Un repaso a su ascendente carrera, desde Bélgica hasta Hollywood.
Bad Boys For Life, aún con su estreno en el siempre discreto mes de enero, implica muchas cosas para el mundo de Hollywood. Para empezar, es el primer éxito tanto en crítica como en taquilla en mucho tiempo para un Will Smith que se creía perdido, pero que solamente estaba tomando impulso. También, es la prueba de que la franquicia de los dos policías de «la vieja escuela» puede existir -e inclusive brillar- lejos de las excesivas sensibilidades de Michael Bay. Esto último viene gracias a la intención de fichar talento que no solo se limite a ofrecer el mínimo acostumbrado en los films de acción, sino que se optó por traer a Adil El Arbi y Bilall Fallah, dos destacados cineastas belgas que han abocado su carrera a explorar su país de origen desde las historias de crimen. ¿Pero quiénes son ellos? Y, también, ¿qué les depara el futuro?
Nacidos el 30 de julio de 1988 y el 4 de enero de 1986, respectivamente, el dúo creativo comúnmente conocido como «Adil & Bilall» arrancó desde que se conocieron en medio de sus estudios en la escuela de cine. Su primer trabajo llegó en la forma en que muchos realizadores se dan a conocer: un cortometraje que llamó la atención de la crítica. En este caso se trató de Broeders (Hermanos, 2011), donde con 21 minutos narran la historia de Karim y Nassim, dos hombres que viven en el mismo vecindario pero que sus vidas se encuentran en polos opuestos: uno es un religioso incondicional dedicado al trabajo, mientras que el otro es un frívolo traficante de droga. Como se verá en el resto de su filmografía, la tragedia es el motor para la reflexión, y el estilo es el mejor acompañante para que su final resuene con contundencia.
El cortometraje pasó por festivales de cine y, como consecuencia de su buen desempeño, Adil y Bilall no tardaron en encontrar su siguiente proyecto, los primeros episodios de Bergica (Bélgica, 2012), una serie que llegó en plena revolución de la televisión europea. No es común escuchar al respecto, pero el Viejo Mundo tiene mucho que ofrecer a la pantalla chica, generalmente destacándose con pequeñas producciones que, una vez más, utilizan al crimen, la corrupción y la violencia para hablar de su propia situación política y social. Y Bergica no es ninguna excepción, aunque lo hace desde la comedia, con un perfil y humor más cercano a lo que es la caricatura que, sin duda, fue aportado por el artista Jango Jim, quien escribió al programa junto a los cineastas y además animó su creativa intro.
Es aquí cuando inició uno de los momentos más importantes en la carrera de los belgas, pues con un presupuesto digno para una producción europea y unas ideas bien claras, decidieron afrontar la realización de su primer largometraje, la notable Image (2014). El amor a la cápital de Bélgica, la fastuosa Bruselas, se nota al pasar de los minutos, con el dúo creativo erigiendo una historia con la ciudad como su personaje más importante, una que sigue -y critica- a los medios comunicativos y su rol en el creciente espiral de violencia que aqueja sus calles. Se le puede achacar que avanza con paso meditativo y extiende el metraje más de la cuenta, pero también es una invitación a seguir su carrera, presentando siempre un despliegue de ideas que irían madurando al lado de su filmografía.
Pero entonces llegó la película que los puso en el mapa, una suerte de Romeo & Juliet que sigue a dos bandas callejeras en conflicto. Pero en Black (2015) hay tanto estilo como sustancia, pues se opta por estilizar lo más posible a un contexto sórdido por naturaleza, haciendo a la imposible historia de amor entre Mavela y Marwan una tragedia anunciada. De acuerdo a Adil, la película -que adapta una novela escrita por Dirk Brake– fue la oportunidad perfecta para presentar una diversidad que no se ve en el cine pero que abunda en la realidad, y por eso se optó por fichar actores en las calles, lo que se llama street casting. El resultado se nota en pantalla, pues sus personajes se mueven con la brusquedad necesaria como para hacer del conflicto lo suficientemente verosímil, mientras que el libreto escrito por los mismos cineastas y la portentosa dirección son el envoltorio perfecto para un drama a la altura.
Su última producción para Bélgica fue la exitosa Gangsta (2018), quizás la más similar en estilo a lo que Michael Bay había presentado en las dos entregas de Bad Boys. Sus planos son distorsionados, la violencia es incómoda y parece haber pasado bajo el mismo filtro artificial que tanto distingue al cine del estadounidense. Casi como si fuese una versión sin esteroides de Pain & Gain, y con la droga como principal detonante del conflicto, el film sigue a cuatro traficantes de poca monta que ven salir de control sus vidas cuando roban un importante cargamento de cocaína. La denuncia desde el ángulo del crimen sigue presente, pero resalta la ambición -y un muy buen manejo de recursos- por parte de los belgas, con lo que no impresiona que su siguiente trabajo haya sido una enorme película de más de 90 millones de dólares.
Tras el éxito de Bad Boys For Life, ya hay una secuela en marcha. ¿Regresarán Adil y Bilall? Por ahora ni ellos mismos lo saben, pues se enteraron de la noticia por medio de Internet. Por ahora, estarán dedicados a impulsar el siguiente paso en el triunfal regreso de Eddie Murphy: Beverly Hills Cop 4. Además, confirmaron que ya han mantenido conversaciones con Marvel Studios para la posible realización de una película o un programa de Disney+, aunque solamente son ideas en el aire. Lo que está claro es que su nombre ya está en mente de Hollywood, y con un sello personal que inyecta frescura a cualquier proyecto que aborden, la de los cineastas de Bélgica está destinada a ser una historia de éxito.
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