Sobre Drive y el cine de Nicolas Winding Refn

Análisis sobre la filmografía del director danés, realizador de la trilogía Pusher, Bronson y el recientemente estrenado film protagonizado por Ryan Gosling, entre otros. Una carrera de ocho títulos disfrutables y para recomendar.

Drive no solo es una gran historia violenta de enorme potencia y calidad estética, es una brillante luz de alerta sobre la filmografía de su director. Un rápido vistazo al danés comprueba que, lejos de ser un paracaidista, tiene una trayectoria de quince años con otros siete títulos en su haber. El cine de Nicolas Winding Refn ha madurado a fuerza de trabajo, con personajes que han hecho carrera desde abajo, de la marginalidad de Pusher y Bleeder a la fama en Bronson y a las altas esferas de la mafia en su apuesta más reciente. Rabiosas por naturaleza, en ellas conviven Eros y Tanatos, la vida y la muerte, el anhelo por un futuro diferente con los estallidos de ira y el impulso hacia la autodestrucción.

El desembarco del realizador en Hollywood tiene lugar casi una década después de que lo intentara allá por el 2003 con la fallida Fear X, el primer desvío en su filmografía. Filmada en orden cronológico, marca su primer trabajo fuera de Dinamarca, el único con un protagonista esencialmente diferente, un traumatizado John Turturro con un firme rechazo por la violencia y la delincuencia. Quizás por ser un trabajo con una buena mitad de metraje pero con otra que parece escrita sobre la marcha, con un final abandonado a su suerte y a la interpretación del público, o un título particularmente engañoso, el proyecto resultó un fracaso tal que llevó al director danés hacia la quiebra. Más aún, como si se tratase de cualquier juego de mesa en el que la suerte no favorece, Winding Refn debió retroceder algunos casilleros y volver a su país de origen, donde fue forzado a convertir en trilogía un film al que no tenía intenciones de revisitar, Pusher.

Antes que Ryan Gosling sus actores fueron Kim Bodnia, Mads Mikkelsen y Zlatko Buric. Tres personajes dentro de aquella región escandinava de dealers y adictos, de hombres desesperados capaces de todo cuando la soga aprieta el cuello. Obligado a dedicarse a un proyecto que él creía ya estaba superado, el danés dedicó un año a escribir y dirigir dos secuelas en las que, a pesar de tratarse de una imposición, no hizo una renuncia a sus pretensiones artísticas. Lejos del piloto automático, ambas películas son fieles a su estilo y completan una trilogía que, más allá de compartir algunos personajes, no tienen relación entre sí. Frank, Milo y Tonny, cada uno parte del universo Pusher original, cada uno protagonista de una de las tres, cada uno partiendo de una premisa básica (pérdida de droga, dinero o ambas) que los lleva hacia una espiral de violencia cuya única salida parece ser adentrarse aún más en ella, una idea muy presente en Drive.

Esta escalada violenta que tan presente está en sus trabajos, aparece también en su segunda película, Bleeder, la cual transita un camino similar a la anterior pero abordando temas a los que el danés no regresará en toda su filmografía: el racismo y un profundo sentimiento cinéfilo, expresado en la figura del dueño de un videoclub. Una semana tras otra, cuatro conocidos se reúnen en casa de uno de ellos para mostrar respeto al cine de acción y a los blaxploitation de Fred Williamson. No es solo una cuestión de verlas, más allá de la línea de trabajo de cada uno (solo se conoce que dos están en negocios legítimos y de los otros dos se piensa lo contrario), los cuatro se ponen saco para sentarse en el sillón hogareño y disfrutar de una función. Esa reverencia al arte contrasta después con el salvajismo primitivo con que se manejan los antagonistas, cuyo profundo odio se demuestra en vendettas mutuas, para las que la muerte es un premio que no están dispuestos a ofrecerse.

La venganza ilustra a Drive, es ese objetivo último al que su protagonista, anónimo y silencioso, apunta como horizonte apacible, la destrucción total de un mundo como vía de escape a él. Allí convive Un Ojo, protagonista de Valhalla Rising, aquel que debe matar literalmente lo que lo ata a un mundo para atravesar los mares y llegar a otro. El film del 2009 es seguramente el más pretencioso en la carrera del director, un proyecto ambientado en los tiempos de los vikingos en la que una suerte de Caronte conduce su barca hacia el mismísimo averno. Aún con siglos de diferencia, el núcleo violento de su personaje se mantiene intacto, un guerrero sin nombre y mudo quien en todo momento controla su destino. El danés, con ambiciones de Werner Herzog, más precisamente de Aguirre, la ira de Dios, vuelve a dejar en manos del espectador la interpretación de su película, la de mayor complejidad y de menor ritmo narrativo hasta la fecha. Es también la más irregular, con una estética y fotografía impecables como las que hacen posibles los terrenos de Escocia, pero con una firme confusión entre lo que viene a ser lo enrevesado por un lado y un laberinto hacia la nada del otro.

La convergencia perfecta entre impacto visual y sonoro con violencia estilizada la alcanza algunos años antes de su último film con Bronson, en lo que marcó su vuelta al idioma inglés. En la línea de esa enorme película que es A Clockwork Orange, el escandinavo sigue la historia real de Michael Peterson, apodado como el actor de Death Wish y considerado el preso más peligroso del Reino Unido. Seguramente uno de los casos que más se acerque a esa realización gigante de Stanley Kubrick, Winding Refn hace el mismo abordaje, directo hacia las consecuencias, ignorando las causas. No busca dilucidar el motivo por el cual Bronson es un ser salvaje, lo acepta como tal, una suerte de Alex De Large fanatizado por la ultraviolencia, al que musicaliza con obras de Strauss y Wagner en lugar de Beethoven. Esa masa de músculos que es Tom Hardy se vuelve una presencia arrolladora en pantalla, pura potencia fílmica a la que se le da la oportunidad de exponerse como un talentoso intérprete. El paralelismo con aquel clásico de 1971 se exhibe una vez más en la figura del narrador, la única del director que se vale de esa forma de expresión, elevada al cubo con una soberbia teatralización por parte de su psicótico presidiario.

No, el danés no es ningún improvisado, y el camino hacia Drive supone una larga ruta de experiencias intensas y personajes intratables. Rápido y furioso se mueve este conductor/director, con el espejo retrovisor puesto en su coherente trayectoria y las luces altas enfocadas en su próximo proyecto junto a Gosling, Only God Forgives. A nosotros solo nos queda acomodarnos y disfrutar del viaje.

Migue Fernández

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