¿Alguna vez has bailado con el Diablo bajo la pálida luz de la Luna?
El inicio de Batman, de Tim Burton, es la perfecta introducción de un ícono del cine. Tras una secuencia de créditos donde resuena la majestuosa composición de Danny Elfman, la atención se posa en una familia que pareciese tener un destino similar al de los Wayne; una realidad que podría alcanzar a cualquier miembro de la desprolija y corrupta de Gotham City, una ciudad que se revuelve en el pecado del crimen. Entonces, los alcanza. Un par de malvivientes asaltan a los confundidos citadinos, pero esto no pasa desapercibido, pues un vertiginoso plano picado nos recuerda que hay un vigilante que lo ve todo. Este último toma acción, cae en batalla y resurge infligiendo un inconcebible horror en sus victimas, y es entonces cuando revela su identidad. «Soy Batman»; dando punto y seguido a una secuencia inolvidable para todo amante del superhéroe.
Ya son 30 años desde que el noir, las historietas y el art deco con tintes góticos se fusionaron para plasmar la trágica fantasía de Bruce Wayne en la pantalla grande. La misma puede ser muchas cosas: una batalla entre el bien y el mal, un estudio sobre la locura que enlaza a su héroe y su villano y, por encima de todas las cosas, una exploración sobre las consecuencias de los actos del multimillonario que las hace de justiciero por las noches. Con un director que bien se le conoce por su tono oscuro, Batman recupera la concepción que se tenía del personaje mucho antes del simpático tratamiento al estilo Adam West; aquí vuelve al mito tal y como Bob Kane y Bill Finger lo concibieron. Y para ello, pocos talentos tan aptos como inesperados para dar vida el héroe que da titulo al film.
Entre la locura y la sobriedad
Probablemente, si un fichaje como el de Michael Keaton para Batman se diera a conocer en los tiempos de la hiper-conectividad y el juicio inmediato, el revuelo no se haría de esperar. Pero la decisión del actor es tan apta como lógica. ¿Por qué? Bien se comparte durante los documentales -más que recomendados- sobre el desarrollo de la película: Keaton maneja con sublimidad el equilibrio entre un hombre serio y determinado en contraste a la locura latente de alguien que se disfraza de murciélago para combatir al crimen. De hecho, justo en 1988 la cómica Betleejuice -también de Burton- salía al público y con ello se conoció la faceta más histriónica de su protagonista. El resultado fue más que satisfactorio, y aunque se podría argumentar que ya ha sido superado -mas jamás replicado-, esta versión de Wayne se introduce con más que inteligencia por parte de sus narradores.
Algo que llama poderosamente la atención es que, quien protagoniza la película, no aparece en escena hasta los 18 minutos de metraje, al menos en su faceta de millonario. E inclusive entonces, se le observa desde la percepción de dos de sus personajes secundarios, el decidido reportero Alexander Knox (Robert Wuhl) y Vicki Vale (Kim Basinger). Desde ese momento clave, el film pasa buena parte descubriendo al verdadero Wayne que se oculta detrás de su fastuosa mansión, el que prefiere cenar junto a su mayordomo y que cancela planes para poder ir hacia el lugar de su gran tragedia familiar; la que mandó su vida por un rumbo que jamás se imaginaría. Pero eso solo es la cara evidente de la moneda, pues su noctívago alter-ego es, de la misma manera, parte fundamental de su persona.
Yo soy Batman
Al ponerse el traje, Michael Keaton se sentía abrumado y sobrepasado por el peso del mismo, una suerte de claustrofobia que bien se puede notar en sus movimientos. Es evidente, cualquier prenda que te impida voltear la mirada con el cuello es, finalmente, una aparato de tortura. Batman, como todos lo conocemos, suele operar desde el terror y la impresión, pero tiene el fascinante diferenciador de que su mayor limitación es ser un humano. Aparentemente debe tener una masa muscular considerable para acabar con los villanos, pero el actor tenía un físico discreto que le daba enteros para el papel: nadie sospecharía que es él. Y esto se confirmó al verle en su portentoso traje negro, una escultura gótica que se arrastra entre las sombras, siempre acechando a quien haga el mal. El miedo supera a la fuerza, y eso fue la mayor ventaja que pudo tener esta visión del Hombre Murciélago.
Se dice que Bruce Wayne es el verdadero alter-ego de Batman. La figura del multimillonario es únicamente un caparazón para un individuo que sigue en duelo por la muerte de sus padres, y la mejor manera de luchar con su pasado es acabar con quienes se lo arrebataron. Y la clara personificación de este Mal llegó encarnado en el Príncipe Payaso del Crimen, el villano más importante de su historia pues comparten una triste humanidad que les hace valerse únicamente de su intelecto para acabar con el otro.
Bailar con el Diablo a la pálida luz de la Luna
A diferencia de la concepción del Joker que Alan Moore esbozó en 1988, que un mal día puede romper a una persona hasta caer en el abismo de la locura, Jack Nicholson da vida a una persona que siempre estuvo maldita, pero encontró en lo insano la excusa perfecta para desatar una vorágine de caos y violencia. Es así como se le introduce, un hombre jugando con su baraja, atado al azar del comodín. Si bien su historia es mucho menos trágica que la de aquel pobre comediante forzado hasta un límite de ruptura; Napier, un mafioso desequilibrado, personifica todo lo que está mal en la ciudad. ¿Y quién mejor para el papel que el también actor de The Shining? Es bien sabido que Stephen King detestó el fichaje para la aclamada adaptación de su obra de horror pues Jack resalta demencia con su mirada intimidatoria, algo que iba en contra de lo plasmado en el libro. Sin embargo, es una decisión más que apropiada para darle vida a uno de los grandes villanos de la historia.
Si algo llega a brillar en Batman, es la construcción del odio entre su antagonista y protagonista. El primero es la literal personificación de ese homicidio que le arrebató al otro a su familia, la aleatoriedad del crimen que no sabe juzgar a las personas: todos son lo mismo, y todos podrían morir. El segundo, por su lado, es la supuesta ley que trae orden sobre los sucesos que ocurren en la ciudad. Queda claro desde el inicio, el héroe trabajará incansablemente para que no se repitan los sucesos que lo hicieron quien es, mientras que el villano destrozará con estruendosa teatralidad todo aquello que considere solemne. Y Jack está pasando el tiempo de su vida en un papel que no le ofrece límites, sino que requiere todo su arsenal de histrionismos para sostener a un personaje que, de hecho, no le envidia nada a su adversario en cuanto a tiempo en pantalla. Imposible no recordar su famosa escena con el espejo, su primer asesinato con aquel tema circense o, mi preferida, su excesiva entrada en el museo.
La atmósfera lo es todo
Antes de que Gotham City aterrizara en la realidad con la prodigiosa dirección de Christopher Nolan -mucho más cercano al thriller criminal-, o regresara al completo tono caricaturesco de la mano de Joel Schumacher, Burton construyó una ciudad ambiciosa, detallada y melancólica. Las sombras que crea con las luces a medio descomponer, los vapores que provienen del subterráneo, los enormes edificios que atrapan a sus personajes, son todos detalles que llevan a un tono cuasi policial. Probablemente sea una de las versiones que más se recuerde, y su excelente secuela Batman Returns permitió explorar aún más de su estructura externa e interna. ¿Lo mejor? Cuando la película desciende en una maravilla gótica al tiempo que Batman lleva a Vicki Vale a la Baticueva. Es una secuencia con apenas diálogo donde la atención está en los decorados y la magistral banda sonora, es imposible no rendirse ante la admirable sensación de intriga que construye. Es, en fin, uno de los aspectos que envuelve ese regalo al cine que fue uno de los primeros acercamientos del héroe en la pantalla grande. Irreplicable y magnético, el estilo de Burton fue el perfecto acompañamiento para un personaje que se mantiene inmortal en el colectivo popular.
Y ustedes, ¿qué recuerdan de este gran clásico de 1989?
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