¿Podemos separar la obra del artista?

Una reflexión que nos debíamos.

Tras los dichos de J.K. Rowling referidos a que únicamente considera como mujeres a las personas que menstrúan, mucha gente, incluidos varias y varios fanáticos del mago más popular del mundo, manifestaron su indignación frente a su postura transfóbica. Obviamente no es la primera ocasión en que ocurre algo por el estilo y esto generó que se reabra una vez más el debate sobre si es posible separar la obra del autor.

Antes de que salgan con palos y piedras contra el redactor de esta nota, tomo la precaución de aclarar que el objetivo de la misma no es generar polémica ni mucho menos, sino poner en debate y reflexionar acerca de esta disyuntiva que divide las aguas hace años. Dicho esto, vamos a analizar algunos de los ejes fundamentales para tratar este tema.

El principal aspecto a considerar a la hora de juzgar a un artista es la gravedad de la acción por la que se lo acusa. Hubo varios casos en los que fueron opiniones repudiables, como el de Rowling y su mirada TERF (Trans-Exclusionary Radical Feminist), alineada al grupo más conservador del movimiento feminista. Una realidad muy distinta ocurre con el accionar nefasto de personalidades como Kevin Spacey (House of Cards, American Beauty) o el productor Harvey Weinstein, ambos llevados ante la Justicia por casos de acoso y abuso sexual.

El concepto de «cancelar» a alguien es relativamente contemporáneo y tiene su origen en el cambio de paradigma comenzado tiempo atrás, impulsado por las nuevas generaciones. Es por eso que, cineastas consagrados que cometieron delitos en épocas pasadas, son juzgados socialmente en la actualidad. Tal es el caso de Roman Polanski (Rosemary’s Baby, Chinatown), quien en 1977 fue acusado de drogar y abusar de una menor de edad; o el propio Woody Allen (Annie Hall, Midnight in Paris), protagonista de una historia mucho más extensa y compleja que comenzó con una denuncia de abuso sexual por parte de su hija adoptiva Dylan Farrow.

Allen volvió al centro de la polémica luego de que se publicara su autobiografía titulada «A propósito de nada» (Apropos of nothing) con el apoyo de la editorial Hachette, la misma que distribuyó el libro «Catch and Kill: lies, spies and a conspirancy to protect predators» del periodista Ronan Farrow, hermano de Dylan e impulsor de la investigación sobre los abusos sexuales perpetrados por Weinstein; los mismos que iniciaron el movimiento #MeToo. Por otro lado, J’Accuse (2019), la última película de Polanski, fue foco de una campaña en su contra para que no se exhibiera. Incluso la directora argentina Lucrecia Martel (La Ciénaga, Zama), jurado de la edición pasada del Festival Internacional de Cine de Venecia, manifestó el disgusto de que se le diera espacio a un film del director francés.

Un caso particular es el de Michael Jackson, uno de los artistas musicales más celebrados de todos los tiempos, el cual fue acusado en reiteradas ocasiones de abuso infantil. Varias de las denuncias habían sido desestimadas por la Justicia norteamericana y su popularidad nunca se vio afectada; hasta que Leaving Neverland (2019), el documental de HBO, expuso los desgarradores testimonios de sus víctimas y provocó que muchas radios a lo largo del planeta dejaran de reproducir su música, y dividió las opiniones respecto al Rey del Pop.

Otro aspecto importante a tener en cuenta es si la obra misma expresa una ideología despreciable. Como ocurre con la versión argentina de Casados con hijos, que reproducía estereotipos hirientes en una época en la que la audiencia se reía de esos gags. O la reciente polémica desatada alrededor de Gone With the Wind (1939), temporalmente retirada de la plataforma HBO Max al considerar que propaga una mirada racista. La justificación por parte de la compañía fue que la decisión se formó como un gesto de apoyo al movimiento antirracista «Black Lives Matter», tras el brutal asesinato de George Floyd en manos de la policía de Minneapolis.

De acá se desprende otra arista, en la cual se tendría que considerar el contexto en el que se formó la obra. Si nos ponemos a revisionar productos de épocas pasadas, es muy probable que varios de ellos no pasen el filtro moral o de corrección política que predomina en el momento en que se analiza. Una buena práctica podría ser la de descomponer esos contenidos tomando en cuenta el año en el que fueron realizados, profundizar en el por qué de su éxito y analizar los motivos por los cuales ya no funcionan en el presente. De esta manera, se llegaría a comprender que son resultado de sociedades pasadas y tendrían que ser observados de forma contextualizada.

Al día de hoy, la idea de separar o no la vida profesional de las celebridades del accionar en sus vidas privadas sigue generando discusiones y debates. En mi opinión, es posible separar la obra de su autor, siempre y cuando no se justifiquen los delitos de los artistas ocultándolos detrás de sus éxitos. Otra cuestión a tener en cuenta es que tal vez el espectador no pueda olvidarse de una película clásica, pero le corresponde recriminar los actos delictivos que haya cometido su realizador y no invisibilizar a las víctimas.

Santiago Obeziuk

Periodista

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