Fleabag, una grata sorpresa políticamente incorrecta

Algunas líneas sobre la gran ganadora de los Premios Emmy.

No hace falta decir que la irreverencia está de moda. Eso podemos verlo en un sinnúmero de producciones cinematográficas y televisivas, que no solo nos narran una buena historia sino que lo hacen sin reservas y de manera provocativa. La libertad creativa permite que a lo habitual se lo exponga de manera transgresora, atrevida y ácida, matizado con un pulido sarcasmo propio del humor negro. Para suerte de quienes disfrutamos de este tipo de producciones, la oferta es cada vez más amplia y la calidad va en aumento. Sin ir más lejos, Fleabag es un claro ejemplo de la excelencia alcanzada en la pantalla chica.

La misma está basada en una pieza teatral en formato monólogo, a cargo de la genial Phoebe Waller-Bridge. Aquella narraba las vicisitudes de una joven treintañera cuya vida difería de la imagen de «chica moderna en Londres», reivindicando el retrato de una mujer que es libre de expresarse cómo y cuándo le da la gana, en contraposición a un rol preconfigurado, inmaculado y exento de juicios e instintos. Fue solo cuestión de tiempo para que llamara la atención de la BBC que, debido a su éxito, no tardó un segundo en ver su potencial y decidir encarar una adaptación. El resultado fue una comedia de autor con mucha personalidad, un desparpajo casi insolente y un sentido del humor que arranca amargas carcajadas.

Fleabag es una tragicomedia, que cuenta con solo dos temporadas de 6 episodios cada una, cada uno con una duración no superior a los 30 minutos, más que suficiente para cautivarnos y mostrarnos las miserias de esta mujer cuyo nombre nunca se menciona, a quien llamaremos Fleabag, pero que es más parecida a nosotras de lo que podríamos pensar.

«Fleabag» (Waller-Bridge) es una chica de un poco más de 30 años bastante sagaz, inteligente y fanática del combo alcohol + sexo casual, pero también es terriblemente egoísta y un tanto desapegada afectivamente de los que la rodean. Viene de atravesar un par de situaciones difíciles –muertes cercanas, digamos– y está tratando de superar esas crisis y de hacer las cosas algo más «prolijas” que antes. Es dueña de un café y su familia muy disfuncional se compone de un padre que vive en su propio planeta, la nueva novia de él –una artista plástica conceptual y muy narcisista, encarnada por la ganadora del Oscar Olivia Colman–, su excesivamente nerviosa hermana Claire, que vive obsesionada por el trabajo, y el marido de ésta, Mark (Brett Gelman), un alcohólico y acosador insoportable.

Ella está enojada, confundida y es sexualmente voraz. Se ve obligada a lidiar con un largo listado de lastres existenciales: una relación de pareja instalada en el «ahora sí, ahora no», el recuerdo flagelante de una mejor amiga muerta, un padre que reniega de su vínculo familiar y no sabe expresar sus sentimientos o la gestión de una cafetería con pocos clientes y unos precios, por necesidad, desorbitados. Así pues, el infortunio que vive esta pésima feminista sirve, precisamente, de insumo para exponer una mirada subversiva e irreverente sobre el amor, la familia y las relaciones humanas; sin complejos desde el inicio hasta el último de sus capítulos.

Un verdadero manjar para los que hemos hecho de series como Catastrophe o Louie, una religión a la que aferrarse cuando Dios nos da la espalda. Sin tapujos y con una envidiable libertad, al borde del descaro, nuestra protagonista habla de masturbarse constantemente, está con la libido por las nubes, cualquier hombre le resulta excitante. Conversa de ello con todos y todas, como si nunca hubiera existido algo parecido al tabú de la sexualidad femenina en la historia de la ficción, haciéndola sencillamente más honesta y desenfadada. Por ello es una fantástica y divertida exploración a uno de los mejores personajes que ha dado la comedia británica.

Infelizmente, la segunda temporada es la de despedida, pero nos deja completamente satisfechos al mantener la calidad o incluso superar a la anterior. Por ello, su planteo inicial es impecable: reúne a los personajes principales alrededor de una mesa, nos recuerda las dinámicas de sus relaciones desde la última vez que los vimos, nos dice en qué punto emocional están ahora, nos presenta al personaje que interpreta Andrew Scott y ubica en su centro a Fleabag y a su hermana Claire. Además, es hilarante. Si el comienzo de la temporada es brillante, el final es perfecto. Las cosas se acomodan y vuelven a su cauce, a la cotidianidad, esa que la serie ha normalizado para nosotros. Digno cierre para una producción que roza la excelencia.

Podemos decir que Fleabag es un personaje que sufre de una profunda crisis existencial, cosa que se acentúa tras ser rechazada por su familia debido a sus desenfrenos y descaros. La serie, en su provocadora esencia, vomita la problemática cotidiana con humor y ofrece una visión sin edulcorar de la vida sexual de una mujer adulta. Además, nos hace cómplices perpetuos al romper la cuarta pared para simpatizar con el espectador y, así, recrearnos juntos en la miseria.

De este modo, la serie juega con los límites inapropiados y habla sin reservas de la intimidad femenina, desde los aspectos más banales a aquellos más delicados como el síndrome premenstrual, las masectomías, los abortos, el tamaño de los pechos, la menopausia, masturbación, aplicaciones para ligar, relaciones tormentosas, fantasías sexuales, ruina económica. No importa el tópico sobre la mesa, porque se aborda con la misma espontaneidad. Es claro que el propósito es mostrar a una mujer que, ajena al juicio social, decide libremente cómo vivir. Quizá por eso no sorprende que su segunda temporada la enfrente con Dios y la fe.

Como ha quedado en claro, Fleabag tiene un estilo muy personal. Consigue desde la primera escena crear personajes sólidos, a los que pone en situaciones cómicas que nos sorprenden por su frescura y humor negro. Dicho esto, nuestra protagonista usa ese humor como mecanismo de defensa para no enfrentarse a la soledad, a la profunda tristeza, a la culpa, al trauma de la pérdida y a sus miserias en general, haciendo de Fleabag, un personaje muy humano y realista, que bien puede parecerse a nosotros mismos.

Todos los personajes están muy bien construidos y nos convencen de que tienen vida propia. Son definidos en su mayoría por la propia protagonista, quien nos adelanta lo que debemos esperar de ellos, con la excepción de la nueva novia de su padre, a quien descubriremos con cada episodio y situación. Interpretada por una magnífica Olivia Colman, es una maestra en el arte de la crueldad sonriente. Y de Boo, su mejor amiga, a quien conocemos por flashbacks y que no hace falta que Fleabag la describa, porque con cada escena nos muestra quién es, qué vacío dejó y cuál era la relación entre ambas. Cabe resaltar también a Claire, la hermana mayor de Fleabag, que a sus ojos es casi perfecta pero, en realidad, tiene muchos motivos para ser miserable, siendo la relación con su hermana lo único sincero en su vida, pero también lo más complejo.

Puede parecer sencillo lo que hace Phoebe Waller-Bridge en Fleabag, pero es realmente muy complicado. Esta serie británica logra que convivan en armonía elementos que no suelen funcionar bien entre sí. Y lo hace con tanta fluidez y naturalidad que ni siquiera se nota el esfuerzo y el trabajo que requiere hacer esta serie, que ella misma escribe y protagoniza. Logra una extraordinaria coexistencia entre comedia y drama, va del humor más absurdo y exagerado a momentos trágicos más que complejos y densos, desde traumas familiares profundos hasta hablar y cuestionar la fe en Dios y en la humanidad.

Pero a todo eso hay que sumarle varios elementos que aumentan su calidad. El timing que se maneja para la comedia es perfecto y hace recordar a los clásicos del Hollywood de la era dorada. No solo los diálogos son inteligentes, ingeniosos y están dichos con una brutal precisión cómica, sino que están entrelazados, llegando a montarse entre sí. Basta con observar el furioso overlapping, esa forma de pisarse unos a otros al hablar. La ficción acostumbra a un modo más bien falso en el que nadie se interrumpe y uno empieza su discurso cuando termina el del otro, pero aquí es todo natural, es de una precisión de relojería que haría pararse y aplaudir a los grandes humoristas de las mejores épocas.

Otro aspecto técnico a resaltar es un truco que ya es conocido, pero que está utilizado maravillosamente bien, como es el hecho de que la protagonista rompa la cuarta pared para comunicarse con el público. Con sus gestos nos convierte en cómplices de su forma de ver la vida, abriéndonos de par en par las puertas de la suya. Respecto a las interpretaciones, no hay mucho más que decir por fuera de que son fantásticas. Las palmas son para nuestra protagonista, que llena completamente la pantalla con su presencia, sus diálogos y sus gestos; es difícil imaginar a otra actriz en su lugar. Y, por supuesto, hay que destacar la impecable labor de Olivia Colman como la odiosa madrastra.

Fleabag logra ser una comedia absurda, delirante e ingeniosa, pero a la vez un retrato realista y por momentos muy doloroso acerca de lo que es ser una mujer de 30 y pico en estos tiempos, acerca de las relaciones, la soledad, la familia, la fe, el amor. Gran actriz y guionista -es también la creadora de Killing Eve-, con un timing cómico envidiable y un elenco que está más que preparado para seguirle el ritmo, Waller-Bridge es una de las grandes comediantes de estos tiempos, en el sentido amplio de la definición. Es claro que vivimos en un mundo de apariencias, de primeras impresiones en las que creemos saber todo de una persona por lo que comparte en Instagram. Y nuestra protagonista utiliza esto para reconstruir su identidad, mostrándonos lo que quiere que veamos y ocultando lo que ella misma no quiere procesar… Esa horrible sensación de que es «codiciosa, egoísta, apática, cínica, depravada, una mujer moralmente en quiebra que ni siquiera puede llamarse a sí misma feminista». Y su historia podría haberse contado de muchas formas, pero ninguna mejor que esta.

 

 

 

 

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Ivonne Bernales

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