El pacífico reino de Azeroth se encuentra al borde de la guerra, mientras su civilización se enfrenta a una temible raza de invasores: guerreros orcos que huyen de su hogar moribundo para colonizar otro. De lados opuestos, dos héroes se embarcan en un curso de colisión que decidirá el destino de su familia, su pueblo y su hogar.
Para ser una película que basa su entretenimiento en reinos místicos, criaturas fantásticas y grandes batallas entre hombres y monstruos, Warcraft suele quedarse corta en imaginación y emoción. Desde los avances se veía una épica espectacular, con imágenes que empujaban a la audiencia a creer que estaban frente a otra Avatar, pero en resumidas líneas es una que sólo un ávido gamer podría disfrutar con ganas: es pura fachada, con poca sustancia en el interior. Podrá ser el film basado en videosjuegos más taquillero de su clase, pero no es excusa para no tener una historia sólida por debajo de la ola de efectos visuales que pueblan la pantalla en cada fotograma.
Si algo hay que entender desde el principio, es que Warcraft está diseñada casi específicamente para el sector demográfico que hizo de la saga una explosión, cuando se estrenó el primer videojuego. El espectador casual que pase a ver una épica fantástica al estilo Lord of the Rings tardará bastante en aclimatarse a todos los elementos que se conjuran en la trama, y es difícil que sienta empatía por alguno de los dos bandos enfrentados en esta contienda, incluso cuando está más que claro que hay un bando bueno y otro malísimo. Habrá alguna que otra pincelada de grises morales, pero estamos hablando de un film con elementos intercambiables con otras sagas fantásticas, tanto que resulta casi increíble que de a ratos funcione y resulte entretenida. Y si la historia es carente de emoción y/o diversidad, por lo menos se redime con la acción. Aún cuando algunas escenas tengan un gusto familiar, los combates a veces son impresionantes y hasta tienen una cualidad de inmersión que bien vale la pena verlos en pantalla grande.
La mente ingeniosa de Duncan Jones -presente en las geniales Moon y Source Code– parece haber sido aplastada por la maquinaria hollywoodense, que le exigió demasiado a él y a su co-autor Charles Leavitt -a quien la fantasía lo tiene a mal traer luego de la triste The Seventh Son el año pasado-. El estudio prácticamente les pedía lo imposible, adaptando una franquicia para fanáticos que también actuase como faro para neófitos del juego, a su vez de resultar un entretenimiento pasable para desconectar la mente y jugar a humanos versus orcos. Era mucho y el peso se hace notar.
El elenco, por supuesto, hace lo que puede con el material a su disposición. Travis Fimmel logra diferenciar un poco a su héroe humano aportándole ciertos tics y características que hacen que su Lothar no sea un Aragorn cualquiera, mientras que el orco Durotan de Toby Kebbell es la única criatura que merece la atención del espectador. Este último sabe cómo trabajar un personaje enteramente digital al estilo Gollum -ya hizo un excelente trabajo en Dawn of the Planet of the Apes– y junto a Fimmel hace una dupla que se roba el foco de interés siempre que están en pantalla. Por otra parte, Paula Patton está muy incómoda con su personaje cruza entre humano y orco con prótesis dudosas, que encima tiene la tarea de crear un interés romántico para Lothar, el cual nunca termina de convencer. El resto del elenco, tanto humanos como orcos, tanto buenos como malvados, caen en las líneas genéricas de personajes unidimensionales.
Con una duración de dos horas, Warcraft es admirable desde lo visual, pero carece de una espina dorsal que cuente una historia fresca. En el eventual caso de que ese corte del director que dura 40 minutos más vea la luz del día, quizás el encuadre narrativo sea diferente y le agregue algo más de peso a la fábula fantástica que llega a las carteleras hoy. Por el momento, es puro fuego artificial que deja una linda estela en el cielo, pero desaparece segundo a segundo luego de esa primera explosión.
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