Una serie de sucesos misteriosos y perturbadores comienzan a suceder cuando un camarero de Nueva Orleans contesta a la llamada de un teléfono olvidado en un bar.
Babak Anvari sorprendió hace unos años con Under The Shadow, película de terror ubicada en la Teherán (Irán) de los ’80 donde, en medio de la guerra, una mujer y su hija eran acosadas por una entidad maligna. La historia que entremezclaba horrores reales y sobrenaturales lograba, con escasos recursos y una puesta en escena sobria, tensión dentro de la lectura de ese tiempo y lugar.
Al parecer la extrapolación de su cine a territorio norteamericano no fue una buena idea. Wounds (Heridas) tiene una muy atrayente nómina de actores: Armie Hammer, Dakota Jonhson y Zazie Beetz. La locación en Nueva Orleans es propicia, el sur norteamericano tiene una potente historia de culturas y cultos. Y suma una premisa, no demasiado original pero efectiva, referida a la tecnología como propagador del horror -un video en un celular-. Todas ideas que podrían funcionar. Pero algo se va anegando a medida que pasan los minutos.
La relación que está en un punto de quiebre entre Hammer y Johnson es llevada con desgano y obviedad. ¿Quería mostrar la desintegración de una pareja? Armie Hammer es un barman alcohólico sin rumbo que intenta emular a un Bukowski carilindo -por momentos da vergüenza ajena-. Ese enfoque tampoco se desarrolla en profundidad. ¿Intenta mostrar una vida desintegrándose bajo su propia insatisfacción? En la parte superior del bar donde trabaja Hammer vive un ex soldado que está permanentemente alcoholizado. ¿Quiere mostrar las secuelas ocultas de la guerra?
Ninguna de estas situaciones es cohesiva con el resto. Y lo peor, esas tensiones y conflictos nunca terminan de sumirnos en el horror. Ese video del comienzo solo funciona como excusa para iniciar un film de terror convencional, con momentos visuales elementales y sin inspiración. Todas esas piezas y personajes se reconocen forzadas dentro de un rompecabezas psicológico confuso. Explicaciones que quedan a mitad de camino, situaciones con más necesidad que lógica, y un terror que nunca se entiende dónde quiere terminar. Lamentablemente, Anvari en su segunda obra solo entrega una película más del montón, de heridas débiles y horrores superficiales.
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