temas realmente importante ubicados detrás de las anécdotas de este grupo de mimados por la fortuna.
Al ver el primer episodio de esta serie no pude evitar pensar en la frase hecha de «los ricos también lloran»; claro que, conforme avanza la trama, uno llega a la conclusión de que lloran porque quieren. Esta es la historia de una familia muy adinerada, alejada completamente de toda realidad de la gente común y corriente. Casi que podríamos ser ajenos a todo lo que ocurre en la serie, si no fuera porque para un drama familiar no hace falta dinero… Solo hace falta eso mismo, drama. Qué mejor si este se combina con intrigas y juegos de poder. Y es que la magia de Succession reside en que hace que te intereses por la familia Roy, e incluso te agraden, con todos sus tejemanejes y ardides maquiavélicos. Son personajes lejanos e irreales, pero peculiares, empatizamos con ellos y queremos verles a todo momento como si se tratara de un reality show.
Cabe decir que, si bien es cierto que el dinero no da la felicidad, ver los efectos de la fortuna en el seno de la familia Roy produce en el espectador una gran sonrisa. Porque son muchas las producciones recientes sobre la megalomanía económica de la sociedad actual y el 1% que vive de la miseria de los demás, con Billions y Trust como dos ejemplos recientes. Sin embargo, Succession es capaz de hacernos reír al mismo tiempo que nos indigna y conmueve.
En lo personal, algunos episodios se extienden más de la cuenta. Creo que una hora por capítulo la hace algo tediosa, sobre todo cuando la trama no avanza al ritmo del interés de la audiencia. Además, el drama es excesivo en ciertos episodios, llegando a cortar secuencias de intriga y conspiración para dar paso a momentos sensibleros innecesarios o demasiado melodramáticos. Sin embargo, esto no desmerece el producto final: una pugna incesante por parte de una serie de personajes excéntricos que solo desean destacar ante los ojos de su padre.
En lo que a aspectos técnicos se refiere, es realmente atinada la técnica de filmación pese a no ser un formato de mi preferencia. El estilo «cámara en mano» es preciso para este drama, pues nos coloca cerca de los personajes, somos sus confidentes y los vamos conociendo poco a poco. Las actuaciones no solo están bien, sino que llegan a sostener los momentos más flojos de la historia. Es innegable el estupendo trabajo de nuestro patriarca Logan (Brian Cox), quien sostiene con entereza el show. No se quedan atrás los personajes secundarios, que están a la altura de los protagónicos.
Otra cosa a destacar es el montaje, pues sin llegar a exageraciones innecesarias nos llega a mostrar lo increíblemente rica que puede ser esta familia. No hace falta caer en excentricidades cuantiosas, fiestas o lujosos eventos; pero cuando hay que mostrar lo fastuoso de la riqueza de los Roy, la producción lo deja bien en claro.
Las sagas familiares no son, precisamente, el género menos explotado de la televisión, y por ello Succession podría parecer más de lo mismo. En ese sentido, tiene la difícil tarea de convencer a la audiencia de que no lo es, o que por lo menos nos propone una variante innovadora. Así es que su éxito puede radicar en la mirada sin sentimentalismos, y con cierta mala saña, hacia los Roy y sus angustias relacionadas con el dinero y el poder, así como su tono, al mostrar situaciones ridículas sin histrionismos.
Succession acierta de pleno al crear este pequeño mundillo empresarial, plasmando una imagen cómica en la que se muestran las piezas de un frágil engranaje corporativo en el que está implicada la mayor parte de una familia. Una serie que es discreta y sutil pero que, sin aportar nada nuevo, se diferencia gracias a su tono ácido y burlón a la hora de pintar el retrato familiar.
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