Martina Gusman, Bérénice Bejo, Edgar Ramírez, Joaquín Furriel y Graciela Borges encabezan la última película del director de Carancho y El Clan.
Con Pablo Trapero estamos ante un cineasta que film a film madura su talento y se revela como una de las grandes figuras del cine nacional. Ya lejos de la promesa que asomara en Mundo Grúa y El Bonaerense, su universo cinematográfico se ha ido poblando en los últimos años de una obra uniforme, dueña de una profundidad notable, capaz de crear climas perturbadores y ser visualmente muy elaborada. La Quietud es el regreso de Pablo Trapero a la gran pantalla luego de la elogiadísima El Clan, otra muestra de su creciente solidez narrativa, cada vez más perteneciente a un cine de corte mainstream. El presente film se demuestra como un sólido ejercicio de reflexión acerca de la identidad personal, los traumas familiares, los tabúes sociales y el oscuro pasado de nuestro país en tiempos de dictadura.
Desafío artístico y comercial, el film de Trapero presenta una marcada audacia para retratar con realismo, sugerencia y crudeza relatos eróticos y escenas de sexo fuerte, en donde lo gráfico del relato no se convierte en mero regodeo. Los juegos de los cuerpos y las posturas hablan simbólicamente de la relación que establecen los personajes: deseo, dominación, incesto y perversión. Las recurrentes posiciones fetales adoptadas por ambas hermanas y captadas en plano cenital también refuerzan el tópico tan transitado por la novela gótica que el film reversiona en su contexto: el doppelgänger -la clásica figura fantástica del doble siniestro- más pensada desde un costado especulativo (pensemos en los tatuajes que ambas hermanas comparten en sus muñecas), en una historia que parece encaminarse a la tragedia irremediable.
Así como las variaciones cromáticas del paisaje, que alterna la calma campestre con el ruido de la gran ciudad, el autor sabe cómo capturar los sonidos, el clima y el entorno natural que rodea a la siniestra estancia donde se desarrolla parte de la acción. Hace uso de una cámara libre que deriva su visión desde acompañar en travelling a los personajes desde un punto de vista subjetivo (que alterna el fuera de foco con insistencia), hasta entrometerse en la interioridad de los mismos. Con potencia y gran resolución visual, el director consigue sugestionar al espectador y materializar todos esos variados elementos cinematográficos de los que extrae de la tragedia shakesperiana más pura una belleza visual abrumadora: destaca una brillante Graciela Borges -por momentos fantasmagórica- diva inigualable de nuestro cine, vagando nocturna por los pasillos de la mansión, capaz de convertirse en verdugo de un destino que condenará a un justo culpable e, irónicamente, sellará su propia suerte y la ruina familiar.
Martina Gusmán -rodeada de un elenco de estrellas de nivel internacional- es el absoluto punto de referencia del relato y la otra gran protagonista del film. Así como en Leonera y Carancho, sendos excelentes films factura de Trapero, Gusmán compone un personaje preso en un mundo oscuro y tenebroso, en donde a medida que delinea las grietas que trazan su confuso pasado, su propia inestabilidad emocional se resquebraja en tanto que los secretos que accionan el mecanismo de relojería de la narración salen a la luz.
La cámara de Trapero capta a la perfección el progresivo enrarecimiento del clima y la estabilidad familiar, llevando a sus personajes hacia trances asfixiantes (notable como capta la respiración de sus personajes, como si el ahogo fuera una lenta agonía o, tal vez, un goce sexual contenido) resueltos en reiterados planos-secuencia que invaden la intimidad de sus protagonistas, haciéndonos cómplices, a nosotros espectadores, de algunos secretos mejor ocultos. Trapero nos convida de ese banquete putrefacto, nos invita a participar de la siniestra mesa familiar, nos hace parte de las apariencias de turno y el buen gusto evasivo de las clases acomodadas: la escena en el funeral y su posterior resolución resultan la artificialidad de las apariencias puestas al servicio en clave tragicómica (quizás un tanto forzada), en donde Trapero encuentra la forma más patética de revelar un último acto sombrío.
De igual manera que en su notable film Nacido y Criado (2005), esta ocasión también demuestra la capacidad de Trapero para usar la música: ya sea en tonos trágicos o melancólicos, una rica paleta sonora acompaña y sirve de leit motiv al relato: «Amor Completo» de Mon Laferte, «Le Rempart» de Vanessa Paradis y «People» de Aretha Franklin se alternan protagonismo a lo largo del relato.
Camino hacia zonas íntimas que acaparan territorios edípicos, el film aborda las relaciones familiares con notable tono psicológico a medida que una tensa trama de thriller desdobla la narración: el drama familiar versus el drama judicial. A medida que se van develando secretos que comprometen seriamente «el buen nombre» de este apellido de alta clase, el autor es capaz de construir atmósferas inquietantes en medio de un entorno (en apariencia) idílico. De esta forma, Trapero sale indemne de un gran riesgo artístico que corre y su audacia se celebra, en medio de un cine nacional que necesita y crece con este tipo de propuestas.
El desenlace entrega un despliegue emotivo tan intrincado como su complejo hilo narrativo. Los interrogantes que rodean al futuro de un vínculo familiar dañado en su tejido más íntimo son el desafío final que emprende el film, en una resolución por demás polémica, pero cuyos indicios se encuentran diseminados a lo largo del film, si estamos atentos a observar: pistas y huellas que sabiamente va sembrando Trapero a medida que construye el ascendente espiral de locura, secretos revelados y turbio pasado familiar.
El autor desgarra donde debe; perturba, incomoda, inquieta y llega hasta la profundidad del drama familiar que explora. Una vez arrasada su existencia y develado el oscuro misterio de un pasado condenable, el film concluye metafóricamente con una nueva «concepción», que resignifica los roles de aquel furtivo y prohibido encuentro sexual entre hermanas.
[ratingwidget_toprated type=»pages» created_in=»all_time» direction=»ltr» max_items=»10″ min_votes=»1″ order=»DESC» order_by=»avgrate»]
Lo nuevo de Michael Mann retrata al creador de la mítica escudería.
Paul Giamatti protagoniza una de las serias candidatas al Oscar.
Sydney Sweeney y Glen Powell se juntan para intentar revivir las comedias románticas.
Hollywood se prepara para celebrar a lo mejor del año pasado.