Crítica de Visages Villages

Agnès Varda y JR recorren distintos puntos del interior de Francia, realizando enormes intervenciones gráficas en paredes y tejados, en cisternas y trenes, en fábricas y tinglados. En cada lugar intercambian experiencias y vivencias con los pobladores y sus familias.

Pocas veces el título de una película —en este caso documental— es tan concreto y directo. Visages Villages (en español, y sin el juego sonante, sería algo así como «Rostros y Pueblos») resume sin rodeos de qué va este proyecto conjunto entre Agnès Varda, exponente de la Nouvelle Vague y directora de películas como La Pointe Courte, Les Glaneurs et la Glaneuse y Cleo de 5 a 7, y JR, fotógrafo y artista plástico del under francés.

Los rostros y las historias que ambos protagonistas encuentran en esta road movie documental son disparadores catárticos. Hay una necesidad de retribución hacia la gente, por parte de Varda y JR, que emociona. No solo por la sinceridad y la admiración para con esas «musas» que se encuentran en el camino, sino también porque es esa necesidad de estar en contacto con el mundo, que está afuera de las paredes de un estudio, la que focaliza en lo compartido entre los dos como artistas, más que en sus diferencias. Ni siquiera lo generacional sirve como objeción, sino más bien como motor de empatía entre los dos y el público.

La cámara se detiene constantemente en las miradas; las arrugas se vuelven voceras del paso del tiempo y los entornos naturales hacen lo mismo con los recuerdos. Varda y JR se animan a retratar cada uno de esos detalles, a intervenir espacios y perpetuar a esos protagonistas que les regala el viaje; a hacer saber al mundo que ellos estuvieron ahí, que existen, a través del arte.

La admiración entre ambos hace que uno se sienta abrazado por ese vinculo a medida que la película avanza, pero lo verdaderamente conmovedor es que lo contractual de la propuesta se sostiene en el apoyo y el entendimiento hacia el otro. La misma no solo retrata el andar motivacional de dos creadores, sino que también los releva y expone introspectivamente, sobretodo a Agnès Varda. Quizás es lo dañado de su capacidad visual la que a los 90 años hipersensibiliza sus cuatro sentidos restantes. El recorrido trasciende la pura iniciativa y la interpela inevitablemente a nivel personal. Sin ir más lejos, la propuesta de ir al encuentro de Jean-Luc Godard, por parte de JR, funciona como punto de giro tanto para la vida real de Agnès, como para la película.

Visages Villages es un documental acerca de la necesidad del artista de dejarse llevar, de crear separándose del propio ombligo, de salir al sol a que las historias lo encuentren. Hay algo infinitamente valioso en eso de recuperar lo improvisado como disparador artístico y demostrar que no hay barreras generacionales para que esto suceda. El viaje para los protagonistas, y para nosotros como espectadores, sirve como reconfirmación -dejando esta vez lo ficcional de lado— de que siempre es la vida la que se abre paso para encontrar al arte a través de su naturaleza intempestiva y curiosa, y que somos nosotros la inspiración que quiere ser encontrada.

 

 

 

 

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Hernán Fretes

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