M. Night Shyamalan: Miedo 2.0

Algunas líneas sobre el cine del autor indio.

El realizador y guionista indio, artífice por excelencia de sus mundos sobrenaturales, consolida su lenguaje con el paso de cada film para decirnos su verdad, de acuerdo a sus formas de contar. Partiendo de la idea de que su cine se despoja de parámetros convencionalistas, quizás sea hora de reivindicarlo de una vez por todas y dejarnos atrapar en su dimensión desconocida. Podrá ser amado u odiado, pero ignorado jamás.

M. Night Shyamalan es, por varias razones, uno de los cineastas más particulares que haya dado el cine en los últimos 20 años. The Sixth Sense (Sexto Sentido, 1999) fue, no solo su tercera incursión cinematográfica y una grandísima película, sino que es una obra de las más representativas del género del terror psicológico, marcando un hito insoslayable. Otras de las razones, y menos feliz, por las que Shyamalan está muy frecuentemente en boca de todos es porque ninguno de sus films posteriores pudo llegar a alcanzar ni superar el éxito mencionado. Allí es donde se produce un quiebre en su filmografía y su obra cumbre se convierte en una referencia inclaudicable.

Semejante debut en las grandes ligas de Hollywood fue, paradójicamente, lo mejor y lo peor que pudiera pasarle al realizador nacido en 1970. Preso de las continuas comparaciones respecto a su ópera prima maestra, el fantasma de aquel film merodeando sobre el resto de su obra convierte a una joya del suspenso psicológico en un estigma que su autor carga sobre sus espaldas, como un injusto parámetro en permanente comparación. Films erráticos, de paródicas conclusiones o francamente propuestas decepcionantes, hicieron dudar del verdadero talento de este señor, que parecía agotado. Pero a Shyamalan hay que saber entenderlo y conocerlo. No es el Alfred Hitchcock contemporáneo, como alguna vez se lo tildó -un peso demasiado exagerado para sus espaldas-, pero tampoco es un improvisado. Si revisamos su obra, veremos a un cineasta de culto, con una línea de pensamiento muy coherente y una visión del mundo que -si bien es discutible- se deja ver profunda e inquietante. Estas características dejan marcas a lo largo de sus películas, convirtiéndolo en un más que particular facsímil de autor cinematográfico.

En Lady in the Water (La Dama del Agua, 2006), M. Night Shyamalan aborda temáticas que le son familiares en su obra: fobias y obsesiones recurrentes que nos hablan acerca de lo profundo de sus miedos. Sus inquietudes acerca del hombre y sus circunstancias, las dudas existenciales y las fuerzas superiores que amenazan a la raza e intentan lograr su comprensión, se materializan en la misteriosa dama acuática que da título al film. Esta inmaculada criatura del más allá busca comprender el mundo tan convulsionado que habitan los seres de carne y hueso.

Una óptica pesimista y apocalíptica se ve plasmada a lo largo del relato, con un comienzo que remite a War of the Worlds (La Guerra de los Mundos, 2005) -al igual que un joven Steven Spielberg, Shyamalan tiene esa capacidad de introducirnos en los miedos humanos más intrínsecos-, donde una voz en off del narrador nos introduce de forma oscura, inquietante y amenazante, anunciando la tragedia y proveyendo el caos. Pero, a no confundirse, La Dama del Agua es una fábula mágica, no un cuento de horror.

Con su habitual habilidad narrativa y esa capacidad para crear climas ominosos y perturbadores, el director indio construye en The Happening (El Fin de los Tiempos, 2008), un sólido thriller sobrenatural cargado de tensión y expectativa. Lo tenebroso de la trama no alcanza un clímax superlativo, pero deja deslizar una mirada muy particular, ácida y tremendista de su director sobre su gobierno y la manipulación de éste sobre los medios de comunicación. El autor hace hincapié en su visión pesimista sobre la sociedad y su curso, sobre las relaciones interpersonales en momentos de crisis y desesperación, sobre las amenazas permanentes -el terrorismo- y, finalmente, sobre ese plus que se encuentra en la voluntad divina. Esa fuerza superior que deja fuera del alcance de nuestras manos el curso de las tragedias de índole natural que gobiernan nuestra suerte.

Shyamalan cultiva un estilo muy personal. Es un director muy apegado y férreo a sus posturas que no son siempre las convencionales. Por el contrario, se mueve dentro del género del suspenso, planteando historias que parecen sacadas de fábulas y cuentos bizarros que generan fascinación. En este caso el leitmotiv es la humanidad en jaque en medio de un ambiente desolador y apocalíptico, acercándose a la concepción de clase B de George A. Romero. Otra extrañeza del film radica en ese final revelador que queda trunco, como una realidad perturbadora que asoma amenazante, imponderable e implacable.

Otorgarle a M. Night Shyamalan el beneficio de la duda, resultaría una grata oportunidad para mirar con otros ojos su filmografía «menor» y reivindicarlo. Volver a ver Signs (Señales, 2002) y The Village (La Aldea, 2004) y encontrar puntos interesantes resulta favorable, y aún a pesar de los excesos que convierten a estas buenas obras en ejemplares de alto vuelo creativo. The Sixth Sense (1999) y Unbreakable (El Protegido, 2000) son hasta ahora sus puntos autorales más altos y grandes films inalcanzables a la óptica de la perfección del género. No obstante, estas películas posteriores lo formaron aún más como cineasta. Con sus altibajos e irregularidades, pero con una profunda concepción y convincente creencia de los mundos que aborda tan lejanos a la mundana chatura habitual de estos tiempos. Quizás este matiz lo convierta en un incomprendido, precio que tiene que pagar para ser finalmente aceptado como el gran cerebro que es, aún víctima de las contingencias creativas que maneja la industria.

Este joven cineasta es de aquellos que a lo largo de su obra expresa una visión coherente y profunda de su mundo, reiterada en sus inquietudes y temáticas a las que aborda con un estilo y un lenguaje propios. Respecto a sus historias y el modo de contarlas, parte de las experiencias y obsesiones personales que el autor cultiva le han facilitado explorar su veta más punzante y las vertientes que realmente lo movilizan, encontrando siempre algo interesante por decir al respecto.

En su obra hallaremos puntos en común, para la reflexión, la polémica y la discusión. Como denominador común en su filmografía, observamos al hombre y sus circunstancias enfrentado a sus miedos más recónditos. Los temores que lo aquietan y las dudas existenciales, frente a las fuerzas superiores que amenazan su supervivencia, son parte del imaginario personal. Esa búsqueda permanente lo ha consagrado como un explorador de historias sobrenaturales. Desde mundos con presencias fantasmales, pasando por las micro-sectas suburbanas aisladas de las sociedades y hasta llegar a aventurarse en el misterio extraterrestre.

Dotado de un talento y una técnica única, ha sabido recrear climas de suspenso y terror marca registrada, consolidándose, con el paso de cada film, como un cineasta fuera de lo común, adoptando la trillada etiqueta de «autor de culto». Desde sus formas estéticas, desde las aristas que aborda y desde el periplo que resulta recorrer su joven, pero nutrida filmografía, se percibe frescura y audacia en su obra. Es un autor contemporáneo, estandarte de una camada -la del cine de autor- cada vez más exigua en Hollywood. Él nos acostumbra a sus vueltas de tuerca patentadas, esas que aparecen cerca del final para inquietar y abrir el juego de la polémica post visionado del film, jugando al límite de la fina línea que divide el rigor dramático de lo trágico con lo irrisorio de una especie humana decadente y contradictoria. Generando un planteo interior revelador y determinante para cada uno de los habitantes que pueblan sus mundos, decididos a romper las reglas de toda lógica y violar las normas de lo convencional y entendible al lógico pensamiento humano. En el autor indio, lo verosímil delimita con la auto parodia.

No es «el gran mentiroso» que patentó para sí Federico Fellini, ni una alucinación pasajera de un genio desperdiciado. Tampoco es un farsante ridículo que no tenga historias para contar. Shyamalan lejos está de agotarse y sus últimos films (sendas secuelas de El Protegido) demuestran pinceladas de su talento, como síntomas inequívocos de una carrera con dos décadas de recorrido y un futuro prometedor.

Se trata de un gran artista que abunda en elementos propios sabiendo que corre sus riesgos, pero cuyo estilo y concepción fílmica es convocante y digna de extremos partidarios y detractores. Un segundo visionado de su obra nos invitará a descubrir pequeños secretos ocultos como sutiles trazos de maestro sembrados en un lienzo. Es tiempo de reconocerle su talento y el momento de encontrarnos frente a este cineasta sin pretender un nuevo Sexto Sentido por venir.

Maximiliano Curcio

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