Un especial centrado en el reconocido cineasta, en ocasión del estreno de The Other Side of the Wind.
La cadena Netflix presentó finalmente el postergado lanzamiento comercial, 40 años después de su registro inédito, del film The Other Side of the Wind, un proyecto póstumo que vio finalmente la luz gracias a una cuidada restauración. La génesis del mismo se remonta a unos hallazgos realizados por expertos de la Universidad de Michigan, quienes localizaron las memorias escritas por Orson Welles hace más de 30 años. Los documentos extraviados incluían extractos escritos, fotografías inéditas, correspondencia personal y guiones de films inacabados. Parte del material rodado, un auténtico tesoro cinematográfico, pertenece al film inacabado de Welles, que ha permanecido oculto desde su fallecimiento y que los usuarios de Neflix ya pueden disfrutar en su versión online.
Bajo la custodia de su hija y única heredera –Beatrice- los derechos de autoría sobre el inédito film pertenecieron a la actriz Oja Kodar (última compañera de Orson Welles) y la compañía franco-iraní L’Astrophore. A pesar de continuados intentos por publicar el material, la falta de acuerdo entre las partes hizo imposible la finalización de la obra póstuma a lo largo de la última década. La intervención del productor Frank Marshall, bajo el sello Royal Road Entertainment, consiguió destrabar la situación a mediados de 2014. La mencionada compañía obtuvo los permisos necesarios para concluir la película, mediante un proceso de catalogación y edición que demandó años de trabajo, y cuyo detrás de escena puede vislumbrarse en el documental que la cadena de streaming estrenó bajo el título de They’ll Love Me When I’m Dead.
Orson Welles y cinco hitos de su carrera
Welles, desde muy joven, comenzó desarrollando sus aptitudes artísticas representando obras de William Shakespeare, su gran obsesión de su incipiente vocación. Obtuvo su recompensa cuando pudo llegar a representar en Broadway varias de las grandes obras del célebre escritor inglés. Su gran suceso en las tablas le abrió las puertas de la radio, donde en un espacio propio llevó a cabo, un 30 de octubre de 1938, su famosa adaptación de La Guerra de los Mundos, la novela de H.G. Wells. El semejante suceso de tal impactante puesta en el aire sobre la ficticia invasión extraterrestre le abrió las puertas a los estudios RKO. La emisión radial había desatado una polémica en una nación que siempre tuvo un enemigo exterior que combatir, llámese el comunismo, el terrorismo o los alienígenas. Su desembarco en el mundo del espectáculo no podía haber sido más escandaloso.
Un jovencísimo Orson Welles revolucionaba a Hollywood con su ópera prima, una película de características de leyenda a la que él se adentró de lleno una vez que fracasó su intento de llevar a la pantalla grande la obra El Corazón de las Tinieblas. Desde la prodiga concepción de un rebelde y nuevo cineasta, su polémica y caótica filmación en los estudios RKO dio como resultado el film en cuestión: El Ciudadano (Citizen Kane, 1941), para algunos al momento de su estreno un fracaso absoluto, para otros una obra maestra. Esta segunda mención perduraría a lo largo del tiempo reivindicando a Welles y su primera criatura como una de las mejores películas de todos los tiempos.
El film trabaja la gramática de la imagen como ninguno lo había hecho hasta ese entonces. Dando cuenta del excelente manejo de tiempos que Welles poseía, cuya astucia con la cámara queda evidenciada en el uso de los primeros planos, del plano medio y del plano detalle, en un enfoque simultáneo que daba por tierra con todo lo conocido y empleado. Sumado a los encuadres y juegos de focos que utiliza y que, sin dudas, como proveniente de Welles, rompían con las reglas establecidas y lo asentaba como un cineasta joven con una visión moderna de hacer cine.
Como es conocido, el autor tenía más que un problema -dado su rebeldía y divismo- a la hora de conseguir financiación para sus proyectos. Es por ello que mucha de su filmografía quedó sin completar o recién se editó varios años después de concluida su realización. Años más tarde llegaría La Dama de Shangai (The Lady from Shangai, 1947), un film representativo para la rica historia de un cine noir, por entonces en su apogeo. La magia de Welles se percibe en cada escena, en cada toma, en cada dialogo. Sin embargo, una vez más, los estudios decidieron recortar ciertas escenas y la rebeldía de Welles lo convirtió casi en un proscrito de Hollywood, en un rebelde sin causa, en un enfant terrible.
Preso de los estudios durante gran parte de su trayectoria, se convirtió en un auténtico prófugo de Hollywood hacia una Europa que le abría las puertas con más libertad, su regreso triunfal con Sed de Mal (Touch of Evil, 1958) ya en la madurez de su carrera, es no menos que un renacer de las cenizas. Sed de Mal constituye el típico policial de cine negro clásico de los años ’50 y ’60. No le faltan elementos, desde narrativos en su construcción argumental hasta visuales en la construcción de espacios, manejo de tiempos y estilo de cámara. Con ella, Orson Welles nos da una clase de cómo construir un film policial noir a la perfección: el guión abundará en policías corruptos, tramas oscuras, traiciones y venganzas. El estilo único del director, un auténtico adelantado para la época, construye a visualmente un film con una impronta audaz e inusual para aquellos años (basta ver la escena inicial, de creación perfecta) consiguiendo lograr la mixtura ideal para atrapar al espectador con una trama original y a la vez con un ritmo sin respiro.
Entrados los años ’60, basándose en el libro homónimo de Franz Kafka, estrena El Proceso (Lé Process, 1962), otra de sus obras más recordadas. El film es uno de sus más ambiciosos proyectos concretados de la manera en que solo él sabía, no obstante para un tibio recibimiento de crítica. Un adelantado en términos de estructura narrativa y de destreza visual, incomprendido de sus colegas contemporáneos, Welles concibe una obra que constituye un análisis cinematográfico de la justicia y sus dobleces dentro de un sistema de leyes dictatorial.
El legado de Orson Welles
La desaparición física de Orson Welles se produjo justo a tiempo cuando los críticos de la época y el público -que durante tanto años le diera la espalda- comenzaban a reconocerlo por el talento y la trascendencia que su figura implicó: un auténtico pionero e inventor que revolucionó las bases del cine de su tiempo y del futuro. Para entender la permanencia de su figura a lo largo de los años y lo esencial de su obra en contribución al progreso del cine, basta evidenciar el adelanto cronológico que sus películas exhiben, caracterizadas por una técnica depurada gracias a recursos renovados y a una narrativa dramática desconocida hasta entonces.
También, y como muchas de sus películas lo muestran, Welles sentó las bases para la evolución en la puesta en escena, el cine de autor y el género noir, entre muchas ramas cinematográficas que revolucionó. La obra del cineasta siempre ha sido un poco críptica de desentrañar y su abordaje ha resultado más que complejo, puesto que ha llegado a cambiar drásticamente las reglas de progresión fílmica conocidas hasta entonces, en pleno crecimiento del cine sonoro.
Triunfó en Cannes gracias a sus célebres adaptaciones de Shakespeare y nunca pudo alzarse con el premio Oscar a la Mejor Película ni al Mejor Director por El Ciudadano o por The Magnificent Ambersons, films por los que fuera nominado. La Academia recién lo premió con un tardío Oscar Honorario a la trayectoria en 1971, gracias a su versatilidad artística en la realización de films. Es sorprendente, y hasta paradójico, que el cineasta más grande de todos los tiempos no tuvo el merecido respaldo de la crítica en su época de esplendor. Si llegara a competir oficialmente por su film póstumo próximo a estrenar, este hecho no haría más que engrandecer aún más su mito.
Sin embargo, Orson Welles no necesitó jamás del aval de la industria, su obra se retroalimentaba en su propia pasión por el cine como arte en constante evolución. La llama incandescente de su legado refleja en esa necesidad imperiosa de desafiar las reglas de forma constante una forma de entender el cine. Inmerso en ese vértigo creativo logró dar rienda suelta a su prolífica obra, de magnitud y trascendencia única. Con él, cambió todo.
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