Leonor está preparada para abandonar el nido, pero no se atreve a dejar sola a su madre. El mundo de Estrella se tambalea al ver que el vínculo que las une se está debilitando.
Venimos acostumbrados a querer abrir nuestras alas y despegar al mundo apenas tenemos una oportunidad, una precoz sensación de independencia. Y casi siempre, en algún momento de nuestro viaje, solemos mirar atrás y recordar con cariño ese hogar que abandonamos y que nunca dejamos de extrañar. En un mundo definido por un ritmo frenético, que no se detiene, que las relaciones interpersonales suelen ser cada vez menos profundas y duraderas; en un mundo así de enajenado nos llega este relato de una madre e hija en un pequeño pueblo y un intenso lazo entre ambas que tambalea, se transforma, cambia y evoluciona a medida que aparece la impronta de la emancipación.
Si solo dijéramos que es una tradicional historia que trata el síndrome del nido vacío, nos equivocaríamos. Aquí estamos frente a una doble pérdida. Una reciente y otra en vísperas. Viaje al cuarto de una madre transcurre, en su mayoría, dentro de un simple y pequeño hogar, hace hincapié al mismo tiempo en la huella dejada por el ausente: el padre/esposo que ya no está. Indirecta y excelentemente mencionado mediante objetos diarios que nos rodean. Una bicicleta fija, un acordeón, unos zapatos. Cada uno de esos objetos late un recuerdo paterno/conyugal tácito que se niega a desaparecer, como así también a ser citado.
Celia Rico Clavellino nos trae una experiencia visual sencilla y cotidiana. Con dirección y guion propio expone ese ya conocido esfuerzo que hacemos cuando amamos a alguien y sabemos que tenemos que dejarlo ir. Aun cuando duela, aun cuando sea necesario. Esa valentía de desprender, de dejar ir, que vive una madre en algún momento de la vida.
Y junto con estos conceptos de dependencia e independencia, nos acerca también una hermosa interpretación de Lola Dueñas (Hable con ella, Mar adentro) y de Anna Castillo (El olivo). Ambas construyen en pantalla una relación tan verosímil y creíble gracias a la dirección de Rico y, por qué no, de su propia madre; quien confesó haber pasado días enteros enseñando a coser a Dueñas fuera del plató para hacer más reales las escenas.
Una película que no plantea si va a haber oportunidades, sino que ya sabe que las hay. El desafío en puerta es si tomarlas o no y arriesgarse al cambio. Un nexo entre madre e hija que enamora, con personajes cotidianos con los que es imposible no simpatizar tengas las edad que tengas.
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