Unas líneas acerca del padre de los muertos vivientes.
Durante 40 años de carrera, George Romero exploró su universo personal de modo incansable, resurgiendo, a través de sucesivos retornos, al subgénero que patentó con su impar sello. El creador de las películas de zombies configuró un sendero trazado por Night of the Living Dead (La Noche de los Muertos Vivientes, 1968), Dawn of the Dead (El Amanecer de los Muertos, 1977), Day of the Dead (El Día de los Muertos, 1985), Diary of the Dead (El Diario de los Muertos, 2007) y Survival of the Dead (La Reencarnación de los Muertos, 2009), entre múltiples incursiones a la gran pantalla, en su rol de director, guionista y productor.
Sabiendo capitalizar de forma positiva los avances tecnológicos de la época a medida que su saga cobraba vida en subsiguientes entregas, y haciendo uso de apreciables recursos estéticos y visuales -sin por eso perder el espíritu «clase b» que caracterizó y popularizó a sus films-, Romero forjó un estilo. Es válido notar el enorme vacío que el subgénero de zombies padecía en este tiempo, tras algún que otro tibio intento de Robert Rodríguez y Quentin Tarantino en From Dusk Till Dawn (Del Crepúsculo al Amanecer, 1996) y de Danny Boyle mediante ese extraño y brillante híbrido que fue 28 Days Later (Exterminio, 2002). Sin embargo, el mencionado estilo parecía naufragar fuera de las manos de Romero y nadie podía hacerlo igual de bien.
Un puñado de grandes maestros del terror y pioneros de subgéneros han sabido adueñarse del universo que crearon. Así como el cine de monstruos y aterradoras historias provenientes de la literatura se expandieron a través del expresionismo alemán hasta llegar a la era dorada de Hollywood durante la década del ’30, este terreno particular tenía a su maestro probado. Romero constituyó, entre principios de los ’70 y fines de los ’80, un realizador joven e innovador, visionario en muchos aspectos y precursor de cierta corriente del cine de terror underground, quien junto a Dario Argento (y su giallo proveniente desde Italia) se erigió como estandarte de una porción del cine independiente que desafiaba al gigante mainstream.
Pueden rastrearse ciertas huellas estéticas inalterables en la mentada «saga de los muertos» de Romero, aspecto comprobable en los efectos, montaje, fotografía e iluminación implementados, que rescatarán con primeros planos explícitos y en forma violenta el cine gore que el autor perfeccionó y adaptó de su mentor Herschell Gordon Lewis para su propio mundo de zombies. Su ejercicio del género jamás claudicó en su concebir ideológico: satírico, cínico y bizarro. Anarquista irremediable y eterno provocador, mediante su obra Romero no se priva de hacer saber su punto de vista, agudo y sin atenuantes, acerca de la sociedad y la política que lo circunda.
Su cosmovisión del terror transformó un producto cinematográfico al que dedicaría su carrera de modo íntegro, sobrepasando la dimensión audiovisual para convertirlo en auténticas obras hiperbólicas. No resulta menor observar la evolución de estos dantescos relatos, a la par de su creador a lo largo de los años, hasta diseminarse en nuevos formatos de series televisivas, inspiradas en las obras del alma mater.
El universo que construye el director nativo de Nueva York a lo largo de su parábola cinematográfica y la diagramación de ésta giran en derredor a filosas líneas de doble interpretación, conformándose en una radiografía inequívoca de la misma sociedad que parodia, donde la ironía y el sarcasmo sirven como instrumentos para espejar nuestra realidad humana. Desde las tierras dominadas por muertos vivientes, George A. Romero recreó, mediante alegorías, la angustiosa visión de un mundo tristemente actual.
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