Crítica de ¿Y si vivimos todos juntos?

Cuando la memoria falla, el corazón se descontrola y aparece el fantasma de la residencia de ancianos, un grupo de amigos se rebelan y deciden irse a vivir juntos. A todas luces, una locura. Pero aunque la falta de espacio moleste y despierte viejos recuerdos, empieza una genial aventura: compartir casa a los 75 años.

El estreno tardío de ¿Y si vivimos todos juntos? (Et si on vivait tous ensemble?) en la cartelera porteña me remite inmediatamente a otro del año pasado que tocaba un tema similar: sexagenarios dándole una chance más a la vida, todos juntos, como en The Best Exotic Marigold Hotel. Los cinco ancianos rebeldes de esta propuesta coral, liderados en el elenco por una impresionante Jane Fonda -extraño es verla hablar en francés, la lengua del amor- y Geraldine Chaplin, deciden no ser relegados por el sistema y vivir juntos en una suerte de comuna donde sus achaques, miedos y deseos (y su inusual sentido del humor) les harán más fuertes ante lo que se halla fuera de su casa y más allá de su última estación en la vida.

Un film claramente destinado a un espectador crecido y no a las nuevas generaciones, que podrán quedarse pasmadas, sin comprender del todo su tono revolucionario. Esto le sucede a ese boquiabierto Daniel Brühl, un intérprete competente que en este caso se lo nota abrumado por las circunstancias y por actores de peso en una historia en donde actúa más como disparador y nexo que otra cosa. Fonda y compañía -Chaplin y los franceses Guy Bedos, Claude Rich y Pierre Richard– apuestan con soltura por un retrato atípico de su sector demográfico. En la ausencia de complejos físicos reside la mayor conquista de una película que comparte con las típicas comedias yanquis universitarias su esquema de humor desacatado y su previsibilidad encaminada hacia un siempre emotivo final.

¿Y si vivimos todos juntos? transcurre entre catas de vinos, comidas y cenas varias como puntales de reunión. Aparentemente sin pelos en la lengua y abordando una clase media-alta que debe hallar nuevas formas de reinventar sus posesiones y bienes familiares, el director Stéphane Robelin aprovecha el trasfondo vital de su reparto y es ahí donde la comedia sube de nivel. Acá es donde se ve a una Fonda hablando de los años de revueltas y del tópico como regla general que significa el envejecimiento, mientras que el resto del equipo parece asimismo reflexionar irónicamente sobre sus carreras y su propia vejez. Una vez que el elenco de veteranos se hace con las riendas de la situación, el personaje joven -el punto de vista de Brühl- queda de más, ya que la frescura ya fue aportada -y reinventada- por estos gigantes que se rehúsan a no dejar de exprimir hasta la última gota de vida que les queda en sus cuerpos.

 

 

 

 

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Lucas Rodríguez

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