Llega una nueva película de Ricardo Darín a los cines y, como ya es habitual, es todo un evento en sí. La Odisea de los Giles tiene una salida récord para un producto nacional en nuestro mercado, con más de 400 salas. Por lo pronto, parece difícil que un caso así se replique si es que no está Darín como primera figura en el afiche. No por nada es el actor argentino por excelencia, un sinónimo de éxito que se ha consolidado en la industria con cada trabajo.
El proceso para instalarse como tal, sin embargo, no fue sencillo. Atrás quedaron los tiempos del «galancito»… Desde su debut en 1960 hasta la actualidad, hay más de 40 películas en su haber, otras tantas series de televisión, obras de teatro, algunos proyectos como director, su reciente incursión en la producción y más. Una vasta trayectoria, difícil de resumir.
Pero desde aquí haremos el intento, con una selección de 10 de sus películas. Una decena de títulos que cimentaron el camino de ascenso hasta convertirlo en la estrella más grande del cine argentino.
La Discoteca del Amor
A fines de los años ’70 y en plena Dictadura, las opciones para el cine eran limitadas. La productora Aries Cinematográfica Argentina se lanzó a una seguidilla de películas realizadas junto a la industria discográfica, con lo que se debía incluir determinada cantidad de números musicales. Ricardo Darín fue parte de las cuatro que se hicieron, todas de escasa originalidad en sus títulos: Los éxitos del amor, La carpa del amor, La playa del amor y La Discoteca del amor. Pero las últimas dos tuvieron la particularidad de contar con Adolfo Aristarain (La parte del león, Tiempo de Revancha, Últimos Días de la Víctima) en la dirección, quien sobre todo en La Discoteca le encontró la vuelta.
Desde el vamos, estuvo bien pensada. En esta, los directivos de una compañía discográfica descubren que sus canciones son pirateadas, con lo que un detective y su ayudante salen en búsqueda de los delincuentes. Con esa premisa se resolvió una forma orgánica de incluir todas las canciones que este tipo de proyectos exigían, pero a la vez le permitió a Aristarain jugar con los géneros. Específicamente con el policial negro, con homenajes al Hollywood de décadas pasadas -hay un gángster llamado Lugosi que es una suerte de James Cagney (con mención explícita)-, a la vez que se prestaba para la comedia y la acción. Darín es Eddie Ulmer, el conductor del programa radial que le da título a la película y uno de los galanes, tanto delante como detrás de cámaras. La Discoteca del Amor probaría ser una de sus mejores películas de aquellos años, una con escenas tan geniales como la de la pista de patín, con Darín y Cacho Castaña sobre ruedas al ritmo de «Jump the Gun», todo mientras se escuchaban temas de José José o Camilo Sesto.
Perdido por Perdido
Varios años de cine y televisión transcurrieron en la carrera de Darín hasta llegar a esta segunda película, el debut cinematográfico de Alberto Lecchi (Apariencias, Déjala Correr). Una revancha del perdedor que bien puede conectarse con La Odisea de los Giles. Será su primer trabajo en pantalla grande de los ’90 y es uno que transpira el sentir de la década por sus poros. Un policial bien hecho, con secuencias destacadas -el comienzo en la cristalería, la fuga en bicicleta- y un Ricardo Darín como un trabajador endeudado al que no le queda otra salida más que adentrarse en el camino de la ilegalidad para mantener la cabeza a flote, acompañado por un Enrique Pinti en un registro diferente y una hermosa Carolina Papaleo.
Además, Perdido por Perdido se estrenó en pleno ’93, cuando el actor protagonizaba uno de los éxitos más importantes de la televisión de aquellos tiempos: Mi Cuñado. Lo que se dice un gran año.
Nueve reinas
Una de las grandes tragedias del cine argentino es que Fabián Bielinsky solo haya hecho dos películas. Y qué dos películas…
En los últimos años de la década del ’90, Darín iba a trabajar con tres realizadores con los que repetiría más adelante. Le fue bien con El Faro de Eduardo Mignogna y todavía mejor con El mismo amor, la misma lluvia de Juan José Campanella -en la que encarna a un tipo, a mi entender, horrible-, pero Nueve Reinas es la que lo catapultó. Su Marcos es un estafador que conoce como la palma de su mano esta Argentina de vivos, que en el 2000 era un firme anticipo de la crisis real del año siguiente. Una tierra de descuidistas, culateros, abanicadores, gallos ciegos, biromistas, mecheras, garfios, pungas, boqueteros, escruchantes, arrebatadores, mostaceros, lanzas, bagayeros, pesqueros y filos, en donde él se las sabe todas. Bielinsky hizo un absoluto clásico de la cinematografía nacional -que Hollywood buscó repetir con la olvidable Criminal– y se daría un punto de quiebre en la carrera del actor.
La Fuga
Es el 2001 y Darín sería parte de las dos películas argentinas más taquilleras del año. La primera en estrenarse -pero la segunda en cifras- sería La Fuga, que lo vería otra vez a las órdenes de Mignogna. Un escape de prisión en 1928 contado en dos tiempos -lo que sucede en el presente, fuera de la cárcel, y la planificación de esa fuga-, sobrecargado de personajes y de un gran elenco. Miguel Ángel Solá, Gerardo Romano, Patricio Contreras, Inés Estévez, Norma Aleando, Alejandro Awada, Facundo Arana y más, muchos más, todos con una historia personal bien diferente y algunas de ellas con finales para quedar boquiabiertos.
Darín es Domingo Santaló, «El Pibe», y se verá envuelto en una trama bien propia del cine negro, con partidas de póker, la femme fatale y el jefe criminal incluidos. El final de su viaje es uno de los que sorprende, como el de Awada, que no se puede creer.
El Hijo de la Novia
La película argentina más exitosa del 2001 sería la nueva colaboración entre Darín y Campanella, una que los llevó por primera vez a competir por el Premio de la Academia. Su Rafael Belvedere tiene algún punto de contacto con el Jorge Pellegrini de El mismo amor, la misma lluvia. Abrasivo desde un primer momento, a este se lo aprenderá a querer conforme avance la historia, caso opuesto a lo que pasa con el otro. Siempre a full y al teléfono, constantemente abocado a conflictos de un trabajo que no disfruta, incapaz de frenar a oler las rosas. Claro, hasta que el corazón dice basta. Harto de la presión agobiante, el bobo necesita de eso que lo engrandece. Los padres, la hija, la pareja, los amigos…
El Hijo de la Novia es cosa de enseñarle al protagonista a recuperar la humanidad que parece haber perdido. Y no hay mejor ejemplo para ello que el que ofrecen dos grandes como Norma Aleandro y Héctor Alterio. Ella que padece un grave cuadro de Alzheimer, él dispuesto a darlo todo por un acto de amor del que ella ni se acordará. Y en el medio el hijo de los novios, aprendiendo a vivir.
Luna de Avellaneda
El tercer trabajo de Darín y Campanella, un ejemplo cabal del impacto de la crisis económica en la vida de los argentinos, uno que consolida esa imagen tan duradera del actor como el hombre común.
Un signo de los tiempos, la vida de su Román Maldonado se viene abajo. El club del barrio está al borde del cierre, su matrimonio se cae en pedazos. Y ahí está él poniendo el pecho. El estandarte de los que se aferran a ese pedazo de sus vidas que es el Luna de Avellaneda, emblema de un pasado que siempre fue mejor. Del otro lado está la supuesta solución a los problemas, el convertir al club en un casino, con Alejandro (Daniel Fanego) como el paladín del progreso. El duelo entre ambos puntos de vista concluye con una extensa asamblea donde la emoción se enfrenta a la razón. Cada vez tenemos menos, cada vez queremos menos…
El Aura
La segunda y última película de Bielinsky es una obra de arte.
Ricardo Darín es El Taxidermista, un hombre obsesionado con cometer el crimen perfecto, pero incapaz de llevar algo así adelante. Sufre de ataques de epilepsia y el título se refiere al instante previo a recibir las convulsiones, un momento perfecto de libertad absoluta; no tiene elección, más que caer rendido al trastorno. Un vuelco en su vida lo llevará a aceptar un viaje de caza al Sur -la transición hasta ese lugar es uno de los puntos cumbres del cine nacional, y más-, donde quizás tenga la oportunidad de poner a prueba eso que lo obsesiona.
Una impecable fotografía de Checco Varese (la próxima It: Chapter Two) y un absorbente trabajo musical de Lucio Godoy (Todos tenemos un plan), con zumbidos graves que nos adentran en el sentir del protagonista, terminan de completar lo que es uno de los grandes trabajos en la carrera del actor y quizás uno de los menos valorados por lo que realmente es… una pieza invaluable de la cinematografía argentina.
El Secreto de sus Ojos
Hay un par de títulos interesantes en la carrera de Darín entre El Aura y el 2009, que bien podría haber destacado. Está la aceptable La Señal, que hasta la fecha es su único trabajo como director -ocupó el puesto de Mignogna, que murió cuando el proyecto estaba en pre-producción-, y también XXY, que no lo aprovecha demasiado -aunque le da un nombre espectacular como es Kraken-. No, aquí vamos con lo obvio: El Secreto de sus Ojos.
Cómo no incluir uno de los más exitosos de la historia del país, el segundo en ganar el Premio de la Academia y el súmmum de la colaboración entre Darín y Campanella. El actor es Benjamín Espósito, secretario de un juzgado próximo a retirarse, quien decide escribir una novela basada en un caso que lo conmovió décadas atrás. Su obsesión con lo ocurrido lo lleva a revivir el brutal asesinato, que tuvo lugar en 1975 -lo que da el puntapié para que el director indague en esos tiempos violentos-, así como una historia de amor trunca con su compañera de trabajo. Sin Eduardo Blanco pero con un Guillermo Francella de lujo, fue un suceso cinematográfico como pocos. Difícil olvidar ese «usted dijo perpetua», el monólogo de Sandoval sobre la pasión o el espectacular plano secuencia en la cancha de Huracán.
Carancho
A diferencia de sus colaboraciones con Campanella, Mignogna o Bielinsky, cuyos trabajos juntos marcaron el ascenso de director y actor, el caso de Carancho es diferente… tanto Darín como Pablo Trapero tenían un prestigio importante y sendas carreras asentadas al momento de juntarse.
El protagonista venía del arrollador éxito de El secreto de sus ojos -con el lujo de no ir a la ceremonia de entrega del galardón, se engrandece la figura-, así como también de Nueve Reinas, El hijo de la novia y Luna de Avellaneda, todas que superaron el millón de espectadores. Trapero estaba consolidado como uno de los principales exponentes del Nuevo Cine Argentino, con grandes títulos como El bonaerense, Nacido y Criado o Leonera en el bolsillo. Se dio una amalgama perfecta entre los dos; un abanderado del cine independiente y el actor más exitoso del país. Lejos de venderse, Trapero entregó una pieza brutal de cine negro, con un personaje central de dudosa moral que busca salir del mundo de negocios turbios en el que vive. Sosa es un carancho, un abogado especialista en accidentes de tránsito, de esos que persigue a las ambulancias en busca de clientes, y que tiene una chance de redimirse.
Todavía escucho el sonido de esa pierna quebrada…
Relatos Salvajes
Voy a ser honesto… dudé de incluir Relatos Salvajes. No porque a la película de Damián Szifron (Los Simuladores) le falten méritos, de hecho es una genialidad. Pero no soy un gran adepto de «Bombita», el segmento específico de Ricardo Darín. Me gustó como todos, pero no tanto como otros, sea el de la boda o el de Pasternak -que cada uno tenga su favorito es de los mayores logros-. De todas formas, el todo es más que la suma de sus partes y el film más exitoso de la historia del país tenía que estar en la lista.
La antología se compone de seis historias autoconclusivas, unidas por una misma temática, en las que individuos corrientes pierden los estribos cuando son llevados al límite. Y uno de los casos más emblemáticos es el del Simón Fisher de Darín. Un ingeniero experto en explosivos, que trabaja en demoliciones, se ve aplastado una y otra vez por un sistema burocrático diseñado para colmar la paciencia de sus víctimas. Más allá de que su reacción sea extrema, no hay forma de no sentir empatía con su situación, una que Szifron mantiene en un terreno de total cotidianidad -su caso bien podría ser uno de tantos- y que cincela con impecable pulso. Simón es un hombre común llevado al límite de la exasperación, en un caso absolutamente normal. No hace falta mucho más para que un hombre bueno se arroje de cabeza al caos. Y el clímax, al ritmo de «Aire Libre», es otro ejemplo de la maestría del cineasta.
¿Están de acuerdo con la lista?