Crítica de Zama

Basada en la novela de Antonio Di Benedetto, sigue la historia de un oficial español llamado Don Diego de Zama que espera su transferencia a Buenos Aires desde la ciudad de Asunción en el Siglo XVII. Cuando lo pierde todo, decide atrapar un peligroso bandido y recuperar su nombre.

Diez años tuvieron que pasar para que la directora argentina más prestigiosa de la actualidad volviera a presentarse en las pantallas. Finalmente, después de tantos vaivenes y obstáculos a superar, se estrena Zama, la tan ansiada adaptación de la novela de Antonio Di Benedetto. Lucrecia Martel regresa con todo a lo que afortunadamente ya nos tiene acostumbrados, personajes distanciados, antinarraciones, espacios del noroeste; solo que ahora cambia la contemporaneidad por la reconstrucción histórica. La realizadora se enfrasca dentro de una espera y travesía que convierten a Zama quizás en su film más logrado y, sin lugar a dudas, en una de las mejores producciones del año.

El funcionario de la corona española Don Diego de Zama (Daniel Giménez Cacho) espera, aguarda ansioso el momento en que pueda abandonar el Virreinato del Río de la Plata para retornar a su querida madre patria; sin embargo no es una espera cuyo tiempo puede matarse con el trabajo o distracción alguna. Martel recrea para el espectador la interioridad del protagonista, un hombre con una moral decidida, dispuesto a cumplir su trabajo pero con una importancia aparentemente nula para los demás. El pilar sobre el cual se construye la narración es esta parálisis incómoda, en la cual no hay forma de anclarse a una referencia temporal, porque para Zama la permanencia ha llegado a un punto donde ya no existe el discurrir de los días, ni de lo años, ni de nada.

A medida que pasan los minutos, la mano de Martel va tallando ejemplarmente un espacio tan real y próximo, en tanto recreación histórica, como extraño y perturbador; y el horizonte se torna cada vez más invisible. La directora recurre hábilmente a sus sellos para lograr este intenso extrañamiento: diálogos desorientadores, atmósfera enigmática e impenetrabilidad para con el interior de varios de los personajes.

Acto seguido, aquello se halla complementado con un trabajo fotográfico y sonoro tan magistrales como impulsores de sentido. La cámara, que casi en la totalidad del film se mantiene inmóvil, imprime por un lado el hastío por la falta de acción física y movimiento, mientras que por otro el singular tratamiento de los colores del director de fotografía Rui Poças, en virtud de que el mundo sea tan real como improbable. Martel y el sonidista Guido Berenblum edifican, a partir de sonidos ambientes y más propios del género de ciencia ficción, el progresivo abandono de la realidad para Diego de Zama, además de atribuirle una grandiosa importancia a las voces de los habitantes o los ruidos de la fauna autóctona.

El film parece partirse cuando el funcionario se embarca en una travesía digna de Fitzcarraldo (1982) de Werner Herzog, Apocalypse Now (1979) de Francis Ford Coppola o la más reciente El abrazo de la serpiente (2015). Pero el llamado a la aventura de Zama no se atañe a darle importancia a una búsqueda o llegar a cierto punto; los conflictos por los que el personaje transita son la muestra perfecta de cómo la directora quiere enseñar la forma en que la espera afecta a un Don Diego transformado en un ente sin vida, casi un fantasma ensimismado.

Para cerrar Martel demuestra que, a pesar de la existencia de cierto conflicto, siempre se inclina por narrar lo que sucede con los personajes, con su incapacidad de comunicación y abstracción de aquello que los rodea. El final no es otro que el característico cierre marteliano, en donde toda resolución es evitada; y sin embargo, evoca a la vez el incierto futuro de Don Diego de Zama, en quien el hecho de volver o no ya dejó de importar.

Zama es la prueba irrefutable del talento de la directora y asimismo la de que el verdadero lenguaje cinematográfico supera cualquier límite establecido por lo real de nuestro mundo. Para poder entrar en la narración de la película es necesario dejarse llevar y experimentar las sensaciones y emociones que propone la realizadora. El cine y nosotros más que felices y agradecidos. Lucrecia Martel está de vuelta.

 

 

 

 

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Matías Carballa

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