Decidido a garantizar que el sacrificio de Superman no sea en vano, Bruce Wayne alinea fuerzas con Diana Prince con planes de reclutar un equipo de metahumanos para proteger al mundo de una amenaza inminente de proporciones catastróficas.
Cuando 2017 vio el estreno de esa versión mutilada de Justice League, pese a ser un año donde varios de los grandes tanques de Hollywood generaron una indiscutible división, la opinión sobre la esperada unión de los héroes de DC parecía ser unánime: aquella película era un desastre y terminaría de sepultar al DCEU. Sin embargo, cuatro años después, el universo cinematográfico de Batman, Superman, Wonder Woman y muchos personajes más sigue en pie y con un prometedor futuro por delante, pues la ola de campañas de fanáticos, de vistazos inéditos publicados por Zack Snyder y la necesidad de WarnerMedia de llenar a HBO Max con todo el contenido posible, claro, llevaron a una recuperación de aquella película, ahora con la visión del cineasta sin filtro controlado por Warner Bros. y con el metraje necesario, nada menos que cuatro colosales horas para contar como nunca a esta famosa historia de dioses entre nosotros.
¿Es esta versión superior? Claro que sí. ¿Nos confirma que muchos de los problemas de aquella película que llegó a salas de cine fueron heredados del corte de Snyder? También. En un principio, se agradece que haya desaparecido esa mezcla horrible de estilos que era la grandilocuencia de Snyder y el intento de insertar un espíritu más ligero por parte de Joss Whedon, cuyos trasplantes humorísticos eran rechazados por un huésped que por fin está libre. Y vaya libertad la que tiene, pues lo que en primer lugar daba la impresión de ser cine de superhéroes del más trillado, del que se precipita solo para vender una secuela en cuanto antes, ahora se presenta como una épica del género que es violenta, innecesariamente solemne, ambiciosa y sumamente permisiva con los vicios de su director, con todo lo bueno y lo malo que eso conlleva.
Algunas de estas mejoras no tardan en manifestarse, pues cuando antes teníamos un muy pobre prólogo protagonizado por Batman, Snyder ahora arranca recuperando uno de los momentos clave en otra de sus películas con la oportunidad de reivindicarse, su Batman v. Superman: Dawn of Justice. Y es que, en el batiburrillo de tramas e inspiraciones de las historias, destacándose la The Dark Knight Returns de Frank Miller, aquella película también tomó como apresurada referencia a The Death of Superman, dándole fin a la vida del Kryptoniano acechado por las dudas -aunque no por mucho-. Este evento es el detonante de la trama de Justice League, cumpliendo dos funciones sumamente importantes: despertar la necesidad de Bruce Wayne de resucitar la «Era de los Héroes» reuniendo a un grupo de metahumanos -ya introducidos de manera torpe gracias a Lex Luthor-, y además dejar claro que cuando termina el héroe comienza la amenaza hacia ahora un desprotegido planeta Tierra.
Sí, Snyder pocas veces ha fallado al darle el pistoletazo de salida a una película -los problemas siempre vienen después-, y aquí también hace su mejor esfuerzo. Indudablemente, hay un reto que hace que gran parte de sus primeras dos horas se dediquen principalmente a esbozar a sus héroes a base de pura y dura exposición dolorosamente redundante, pero la película sabe levantar vuelo pese a tener todo en su contra. Esto porque la decisión de encarar un crossover tan ambicioso como el de la Liga de la Justicia, con más de la mitad de sus personajes todavía por construir y sin la facilidad de tener -todavía- como apoyo una película individual para cada miembro, es el verdadero gran villano de la historia. Por suerte, el extenso -pero jamás tedioso- metraje hace que el Cyborg de Ray Fisher pase de ser el olvidable sujeto de 2017 a uno de los puntos fuertes del film, lo mismo con el Flash de Ezra Miller, cuyo carisma lo hace protagonista de algunos de los momentos más impresionantes.
En cuanto a Ben Affleck, el actor sigue viéndose imponente dentro del traje de murciélago, y ayuda bastante que sus momentos como Bruce Wayne usualmente los tenga acompañados del infalible Jeremy Irons como Alfred. Su brusco cambio de personalidad -a raíz del denostado momento Martha y la muerte de Superman- a comparación de la anterior película sigue estando presente, pero le viene de maravilla haber sido exorcizado del tratamiento Whedon para que esto no sea tan notorio. Por su parte, Gal Gadot y Jason Momoa hacen lo que pueden, pues sus oportunidades de brillar siempre están relacionadas a una hiperbólica cantidad de efectos especiales; el ya tener ambos sus propias películas -aunque en el lanzamiento original todavía no existía la genial Aquaman– garantiza un sentimiento de cercanía que, sin ellas, seguramente no existiría.
Así pues, otro beneficiado es el Steppenwolf de Ciarán Hinds, que pese a seguir teniendo un diseño CGI que chirría constantemente, ahora sus objetivos han dejado de ser risibles y están más firmes. No es un gran villano, pero está claro que ahora solo funge como vehículo de introducción para Darkseid, el «Thanos» del DCEU. Hay más apariciones de antagonistas que llegan muy tarde a la fiesta, y que únicamente dan pinceladas de lo que pudo haber sido el universo colectivo de no ser porque ahora está en marcha un camino muy distinto. Entre ellos, regresa Jared Leto como una de las versiones más infames del Joker, quien «se roba» -en el peor de los sentidos- una de las secuencias menos logradas de la película, pues repite la jugada de «dar un vistazo al apocalíptico futuro» y se siente como un movimiento desesperado -además de empapado de fan service más cuestionable- para garantizar una improbable secuela, considerando que recién fue filmada el año pasado y que llega cuando ya no queda nada por aportar.
Sin embargo, inclusive con nuevas escenas, el argumento se mantiene muy similar al de la anterior versión. Si se esperaba que la búsqueda de las sosas Mother Boxes por un villano aún más genérico que quiere acabar con el mundo fuese significativamente cambiada, habrá una decepción. Y es que el «Snyder Cut» no es una cuestión de qué se presenta en pantalla, sino de cómo. Ignorando la decisión de estrenarla en formato cuadrado 4:3, algo que se entiende considerando que es una película para ver en salas IMAX, indudablemente se siente como una versión más pulida: la genérica musicalización de Danny Elfman ha sido reemplazada por la enérgica y efectiva banda sonora de Junkie XL -el mismo detrás de Mad Max: Fury Road–, siempre apoyándose de los grandiosos temas que Hans Zimmer compuso en el pasado para Superman y Wonder Woman. Al igual la edición, ahora únicamente de David Brenner -la de 2017 contó con hasta tres editores-, sabe muy bien mantener un ritmo que no permite el aburrimiento en sus cuatro horas de duración y que llena de agilidad y agresividad a las notables escenas de acción.
¿Es Zack Snyder’s Justice League una película para todo el público? Pasando la gran barrera de la duración, dentro se encuentra la versión en bruto del gran blockbuster que el polémico cineasta tenía en mente. Puede que la historia sobreviviría -y hasta se beneficiase- de hasta 40 minutos menos de metraje, pero la visión de Snyder es inconcebible sin sus grandes momentos de superpoderes a cámara lenta, sus extensos montajes con canciones que refuerzan de manera obvia lo que sucede en pantalla, los flashbacks de personajes que detallan con emoción su pasado y, sobre todo, esa brutalidad tan impropia -y hasta disonante- de los héroes de los cómics, que explotan cabezas y se les edulcora de manera inmediata. Si tienes problemas con el estilo del cineasta, si eres de los que no soportan su Watchmen porque su estilo tan artificioso choca con la naturaleza aterrizada de la historieta -cosa que me sucedió en su último visionado-, entonces lo mejor es alejarse de su nueva película.
Lo que no se puede negar es que el Snyder Cut es un experimento interesante y fascinante de ver en sus cuatro horas. Ya sea como prueba de lo mucho que un estudio puede arruinar un proyecto, como una de las últimas ocasiones en que se le da un tanque de este calibre a un talento tan incorregiblemente único, o como película evento de esas que no se estrenan desde 2019 -eso se lo podemos agradecer a la pandemia-, darle un dedicado vistazo al que quizás sea el primer gran estreno de 2021, sumergiéndose en la mente de un autor con una oportunidad única -la de hacer suya a una propiedad tan grande-, es lo suficientemente estimulante como para querer darle una segunda oportunidad a la nueva cara del sonado desastre de 2017.
El DCEU ha probado más de una vez que hay espacio para todo. Para el camp, para las aventuras, para el espíritu de comedia de los ’80 y ’90 y, en esta ocasión, para un encuentro largamente esperado dirigido por alguien cuyo estilo puede ser tan emocionante como agotador… y en esta ocasión es lo primero.
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