Si no se supiera de antemano quienes están detrás de esta película, Vanishing on 7th Street podría ser atribuible al peor M. Night Shyamalan, aquel que, antes de cambiar de género y fracasar con The Last Airbender, llevaba adelante el fallido proyecto The Happening. Si se las piensa juntas, tienen mucho en común: una idea base original que pronto se muestra sin sustancia, un actor protagonista que no es capaz de llevar bien su papel y un guión abandonado que se deja a medio terminar. Digamos que hasta incluso comparten la presencia de John Leguizamo, de quien no es difícil predecir su final.
Brad Anderson, quien ha estado detrás de buenos proyectos como The Machinist o Transsiberian, logra sostener el interrogante de por qué la gente se evapora y con eso mantener cierto interés, no obstante las múltiples fallas de la propuesta acaban por desandar este camino. Su guionista, Anthony Jaswinski, quien hace nacer a su historia inmersa en el conflicto, rápidamente permite que esta se torne pesada y circular. Repetitiva hasta el hartazgo, sus personajes una y otra vez verán y oirán cosas que realmente no existen o se dirigirán en forma continua hacia pasajes oscuros en soledad. El abandono definitivo del guión tiene lugar al pretender que una palabra aislada escrita en una pared, la cual remite a una leyenda norteamericana del 1500, sea suficiente como para explicar todo lo sucedido.
Flexible y selectiva, la historia se acomoda a las necesidades de sus personajes y a la comodidad de su autor. De esta forma permite que, por ejemplo, haya desapariciones con pleno sol (avión que cae incluido) pero que en la noche más negra sus protagonistas se salven portando los colgantes luminosos que se usan en los boliches. Anderson conduce así esta fallida propuesta que a pesar de toda la luz artificial que emplea, no logra arrojar algo de claridad a todos los puntos oscuros de su guión.
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