Desde la carpa que levantó en La Reina, Violeta Parra es visitada por sus sueños, vivencias e ilusiones. Está viva, pero quizás está muerta, eso abre una gran expectativa en la que nos vamos enterando poco a poco de sus secretos, miedos, frustraciones y alegrías.
Violeta se fue a los cielos no es una simple película biográfica, sería injusto con la obra limitar su alto vuelo con una categoría que no le hace del todo justicia. Lejos está de una entrada audiovisual de Wikipedia o de un mero recorrido lineal por los pasajes más destacados de su vida. En todo caso es una caminata por un terreno rocoso, como el que atraviesa Violeta junto a su hijo, y como tal en ocasiones hace falta retroceder, avanzar a pasos más largos o rodear un obstáculo. Porque así es el tiempo en que Violeta se va a los cielos, un tiempo maleable en el que pasado, presente y futuro se encuentran, en que familiares fallecidos tiempo atrás comulgan con los amantes de hoy, en el que la niña pobre picada por la viruela convive con la más grande folclorista de la historia chilena.
Aquello, que es un importante logro del director Andrés Wood, se complementa con otros dos factores que hacen de Violeta el film que es, la muy buena interpretación de Francisca Gavilán y el tratamiento honesto que se hace de su personaje. Si bien en muchas oportunidades se peca de consciente a la hora de construir los diálogos, la historia es franca al mostrar a la artista, algo alejada del busto y sin pulir los acontecimientos. La frialdad ante la muerte de su hija Rosita Clara mientras ella se encuentra en Europa o los malos modos hacia su gran amor Gilbert, evidencian un planteo que no busca endiosarla, el óleo que se pinta de ella es sincero. Hacia el final hay detalles de peso en la vida de Violeta que son obviados y, si bien va en favor de la fluidez, su desenlace parece algo repentino.
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