El Eternauta no tiene quien lo filme – Parte I

Si bien está en los planes desde tiempo atrás, la icónica historieta de Héctor Germán Oesterheld aún no ha llegado al cine. Desde aquí analizaremos los intentos frustrados, el presente del proyecto y el futuro, con los ojos puestos en la familia, la productora y los potenciales directores.

«K&S Films no hace declaraciones ni brinda información sobre este proyecto». Tras numerosos llamados y correos electrónicos para solicitar una entrevista acerca del estado de la adaptación de El Eternauta la productora contesta, a dos semanas del último mensaje, con una nueva negativa. Un mes y medio pasó desde el primer contacto, el cual siempre fue unilateral hasta este 22 de mayo a la mañana. El tiempo concedido fue más que suficiente para esperar una respuesta que, como se ha dejado en claro, no va a llegar. Estas líneas, entonces, buscan generar algún tipo de repercusión. Hay muchas preguntas que se resolverán a lo largo de este informe especial, pero nuevos interrogantes necesitan de datos que ciertos involucrados no están dispuestos a dar. Quizás sea esta la forma. ¿Será posible?

Una versión de la siguiente nota por entregas se presentó como texto monográfico final para el Seminario de Artes Secuenciales de la Carrera de Ciencias de la Comunicación de la UBA.

LA NEVADA

El primer intento de adaptar El Eternauta a otro formato data de 1968, cuando el estudio Gil y Bertolini –dedicado a la publicidad y el cine animados-, se propone realizar una serie de televisión que contaba con el visto bueno de Héctor Germán Oesterheld, quien incluso aparecería como personaje. Sólo 24 minutos de animación rotoscópica llegaron a filmarse, con un piloto que ni siquiera se terminó debido a la falta de apoyo económico. ¿Es posible entonces que, en los 45 años que pasaron desde aquel deseo inicial, la industria nacional haya avanzado tan poco como para que el financiamiento permanezca como la principal excusa? Considero pertinente, dada la dificultad que supone la búsqueda de información completa, la confección de un panorama histórico sobre el tema.

Con un argumento fuerte, las dificultades para hacer la adaptación en el exterior serían mínimas, no obstante, según sostenía Lucrecia Martel, es una película que no puede realizarse en inglés y fuera del país, sino que debe filmarse en Buenos Aires, en castellano y con una decena de núcleos dramáticos que se mantengan firmes del planteo original. Esta búsqueda de respeto al patrimonio ha llevado a que, desde el retorno a la democracia, los intentos de llevar a El Eternauta al cine hayan sido muchos, todos con igual resultado. Los proyectos de Adolfo Aristarain o Fernando «Pino» Solanas en la década del ’80, muertos antes de nacer por las dificultades técnicas y altos costos que un film de ciencia ficción periférico representarían, fueron hechos a un lado durante la década del ’90 por la concentración de la familia Oesterheld en una batalla más terrenal que la de Juan Salvo: la legal, contra la Editorial Récord. La falta de legislación en la Argentina respecto a los derechos de autor derivó en un juicio de extensa duración contra los herederos de Alfredo Scutti que se prolongó hasta el 2000, año en que la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil y Comercial Federal dictó la sentencia, reguló el pago de 1 millón de dólares en concepto de resarcimiento –para el cual la familia Scutti se declaró insolvente- y dejó abierta la posibilidad para que el productor italiano Andrea Marotti se hiciera presente.

En sus funciones, este llevó adelante todos los pasos lógicos para que la idea avanzara, de acuerdo a lo que sostiene el entrevistado Martín M. Oesterheld, nieto del autor y representante de la familia. Tras armar una propuesta, trabajar junto a abogados durante dos meses para negociar punto por punto los detalles del libro y pagar una prima, fue quien llevó el primer desarrollo a Cannes, acción que generó un interés tal que, ante la evidencia de estar sobrepasado por el volumen del proyecto, condujo a la búsqueda de una compañía local dispuesta a co-producir. Fue Oscar Kramer, de K&S Films, quien adquirió los derechos con la intención de terminar su reconocida carrera en la industria con una película con la que tenía un recelo doble, tanto por el costado empresarial como también por el emocional, dado que era un trabajo que sentía vinculado a su mujer Gisela Dester, otrora dibujante de la revista Hora Cero de Oesterheld.

La época que comienza junto a Kramer y Sigman es tanto la de mayor movimiento como también la de las parálisis más duras. Es, por un lado, la que tuvo un guion firmado por una cineasta, pero también la que lo rechazó y dejó al proyecto estancarse por años dentro de un cajón. En principio, según recuerda Oesterheld, la esperada primera maniobra de la compañía fue la de acercar la idea a los directores con los que ya se había trabajado. Gustavo Mosquera, quien se había mudado a Estados Unidos luego del estreno de Moebius en 1996, intentaba llevar adelante su adaptación de la obra desde un lugar de mayor independencia, mientras que, por el otro lado, Israel Adrián Caetano (Crónica de una Fuga), Damián Szifrón (Tiempo de Valientes), el fallecido Fabián Bielinsky (Nueve Reinas) e incluso Juan José Campanella (El Secreto de sus Ojos) estaban entre los considerados, antes de que la empresa se propusiera buscar un director latinoamericano de presencia internacional que se pudiera hacer cargo de un proyecto de semejante magnitud. El nieto del autor recuerda que, como un favor, Oscar Kramer solicitó a Lucrecia Martel que le acercara El Eternauta a otra persona en su viaje a Cannes, algo que derivó en un reclamo de la salteña por no haber estado en la lista de nombres para hacer la película y una respuesta acorde del productor, que le solicitó un desarrollo de proyecto. Las críticas del público en torno a la mera consideración de la realizadora de La Ciénaga como candidata, no se hicieron esperar. Pero tanto la familia como la producción tenían una razón, que no había sido difundida, para justificar la decisión.

«Era buenísimo, realmente bueno. Tenía que ver con cómo trasladarse realmente al terreno de si hubiera un colapso de esa forma en la Ciudad de Buenos Aires… lo iba bajando a una realidad muy tangible y lo había cruzado con un terreno ecológico. Estaba muy bueno. Pero era un desarrollo de proyecto, no un guión», explica Martín M. Oesterheld. Esta carta de presentación de la directora fue suficiente para que K&S empezara a mover los hilos detrás del proyecto y emprendiera un viaje a Estados Unidos para definir una compañía de efectos especiales. Fue la entrega del borrador del guion lo que signó la suerte del vínculo de Lucrecia Martel con Juan Salvo, con el resultado que esperaban los principales críticos de su elección para el cargo: su boceto era una película de autor sobre El Eternauta, no la transposición que se esperaba que hiciera. Apenas 15 meses después de la repercusión que generaba su nombramiento como directora, en agosto del 2009 llegaba la noticia de su alejamiento, el primer eslabón dentro de una cadena de acontecimientos que llevaron a que «la película esté a la deriva», como este sostiene.

El fallecimiento de Oscar Kramer, en abril del 2010, puso un freno definitivo al accionar de su productora, que desde entonces no ha tenido ningún avance concreto en torno a la adaptación. Ya en el 2009, Oesterheld, quien tiene una incipiente carrera como realizador con el documental La Multitud, fue el que acercó los nombres de Gaspar Noé y Juan Solanas como para que tomaran las riendas, posibilidad con la que se trabajó aún después de la muerte del principal impulsor. Las credenciales de los cineastas radicados en Francia son muy diferentes, por lo que si bien el primero quedaba fuera de carrera luego de presentar Enter the Void (2009) –film que, entre otras cosas, tiene escenas de sexo explícito-, el hijo de «Pino» Solanas era, y lo es a la fecha, el candidato con chances más firmes de hacer mover la propuesta. Tras siete años de trabajo en Upside Down, su primera película en Hollywood que marcó además la producción de mayor presupuesto dirigida por un argentino –estimado en 60 millones de dólares-, el realizador se mostró interesado en llevar la adaptación a cabo, deseo que encontró una respuesta favorable de parte de K&S que, tras una videoconferencia para limar detalles, quiso seguir adelante con él. No hay otras novedades desde entonces, y el mencionado realizador trabaja sobre cuatro proyectos en simultáneo, ninguno de los cuales se corresponde con esta transposición.

Como si de la propia historia se tratara, cada obstáculo superado se muestra como una pieza más dentro de un armado superior. Cada posibilidad concreta de avance se frustra por motivos no difundidos. En la siguiente entrega se explorarán las causas de esta parálisis enmarcadas en el panorama actual, una época favorable a todas luces para un trabajo semejante.

Migue Fernández

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