Bernardo se niega cumplir el deseo de su difunta esposa española, ya que lo considera un delirio: esparcir sus cenizas en la Costa del Sol donde ella nació. Pero, después de que delincuentes profanen su tumba, decidirá tomar un avión y cumplir su deseo.
La esposa de Bernardo muere y recién ahí la empieza a conocer.
Yo, mi mujer y mi mujer muerta es la nueva película que protagoniza Oscar Martínez (El Ciudadano Ilustre, Relatos Salvajes), está dirigida por el español Santi Amodeo, conforma una co-producción española-argentina. Bernardo (Martínez) es un arquitecto exitoso y catedrático de la UBA, con aires de grandeza y una soberbia que rebalsa por sus poros. El film comienza con el argentino enterrando a su difunta esposa, a pesar que ella pidió que la quemen y esparzan sus cenizas en un sitio específico de España. Luego de un suceso totalmente inesperado, él decide cumplir el último deseo de su amada y eso lo lleva a viajar al lugar de origen de Cris, su mujer. Allí conoce a Abi (Carlos Areces) y Amalia (Ingrid García Jonsson), quienes lo ayudan en el viaje de encontrar el lugar requerido para poder terminar con el duelo.
Partiendo de la base de la caracterización del personaje, un hombre adinerado pero austero, con las miserias habidas y por haber a flor de piel en cada momento y una forma de pensar totalmente retrógrada, la película se convierte en un fiel reflejo del protagonista. Yo, mi mujer y mi mujer muerta resulta en una clara representación del machismo, la homofobia y la gordofobia que, en estos tiempos, lejos de causar gracia, ofende.
Un guion que no tiene la solidez necesaria deja las escenas, los lazos y los giros narrativos a un lado para poder lograr -de una vez por todas- terminar sin que haya quedado nada valioso para atesorar. El relato cierra sin que haya quedado conclusión alguna de todo lo que iba sucediendo, porque son secuencias sin conexión alguna que derivan en una narración partida, donde al espectador no le importa qué le pueda pasar a los personajes que introdujo.
Párrafo aparte para la fotografía a cargo de Leonardo Hermo que logra un excelente trabajo de iluminación y representación de la clase alta. Con movimientos de cámara que logran interpelar al espectador por su originalidad, que tanto difiere de la historia contada. Como también la actuación de Areces, que se lleva alguna sonrisa con su trabajo, siendo lo más destacado del film.
Una fallida película que pone en tela de juicio al realizador y todo el equipo, con un constante mensaje horrendo que pone en un pedestal a una persona que comete docenas de actos nefastos -como por ejemplo espiar y levantarle la pollera a una chica mientras duerme, o decirle morsa asquerosa a un hombre con sobrepeso- y no se lo discute en ningún momento. A decir verdad, pareciera que los responsables se quedaron en una cápsula del tiempo y no pudieron amoldar sus ideas prehistóricas acerca de la mujer y las libertades sexuales al 2019.
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