Más clásico que las juntadas familiares en las fiestas, Woody Allen presenta su nueva obra como todos los años. Con Wonder Wheel, el director no se mueve del confort de las cercanías de Nueva York, ubicando su narración en la década de los ’50 de Coney Island; con la excepción de que vuelve a trabajar en el melodrama, dejando de lado su ecléctico estilo personal que lo caracteriza. Kate Winslet, Justin Timberlake, Jim Belushi y Juno Temple son quienes protagonizan esta película, en donde extrañamente no se respira tanto del sello de su realizador.
No hace falta ser un gran fan de Woody Allen para ser consciente de la cantidad de cine que lleva a cuestas, y su trabajo con el estilo melodramático más puro -en este caso el melodrama de mujer- no deja lugar a dudas de sus conocimientos en la formalidad del género. El problema surge cuando el mismo melodrama intenta conjugarse con el sello del director, que rehúsa del humor y los diálogos chispeantes y fluidos a los que nos tiene acostumbrados, para llegar a una obra que no termina de convencer por su desarrollo propio.
En otro orden, el magnífico e histórico director de fotografía Vittorio Storaro vuelve a ser el responsable del aspecto visual del film, en su segunda colaboración con Allen. En esto resulta una imagen y cámara totalmente distante de lo que suele entregar el autor; sin embargo, esto no significa de ninguna forma un perjuicio para el film. Por el contrario, es dueño de un contraste de colores en donde la más cálida luz anaranjada de Coney Island comparte el protagonismo con el oscuro azulado de la depresión que manejan los personajes de la narración.
La soberbia Kate Winslet se ve favorecida por la abundacia de los planos secuencia que la mantienen en foco el tiempo suficiente para que desarrolle un colosal trabajo, manifestando un enorme abanico de emociones. La ganadora del Oscar, interpretando a una Ginny cuya monocromática vida da un vuelco cuando conoce a Mickey Rubin (Timberlake), no hace más que confirmar el talento de una de las grandes actrices del momento. Vale la pena destacar el hecho de que ya había hecho un trabajo asombroso incursionando en el melodrama clásico con la remake de Mildred Pierce (2011), a cargo de Todd Haynes.
La falta de ciertos elementos caracterísicos propios de Allen no son perniciosos de forma inherente, solo que bien hubieran venido en aquellos momentos donde el argumento comienza a tornarse más conflictivo. De hecho, la historia se desarrolla con un apesadumbramiento denso, que solo logra cierto alivio cómico en aquellos inserts que tienen como protagonista al piromaníaco hijo de Ginny, Ritchie (Jack Gore) -quien por otro lado recuerda inmediatamente a la versión juvenil de Alvin, el protagonista de Annie Hall, quizás la mejor obra del cineasta-.
Wonder Wheel resulta en un melodrama que en su mayoría se salva por el trabajo de Kate Winslet y el talento del director para orquestar a sus personajes. Fuera de esto, la pesadez del conflicto, que no encuentra la ligereza y agilidad que el director podría brindar, llevan a una concatenación de situaciones que no se logran definir con el tono ni la resolución adecuada. Eso sí, la manifestación más clara del conocimiento que Allen posee del género, en cuanto a lo conceptual, es la última escena en donde Kate Winslet brilla como una estrella de la edad dorada de Hollywood.
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