El cine es mágico. Puede hacernos olvidar los problemas sumergiéndonos en un mar de risas, hacernos dar un salto en la butaca del miedo, emocionarnos hasta las lágrimas o llenarnos de adrenalina. El cine nos hace pensar, nos invita a reflexionar… pero también nos hace volar, distrayéndonos de nuestro día a día.
Ante el avance descontrolado del COVID-19, convirtiéndolo en una pandemia que obligó a todo mundo a quedarse en sus casas, los cines debieron cerrar sus puertas.
Con esta nueva realidad, las compañías cinematográficas optaron por posponer sus estrenos, llevándolos lo más lejos posible, con la esperanza de eventualmente exhibirlos con normalidad. Otras sin embargo, optaron por estrenar sus películas de manera On Demand -tal el caso de Universal con Trolls World Tour-, desatando la furia de varias cadenas de cines en Estados Unidos, que amenazaron con no estrenar otros lanzamientos del estudio cuando todo se normalice.
En muchas ciudades del mundo incluso se consideró -e implementó también, como el caso de Montevideo, Uruguay- el regreso de un clásico del siglo pasado, cuyo auge se produjo en los años 60/70 y comenzó a decaer para fines de los ’80… el AutoCine.
En un mundo donde los avances tecnológicos nos invitan a quedarnos en casa, rodeados de confort, sorprende que la gente siga eligiendo ir al cine, más de 100 años después, e intente buscar alternativas para poder seguir cumpliendo con esa tradición de juntarse con otras personas para ver una misma película
Cada año salen al mercado televisores con pantallas más y más grandes, con mayor calidad de imagen. Sistemas de sonido digital envolvente y sillones súper cómodos; y la gente tiene además la posibilidad de elegir con el control remoto qué película quiere ver, cuándo hacerlo y en qué idioma prefiere disfrutarla.
Sin embargo, las personas optan por seguir yendo al cine, y aunque han habido años en los que la afluencia decayó, la industria siempre se las arregla para acercar nuevamente a los espectadores.
Al principio eran películas mudas en blanco y negro. Luego llegaría el sonido, el color, la imagen digital, el 3D y actualmente hasta el 4D, con butacas que se mueven y efectos que permiten la interacción con las personas. Estos recursos se van agregando para seguir atrayendo al público a las salas, pero la pregunta que debiéramos hacernos es por qué se sigue eligiendo, año a año, salir de la comodidad de la casa y pagar una entrada para ver una película rodeada de extraños, en la obscuridad de una sala. ¿Por qué las personas optarían por estar en un auto, con las limitaciones de sonido, calidad de imagen y confort, pudiendo estar en su casa?
Es que ir al cine es una experiencia en sí misma, y si bien la manera de hacerlo ha cambiado a lo largo de los años, las emociones que genera siguen intactas. Ir al cine para muchos constituye todo un ritual, que según recientes estudios nos conecta a otras personas, nos hace participes de algo en común.
Antes solíamos hacer filas eternas para tratar de conseguir una entrada, curiosamente sin sentir el fastidio que tendríamos ante una fila similar en el supermercado. Si hay tanta gente, es porque debe valer la pena, pensábamos. Ahora en cambio las podemos sacar con anticipación, desde casa o con el celular, eligiendo las butacas con tranquilidad, según las preferencias o manías de cada uno.
Esperábamos ansiosos esos avances para enterarnos qué películas maravillosas se lanzarían próximamente. Ahora sabemos qué y cuándo se estrenará en detalle, muchísimo tiempo antes, mirando los adelantos en nuestro celular cuando queremos, las veces que queramos.
Nos quedábamos sentados quietos, expectantes a que la cortina se corriera y comenzara la función. En familia, en pareja, solos… ir al cine nos permitía formar parte de algo más grande que nosotros… y aún hoy lo hace. Nos permite compartir con otros eso que nos conmueve, nos asusta o nos divierte, y convertirnos en uno con los otros.
Vamos al cine porque queremos sentir esa complicidad con el otro, con nuestros padres, amigos, hermanos, pareja… también esa unión con decenas de desconocidos que quizás nunca más volvamos a cruzarnos, pero que nos permite conectarnos, proyectarnos y soñar juntos.
Es por eso que el proyector sigue andando, y lo seguirá haciendo siempre. La industria se adaptará a la nueva normalidad, tomando los recaudos necesarios… y quizás la gente demore un poco en volver a sentirse a salvo en una sala, pero algo es seguro: la tradición de ver cine en el cine no morirá.
¡Que viva el cine!