Cuántas veces hemos contemplado nuestra vida pensando que las épocas de infancia o juventud fueron las más hermosas. Ese sentimiento de nostalgia, justamente, nos hace percibir a casi todo lo que nos rodeaba con un halo mágico, idealizando situaciones, personas y lugares. Así se tiñen de brillantes colores las canciones, los lugares, comidas, programas de televisión y, por supuesto, las películas.
No hay como esas baladas de los ’80, las vacaciones con los primos en Mar del Tuyú, el guiso de lentejas de mamá, el olor a jazmín del patio de la abuela, los Thundercats y Volver al Futuro.
«Todo tiempo pasado fue mejor», dice el dicho popular, pero como ya lo expresara brillantemente Ernesto Sábato en su libro «El Túnel», esta frase no indica que antes sucedieran menos cosas malas, sino que la gente las olvida. Es así que las personas tienden a dejar de lado algunos aspectos de sus vivencias y quedarse sólo con lo bueno, para terminar ensalzándolo. Eso no quiere decir que aquella canción de Scorpions o la serie del Auto Fantástico no fueran geniales, sólo que en nuestra mente nada podrá superarlas, porque están ligadas a épocas felices.
Este fenómeno es conocido como «Retrospección idílica», y no es algo nuevo. Ya los romanos lo denominaban con la expresión en latín memoria praeteritorum bonorum, algo así como «el pasado siempre se recuerda bien», y más allá de que afecte a todos los aspectos de la vida, lo que nos compete aquí es el séptimo arte.
En los tiempos que vive la industria del cine, donde las secuelas, precuelas y reboots de películas clásicas son moneda corriente, estos sentimientos de nostalgia se viven a flor de piel. Basta con que se anuncie el proyecto de realizar una nueva versión de cualquier película del pasado para que las redes se inunden de millones de mensajes cargados de negatividad para con el proyecto. Ni siquiera es necesario que la película en cuestión sea un clásico, alcanza con que tenga más de una década de antigüedad. Pero claro, el nivel de reacción estará directamente relacionado al status de película de culto o a la presencia de un actor muy querido en ella. Tampoco se le ocurra a algún productor alterar el sexo o raza de los protagonistas originales, porque se expone a que el infierno se libere en la Tierra.
Claro que este hábito no lo inventaron Facebook ni Twitter, y la tendencia a tratar de defenestrar aquello con lo que no estamos de acuerdo data de tiempos remotos. Sin ir más lejos, en forma reciente los estudios Warner dieron a conocer, con motivo del 30º aniversario de Batman de Tim Burton, que allá por 1989 recibieron decenas de miles de cartas de fanáticos del cómic de DC exigiendo que se cambiara al protagonista ya que, según su opinión, Michael Keaton no daba con el perfil adecuado para encarnar al hombre murciélago. La historia se repetiría con cada nueva encarnación de Batman, hasta llegar al nuevo y flamante candidato, Robert Pattinson. Nadie nunca es el adecuado y los fans no están dispuestos a darle la oportunidad al postulante de turno de demostrar lo contrario -aunque con George Clooney estaban en lo cierto, claro-.
Cuando se anunció que se haría una nueva película de Los Cazafantasmas (Ghostbusters, 1984, Ivan Reitman) los idílicos nostálgicos se pusieron en alerta… pero estallaron en furia cuando se supo que esta vez sería protagonizada por mujeres. El nivel de odio que se volcó hacia el proyecto a través de todas las redes sociales fue algo nunca antes visto, y la realidad es que los adelantos -de un montaje descuidado y confuso- no ayudaron mucho para apaciguar los ánimos, sino más bien todo lo contrario. Tanto es así que ostenta el título del trailer de película con más votos negativos de la historia, con más de un millón de pulgares abajo. El público nunca le dio una oportunidad a la película, a pesar de sus criticas favorables.
Otro ejemplo es lo que sucedió con Jumanji. Cuando se anunció que se haría una nueva versión, los fans enloquecieron. ¡¿Cómo podían hacer semejante sacrilegio?! ¡Cómo iban a siquiera considerar hacer una película del tema sin Robin Williams! El odio fue instantáneo, y más de 50000 «No me Gusta» inundaron el trailer de presentación. El estupor de los fans de Jumanji de 1995 fue inmenso cuando se conocieron las primeras críticas de la película… todas eran positivas, y se deshacían en elogios hacia ella. ¿Cómo era posible que la película fuera entretenida, divertida y que encontrara su propio espacio? ¡Debía ser un error! Pero no. Con una recaudación mundial de casi mil millones de dólares y un promedio elevado de críticas positivas, tanto del sector especializado como del público, no se trataba de error alguno. La película funciona porque está llena de acción imparable, tiene el carisma de Dwayne Johnson, los personajes evolucionan y la audiencia puede identificarse con ellos… y es muy distinta a la del ’95.
Algo muy similar ocurrió con la nueva versión de Aladdín, estrenada este año. Las redes desbordaron de comentarios encendidos en furia, que se hicieron aún más enardecidos al conocerse la primera imagen del nuevo genio, sin rastros de quien le diera su alma, otra vez el irremplazable Robin Williams. Sin embargo el éxito de la película fue arrollador -más de mil millones de dólares en recaudación- y una de las razones de su éxito es, justamente, el genio al que esta vez da vida Will Smith -además de un toque más moderno en las canciones y una princesa Jazmín empoderada, fuerte y más segura de sí misma, acorde al cambio de época-.
Así que, como ves, quizás sea momento de darle una chance a lo nuevo, y dejar de aferrarse tanto a los recuerdos. Pero claro, eso conlleva el aceptar que ya no somos aquellos niños y que quizás nuestra capacidad de emoción ya no sea igual que antes. O quizás sea momento de recordar aquello que realmente nos gustaba tanto de chicos: maravillarnos y descubrir cosas nuevas. Tal vez sea hora de darse cuenta que la mejor manera de rendir homenaje a esos recuerdos de la infancia es ir al cine buscando esas sorpresas y esa sensación de asombro que sólo el cine puede darnos. Y dejarnos llevar para volver a ser niños, por qué no, aunque sea por un momento.