Pedro Almodóvar: La Ley del Deseo

Maxi Curcio empieza una serie de especiales dedicados a grandes directores. El primero es el aclamado cineasta español, que por las últimas horas estrenó Dolor y Gloria.

Pese a ciertas limitaciones obvias de un cineasta debutante, con Pepi, Luci, Bom y otras Chicas del Montón (1980), Pedro Almodóvar mostraba un carácter revolucionario, audaz, y se percibía en ciernes a un director fuera de lo común. Tal muestra de talento encuentra en Laberinto de Pasiones (1982) a un film superior, evolucionado aunque bien diferente al anterior mencionado. Esta obra descubre a un autor camino hacia la madurez.

Como introducción a lo que sería para el realizador español una década prodigiosa y plagada de films-éxito, Laberinto de Pasiones es un digno exponente de las obsesiones de Almodóvar: su Madrid natal como centro del relato, que es la quintaesencia de sus films. Allí cualquier locura puede hacerse realidad en medio de una metrópolis madrileña catártica, vanguardista y lisérgica, en el epicentro de la movida cultural de aquellos años. Unos más bizarros que otros, una variopinta fauna de personajes dan al film sustento y Almodóvar se encarga de entrecruzar sus vidas en este relato coral. Allí entra en juego el factor de la casualidad, el cual se utiliza para crear humor, así sea éste en la más extraña de las situaciones. Bajo este contexto, el manchego explora sus obsesiones más profundas, tal el laberinto de pasiones que al título remite.

La puesta en escena es almodovariana ciento por ciento: una fotografía colorida, hasta por momentos desbordante, se complementa con diálogos graciosos que apuestan al doble sentido, otorgando un ritmo y matiz para las escenas más determinantes que apuntan a dar al film un toque de comedia sexual. Acentuando el lado oscuro y ambiguo de la sexualidad de los personajes, el autor transita territorios familiares. Dicho diseño colorista va de la mano con la mirada pop que él ensaya, de una frescura incontrastable para los tiempos que corrían como ejercicio de liberación necesario para una sociedad aplomada con necesidad de exorcizar el sinsentido de una dictadura devastadora por donde se la examine.

Ya sea como en este caso explorando las relaciones de pareja, la concepción y el travestismo o como lo haría en films futuros con otros tópicos de sensibilidad social -los homosexuales, la Iglesia, las relaciones entre madres e hijo-, conforman vetas dramáticas que Almodóvar sabe interpretar y expresar como nadie. Potencialmente, con el correr del tiempo, todo material que en pantalla presente resultará blanco de polémicas dado el carácter irreverente de su mirada bien personal y aguda, siempre sujeto a la provocación. Así entiende Almodóvar a su arte, así concibe el cine. Y bienvenida su existencia, como él no hay dos.

No era exagerado si a estas alturas se consideraba a Pedro Almodóvar como hijo dilecto de Luis Buñuel. De hecho, ¿Qué he hecho yo para merecer esto? (1984) tenía mucho del cine del genio surrealista. A la vez que se complementa como un homenaje a la irreverencia del cine independiente de John Waters -más precisamente con referencias a las contemporáneas Pink Flamingos, 1980 y Polyester, 1981- y sus alusiones al sexo y la drogas. También a Andy Warhol, en identificación al underground nocturno y anárquico que la corriente cultural de la que formaba parte Almodóvar y que él mismo transitaba. Es precisamente ese ámbito de incontinencia y rebelión cultural donde el autor ibérico se abría paso a fines de los ’70, y su estética superpoblada de colores, surrealista y caótica cobraba vida.

Madrid es el epicentro del relato, y aquí el propósito es estudiar a un grupo disfuncional de clase media tan salvaje como excéntrica. El infierno surrealista en el que vive esta familia dará pie a momentos de comicidad realmente perversos cuando esta sátira psicodélica urbana se desate. Esta historia para nada convencional probablemente tenga influencia en la propia infancia de Almodóvar con un gran acento en el costado satírico que borda directamente con la locura de sus personajes. Los mismos adeptos a la homosexualidad, a la prostitución y a las drogas, emprenden una interminable travesía de excesos. Al respecto, y si bien se deja ver cierto costado humanístico y reflexivo, sus personajes parecen destinados al blooper ridículo y constante, qué por su carácter burlón se ganan la simpatía y la complicidad del espectador. Esta identificación del público con sus personajes, que Almodóvar supo explotar tan bien a lo largo de su filmografía, se transforma en un inconfundible rasgo autoral.

Imposible no deleitarse con esta comedia de indudable aires punk, que se construye gag tras gag y con el dialogo de lenguaje subido de tono que siempre presenta Almodóvar. Una escalada desmedida y desbordante, qué pese a sus excesos, funciona a la medida del relato: un micromundo solo posible dentro del Planeta Almodóvar, con historias que se retroalimentan en su provocación. Desde allí el autor traza su propio puente artístico, artífice de la modernidad cinematográfica en la que se sume el séptimo arte español entrados los años ’80, inmerso hasta ese entonces en la mirada pueril, censurada, limitada y con nula apertura al pensamiento libre que promulgaban cuatro décadas de franquismo.

Cuando en el año 2004 Pedro Almodóvar estrenó La Mala Educación, se estimaba que el film fuera una dura crítica a la Iglesia Católica y más de una referencia argumental se le atribuía a manera de nexo a Entre Tinieblas (1983). Quizás, entonces, tengamos que remontarnos al film en cuestión para entender la mirada bien personal de Almodóvar en un tema que lo apasiona, lo inquieta y lo intriga. Esta comedia religiosa es una sátira, irreverente y desfachatada, con el típico estilo provocador que es marca registrada de su realizador.

Este Almodóvar de la primera época hace convivir a una estrafalaria galería de personajes: las vidas de unas monjas se entrecruzan con una cantante que esconde su identidad, una drogadicta, una masoquista y una escritora de ficción. Características tan bizarras que no son elegidas al azar y que cada una representa explorar y bucear en las dudas existenciales del autor manchego para plantear sus dobleces, dualidades y zonas ambiguas… tan oscuras, casi impenetrables. Es por ello que esta parodia aborda un tema tan ríspido como la culpa como motor conflictivo del cuestionamiento de la fe. Las acciones y obsesiones de sus protagonistas, de tan alocadas que se presentan, cuesta tomarlas en serio, y tal exageración justifica para Almodóvar constituirse en una ácida crítica que no menos que denigra la integridad de la Iglesia Católica como institución.

En Hable con Ella (2002), Almodóvar explora una vez más el terreno más íntimo de sus obsesiones y continúa experimentando con éxito en el ámbito del melodrama, al que ha dejado paso su anterior afición por retratar de manera bizarra un universo de comedia. Aquí nos presenta una visión del amor sin igual que tiene como objeto de esa devoción a una mujer y toda la singular elaboración psíquica que esta conlleva detrás. El resultado es un potente melodrama que se encumbra como el trabajo más maduro que su director ha llevado a la pantalla, donde cada elemento encaja a la perfección con extrema sutileza.

Narrativamente, el film posee una estructura interesante, llena de giros imprevistos y que desembocarán en la tragedia y también en el romance. Estas variantes que incluye Almodóvar en la historia la hacen rica en elementos que desnudan obsesiones propias y dejan al descubierto las conductas humanas ante situaciones extremas. Notable a la hora de transmitir las sensaciones que éstos experimentan al enfrentar sus propios límites, el film posee una complejidad argumentativa puesta de manifiesto mediante una lingüística característica del autor, que desarrolla personajes y hechos a la perfección, explotando sus habituales líneas de fino humor.

Un experto en retratar con maestría el universo femenino, Almodóvar entrega el protagonismo a dos hombres de corazón herido frente a sus amores en estado de coma, otorgando a la mirada masculina la responsabilidad para bucear en sus sentimientos hacia el otro sexo con emoción, ilusión e intensidad. Hable con Ella redondea una compleja trama diseccionada en la mano experta y singular del brillante autor ibérico, para erigirse como una arriesgada, vigorosa y libre pensante visión de un amor hermosamente trágico.

En la antes mencionada La Mala Educación el blanco argumental resulta ser, en parte los abusos de la Iglesia en tiempos franquistas y, por otro lado, una pintura sobria de España en tiempos turbulentos y revolucionarios. Con indudable oficio, Pedro Almodóvar da al film un rumbo bien definido: explorar las pasiones de sus personajes y, como telón secundario, mostrar y condenar los abusos de un sacerdote en nombre de la Iglesia, que bien podría haber sido un padre de familia.

En esta ocasión el realizador se plantea explorar terrenos ambivalentes como la hipocresía, la deformación del espíritu, los acosos, las pasiones y factores como el travestismo, quienes juegan un papel importante en la historia misma, como también en otras obras anteriores del autor, conformando una suerte de huella personal rastreable.

Una vez más, utilizando una marcada estética de tono provocativo y transgresor, el director se permite jugar con ciertos códigos de la época que involucran la noche madrileña de los ’80 y su gran icono como fue Sara Montiel. El descubrimiento mágico del cine, elemento que Almodóvar aprovecha al máximo, posee también tintes autobiográficos y testimoniales, dado que el propio autor fue protagonista de la explosión artística under madrileña de aquellos años. Casi una exaltación de su propio ego.

El autor manchego domina los elementos clásicos del cine negro para retratar con evidente ojo crítico, rigor histórico y sin temor alguno, a la represión militar de los ’60 y los abusos del clero, haciendo también hincapié en la estructura psíquica de sus personajes, un auténtico sello del autor. Frenético, sabe manejar los tiempos de la intriga mediante un acertado acercamiento al relato policial de manual, estirando al límite un desenlace plagado de interrogantes.

Sin embargo, la firmeza que Almodóvar desenvuelve en el terreno dramático, juega un papel de riesgo en un film tan heterogéneo y abarcativo. Existe un quiebre en el pulso narrativo de la historia, con cierto exceso argumental en su desenlace, propio de este melodrama convertido en híbrido y complejo rompecabezas policial. La apuesta del autor realza sus dotes para manejar los hilos narrativos del suspenso, una cualidad que repetirá en La Piel que Habito (2011).

Almodóvar incursiona en el cine negro en una apuesta similar a lo que fue la aún mejor lograda Carne Trémula (1996), donde tomando dichos elementos construía un impecable ejemplar de género. Pese a sus ambivalencias y excesos, el gran oficio del autor para conectar las historias del pasado con las actuales mediante un juego de elipsis casi surrealista, es su cualidad más destacable. Arriesgado y lleno de pasión, el autor ataca zonas oscuras, energías perturbadoras, rincones íntimos reprimidos y sugerencias que van más allá de lo meramente visible.

En la voz de Estrella Morente, el film Volver (2006) alude al mítico tango homónimo aquí concebido flamenco, por medio del cual así canta Almodóvar su tragedia a la española. Una voz que nunca se calla, que siempre dice lo que piensa, que es coherente con un estilo que ha seguido fiel a lo largo de sus tres décadas como realizador. Esta obra aborda conflictos del mundo almodovariano que el talentoso director manchego sabe cómo abordar, haciéndolo con maestría y la cuota de calidad de siempre.

Un mundo donde historias surrealistas y heroínas de hierro dignifican las viejas fórmulas de lo conocido, algo de lo que el cineasta se había alejado desde Todo sobre mi madre (1999). Existe un énfasis puesto en el abanico temático que toca Almodóvar, merced a un acercamiento que se produce con ribetes tragicómicos: la relación entre madre e hija, apariciones fantasmales, supersticiones y cuestiones opuestas abordadas desde una compleja visión trazan el ideario almodovariano.

Asimismo, el omnipresente factor sexual, desde las constantes insinuaciones de cámara sobre la curvilínea Penélope Cruz hasta la mirada incisiva del director sobre el incesto, el adulterio y los abusos sexuales. Elementos que marcan el accionar de sus protagonistas y que están determinados en el oscilante ánimo de Almodóvar, quien sabe de registros que van desde el drama angustiante y desgarrador a la comedia sarcástica y juguetona, en una prueba de versatilidad consumada.

Por momentos enigmática o fantástica, el encanto del film reside en lo sugerente de su aspecto tanto narrativo como visual puesto en desentrañar ese pasado que vuelve y que llena de melancolía y la vez da una nueva oportunidad. Quizás por un amor trunco, oportunidades pasadas, sueños perdidos o por una decisión no tomada a tiempo, Almodóvar sabe cómo identificar a sus espectadores con cada uno de sus personajes y condimentarlo con la siempre rica y tradicional cultura española.

La culpa versus el perdón, la reconciliación y la redención, sirven para reflexionar acerca de la aceptación de la muerte. A propósito, las creencias populares sobre espíritus y apariciones resultan una cruel visión sobre la mediocridad de la sociedad de hoy emparentada con el consumismo masivo. Como un espejo de sus mejores obras pasadas, donde ahonda en temáticas comunes a sus obsesiones más intrínsecas, Volver es un compendio del torrente de deseos y miedos que pueblan el universo Almodóvar. Un cineasta regido por la ley del deseo.

Maximiliano Curcio

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