El film en inglés del director noruego André Øvredal se titula originalmente The Autopsy Of Jane Doe. Para entender el juego que suscita el mismo con el relato es necesario saber que hablar de una Jane Doe en Estados Unidos equivale para nosotros a decir Juana Perez, o sea, un nombre común que refiere al anonimato de una persona. Jane Doe puede ser cualquiera. Cuando los muertos se levantan para hacer estragos, no importa quién fuera en vida. Esas son las imágenes a través de las cuales se construye su relato.
A medida que avanza la narración es posible darse cuenta tanto de los clichés y baches narrativos en los que cae el argumento, por una parte inevitables y por otra absurdos. Lo que cuenta aquí es que la historia está al servicio de la forma en la que el director emplea esta puesta en escena. Es decir, no importa tanto qué se cuenta sino cómo.
Es posible establecer -salvando las marcadas diferencias- un paralelismo con la asombrosa The Witch en la forma en que se construye un espacio a partir del sonido o la luz. La película de Øvredal comienza a perturbar desde su presentación de la morgue donde lógicamente se cumple un trabajo; la tensión sin embargo comienza a aparecer allí en la forma violenta en que se deciden mostrar los procedimientos quirúrgicos a través de cortes muy marcados, responsables de esos tajos realizados a los cuerpos junto con los instrumentos que relucen su filo.
Indudablemente el punto más flojo se encuentra en un guión liderado por diálogos tan intrascendentes como lo forzado de la resolución de los pequeños conflictos que se presentan. La atención que el director presta al uso del espacio es innegable, particularmente en un relato en que los protagonistas tienen imposibilitada la salida de la locación en la que progresa el film; sin embargo no logra articular de forma eficiente la combinación de esos espacios, mucho de los cuales parecen no tener función alguna.
Una gran decisión es trabajar con el sonido, dada la elección de evitar mostrar el peligro o hacerlo parcialmente. El ritmo está fuertemente marcado por estas múltiples sonoridades justificadas desde el comienzo y penetrando constantemente en el ambiente y la cabeza de los personajes y espectadores.
No es tan atrevido manifestar que André Øvredal, dada la forma diferente de hacer cine entre Noruega y Estados Unidos, es responsable de la estética de The Autopsy of Jane Doe, su mayor acierto, uno que aporta frescura en el género de terror. Por momentos la deficiencia argumental no permite ver este logro, pero en lo que respecta al 2017 esta película no será una Juana Perez más.
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