A días de su ansiado casamiento, Magda es testigo de una sucesión de hechos que sufren personas cercanas y que involucran a su novio. Hace silencio y lo niega. Pero aquellos hechos la obsesionan.
Magda se prepara para su casamiento, uno de los grandes eventos en el pequeño pueblo del interior en el que vive. Se casará con el Gringo, empresario agrícola que a todas luces es un gran partido. Y sin embargo, es la gente a su alrededor la que parece más entusiasmada. Ella transita un estado de apatía preocupante, que se agrava a medida que se aproxima el día de la boda. Especialmente cuando se producen a su alrededor una serie de acontecimientos graves; balas que caen cerca y que se perciben como señales de una mala decisión en camino.
Vigilia en Agosto es la ópera prima de Luis María Mercado, un drama pequeño con una idea clara, que no siempre le resulta fácil transmitir. Los hechos se suceden en fuera de campo y, de una u otra forma, empiezan a afectarla. Es cuando el cuerpo comienza a hablar que el planteo termina de ordenarse. Cual si se tratara de algo sobrenatural, su cuerpo reacciona. Los nervios se hacen carne y enferma, más allá de que los médicos no encuentren nada raro. Es un stress pre-marital diferente al que acostumbra el cine. No tiene que ver con los arreglos florales, con la tela del vestido o si sonará una banda o un DJ. Es algo más profundo, que la carcome desde adentro.
Su cuerpo habla, pero nunca se termina de entender el por qué. ¿Son señales? Sin duda. ¿Qué indican? ¿Hay una faceta del novio que no se conoce? Una escena sobre el final, que pareciera conectar con otra del comienzo –el fuera de campo no termina de cerrar con claridad esa posibilidad-, indicaría o no algo del estilo. Pero la película elige hablar más bien sobre dudas abstractas de Magda, sin que haya un único fundamento concreto, con lo que no se termina de asir la noción general hasta que se manifiesta en forma corpórea. Hasta entonces, somos testigos de una joven apática –que se suelta cuando está con amigas o cuando mira a otro- envuelta en una relación en la que no pareciera haber demasiado afecto. Pero el casamiento tiene que seguir adelante, como si fuera un mandato.
Y ahí cobra total dimensión el título. No la parte de agosto que, de acuerdo al director, se dice en la región que es un mes invernal que hay que pasar, en el cual la gente tiende a enfermarse. Sino la vigilia. La víspera de una festividad, en este caso el casamiento. Y también el estado en el que se encuentra la protagonista, con un sólido trabajo de Rita Pauls –sobre todo en el tercer acto-, que debería estar sumida en un ensueño permanente y sin embargo está peligrosamente despierta, abierta a influencias tóxicas que impiden el idilio.
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