Unas líneas sobre Living in the Material World, de Martin Scorsese.
Living in the Material World es un documental estrenado en el año 2011, dirigido por Martin Scorsese y que podemos volver a disfrutar gracias a que forma parte del extenso catálogo de documentales que ofrece la cadena Netflix.
Basado en la vida de quien fuera miembro fundamental de The Beatles a lo largo de su década de vida, el acercamiento que el cineasta neoyorkino hace de George Harrison se presume como sumamente disfrutable, pretendiendo desentrañar la esencia de una personalidad críptica y alejada de todo divismo de estrella.
El título del mismo se inspira en un álbum publicado por el músico en 1973, pero su utilización también resulta una alegoría, pretendiendo reflejar las contradicciones de un artista que vivía preso del mundo material en el que transitaba su figura (fastuosas mansiones, contratos millonarios, veladas concurridas) en contraposición a la intensa vida espiritual que marcó su trayectoria profesional, profundamente marcada por su experiencia con Ravi Shankar como vía de escape hacia otros horizontes creativos.
En los Premios Emmy celebrados en 2012, este documental fue nominado en seis categorías, recibiendo dos de aquellos premios, en los apartados de Mejor Documental y Mejor Director-No Ficción. Dichos laureles, cabe destacar, son absolutamente merecidos. Con gran pulso, Scorsese sigue la historia del músico desde su juventud en Liverpool, recorriendo los primeros años del fenómeno de la Beatlemanía, sus intrépidas excursiones a Oriente, la influencia de la cultura hindú en su música y la importancia de su calidad compositiva como miembro de The Beatles.
El documental está hecho con imágenes de archivo nunca antes publicadas, luego de que los herederos de Harrison rechazaran una decena de ofertas para llevar a la gran pantalla la vida del compositor de «My Sweet Lord». El registro se completa con entrevistas a su última mujer (Olivia), su hijo (Dhani), sus amigos del ambiente y colegas entre los que destacan Phil Spector, Paul McCartney y Eric Clapton.
El fenómeno Beatles ha sido un objeto de culto cinematográfico desde los mismísimos tiempos en que la banda causaba inaudito furor a uno y otro lado del océano Atlántico, épocas en donde el rock anglosajón cambiaría para siempre la historia del género como lo conocemos actualmente. Ejemplo de la perenne simbiosis de Beatles con el medio cinematográfico resulta Anochecer de un día Agitado (A Hard Day’s Night, 1964) de Richard Lester, un especialista en llevar a la gran pantalla el fenómeno de la ciudad de Liverpool (la otra ocasión sería Help!, un año después), captando a la perfección aquel emblema de la cultura pop sesentista.
No resulta nuevo para Scorsese este terreno de acción abrevando en la historia musical: con los años se ha mostrado como un gran melómano dispuesto a recorrer los caminos de diversos géneros y sus principales exponentes a lo largo del siglo XX. En 1978, a comienzos de su carrera, nos regaló la brillante The Last Walz, sobre el grupo country The Band, liderado en un tiempo por Bob Dylan. Esta figura icónica de la música del siglo XX constituiría un punto de interés al que el realizador neoyorquino volvería a incursionar de forma más intimista en otro documental, No Direction Home, estrenado en 2005. Décadas después, el objeto de estudio fue un fenómeno de medio siglo de vida, quizás la banda de rock más emblemática, deslumbrante y enérgica de todos los tiempos: The Rolling Stones retratados en la intimidad de Shine a Light (2008).
Un año después de aquel estreno y mientras se preparaba para rodar Shutter Island (2010), Scorsese se embarcó en un proyecto sumamente ambicioso, concretando en Living in the Material World (2011) un singular acercamiento a una de las figuras más intrigantes que haya dado el rock moderno. Esta obra constituye un perfecto ejemplo de cómo hacer un gran documental y qué herramientas tomar para aunar todo ese andamiaje fílmico y convertirlo en una maquinaria casi perfecta, trabajando con esos registros reales de lo sucedido hace tiempo (aquellas primeras gemas beatles) hasta llegar a la reciente actualidad (un maduro Harrison reflexionando sobre esos años de intensa búsqueda musical y espiritual).
En más de tres horas de duración, el autor compendia un vertiginoso raid acometido con soberbia maestría. Habrá, en consecuencia, material de archivo: tomas, fotos o sonidos que pertenecen a la época pasada; también encontraremos imágenes filmadas con gran resolución fotográfica que nos acercan al presente, rescates de archivo de antiguas presentaciones en vivo y fotografías inéditas de Bob Dylan y Jimi Hendrix, así como también escenas desde la intimidad del estudio que nos hacen vibrar al ritmo la fiebre beatle y sus tremendas connotaciones: desde la tensión entre sus integrantes a la devoción profesada por miles de fans alrededor del planeta.
Si evaluamos la importancia del legado de los Beatles dentro de la cultura rock contemporánea, sabremos que se trata de un grupo pionero en varios aspectos; el rock no fue el mismo después de ellos, Bowie, Mercury, Dylan, Lennon, Morrison o Elvis. Y si algo le faltaba a Scorsese para seguir abultando su ilustre filmografía (que va en registros desde el drama social hasta el cine de gangsters) es esta auténtica joya documental como tributo a un fenómeno que excede lo musical para arraigarse en lo social y sus efectos de marketing, moda y trascendencia. Y lo hace a través de uno de sus integrantes, captando el talento y la esencia creativa que brindó a la emblemática formación y que extendió de forma aún más meritoria a lo largo de su carrera solista y una decena de discos editados a través de su propio sello discográfico.
El furor que causaron estos cuatro fantásticos por donde quiera que fueran resultó el síntoma más cabal de la importancia de la carrera de Harrison a nivel solista y a la vez su mayor estigma: la separación del grupo le otorgó una libertad creativa que supo aprovechar para potenciar su enorme perfeccionismo musical. Un Harrison que se sentía encorsetado dentro del gigantesco aparato beatle necesitaba respirar aires de libertad para encarar nuevos desafíos estéticos, musicales y artísticos. En este sentido, su encuentro con el misticismo hindú abrió una nueva etapa de su carrera y renovadoras texturas sonoras engrandecerían aún más su obra en los años venideros.
Prueba de la riqueza compositiva del cantautor, y en virtud de su destreza como vocalista y guitarrista, la banda sonora del film nos hace un sucinto pero contundente paseo por algunas gemas de su trayectoria solista sumado a algunos temas de su propio crédito que fueron éxitos en The Beatles (postergados luego de los Lados A de Macca y los Lados B de Lennon). La permanente inquietud creativa de este artista, nacido un 25 de febrero de 1943, buscaba escapar de la lucha de egos que fagocitó a The Beatles, y el documental testimonia esta transición inmiscuyéndose en su tormentosa relación con Eric Clapton.
Sumado a ello, se permite también recurrir a pasajes sumamente emotivos a través del relato de su esposa, recordando el impacto que causara en Harrison el asesinato de Lennon en 1980, el hecho personal que el músico viviera en su propia casa a merced de un fanático, y la enfermedad terminal que marcó sus últimos años de vida (falleció un 30 de diciembre de 2001).
No obstante, el foco de atención prima sobre lo musical. De esta forma, podemos disfrutar de su calidad interpretativa en «Beware of Darkness» e «Isn’t it a Pity» (ambos temas versionados en nuestro plano nacional por Pedro Aznar), «Something», «Behind that Locked Door» y «All Thing Must Pass». A propósito de este último tema, síntesis de su primera obra solista, el enfoque que trama Scorsese (y que Harrison recrea en sus palabras con motivo del 30° aniversario del disco) acerca de aquella odisea creativa en búsqueda del álbum perfecto captura la sensibilidad de un ser íntegro como Harrison.
Evaluar este álbum desde la óptica de Scorsese devela la clave de Living in the Material World. El motor creativo que surge del desamor, el dolor y la angustia, al tiempo que está atravesado por el perfeccionismo sonoro obsesivo, la muerte de su madre y un desengaño amoroso que se trasluce en las letras del disco citado, columna vertebral de las tres horas y media de duración de este infrecuente tesoro musical.
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