Crítica de Uno

Un arquitecto en crisis con su mujer, pasa ocacionalmente por un pequeño pueblo donde Mariela, una niña huérfana, lo cree un enviado de Dios y miente diciendo que es su tío. La mentira crece, Sebastián comienza a dudar de su verdadera identidad, y Mariela, y todo el pueblo, intentarán impedir que se vaya.

Uno, Luciano Cáceres, Dieguillo Fernández

Por Esteban Silva.

Si se tiene en cuenta la fascinante evolución que ha tenido el cine argentino en los últimos años, tanto en su formato más independiente o de autor como en su modo más comercial, esta película parece que atrasa, impresión que se produce no sólo en ciertos aspectos técnicos sino también en su contenido, lo que es aún más grave. Este paso atrás se produce porque los protagonistas nunca logran encauzar la historia, porque los diálogos son poco verosímiles y, lo más importante, porque cuenta una historia que aburre desde el comienzo hasta el final.

Uno es el primer largometraje de Dieguillo Fernández, por lo que por un lado algunos le darían mayor crédito al film de este diseñador de Imagen y Sonido de la UBA. Por el otro, si se analiza su currículum se podría destacar que ha colaborado con el guión de la interesante película argentina que luchará por ser candidata al Oscar, Infancia Clandestina, por lo que otros -entre los que se cuentan este crítico- habrían esperado algo más digno que lo observado en pantalla.

Si la película defrauda es porque cae en los clichés de la mirada urbana sobre «el pueblito». Así encontraremos a un inoperante empleado de una estación de micros que repite una y otra vez que «acá nunca pasa nada» o a un cura y a una maestra demasiado nobles para ser reales. Es decir, hay una construcción del pueblo a partir de los estereotipos -y un poco de soberbia- que puede tener un «bicho» urbano contra uno rural, así como también de los prejuicios sociales que hay sobre ciertos roles retratados. Quizás el único personaje rico en contradicciones es el de Carlos Belloso quien, si bien es «el malo» de la historia, demuestra tener durante el transcurso del film valores éticos y morales mucho más elevados que los del propio protagonista. Pero la mayor desilusión se lleva al observar que el director no propone ninguna mirada novedosa desde lo cinematográfico, algo que suele buscarse en los films de autor, sino que presenta un material desorganizado, tedioso, con un pésimo sonido y planos mal realizados y/o carentes de sentido.

Una de las pocas cuestiones a resaltar son las actuaciones, fundamentalmente las de los actores secundarios. Con un Belloso que se destaca como el villano Hernán Barrera, igual que el siempre rendidor Javier Lombardo. Quien realmente se luce es Silvina Bosco, que interpreta de forma simultánea dos papeles antagónicos, una amable y noble maestra, y una desfachatada y canchera recepcionista de hotel. También vale la mención para el amigo de los bancos, Gonzalo Suárez, quien logra transmitirle a la película cierta dosis de humor.

En la otra cara de la moneda puede encontrarse a los dos protagonistas: Mariela (Camila Fiardi Mazza) y Sebastián Oviedo (Luciano Cáceres). La nena, que con algunos delirios religiosos busca desesperadamente quien la salve de Barrera, produce dos sensaciones: gracia y tedio. Lo primero se da porque su aspecto y vestimenta son algo similares a las macabras niñas japonesas en camisón que están de moda en la gran pantalla. Lo segundo es por una mezcla de dos ingredientes, una actuación poco creíble y unos diálogos forzados, casi de plástico. Aquí entra Luciano Cáceres, quien tendrá altibajos a lo largo de toda la película. Los bajos se verán en las escenas que comparte únicamente con la protagonista, ambos luchando por darle vida a un guión que tenía fecha de defunción desde que fue escrito. Mientras que los puntos altos se darán cuando enfrente a alguno de los que tienen cierto recorrido frente a las cámaras, sobre todo en las escenas con Belloso.

Desde su corto Teodelina Km 341 (2002) se observa la devoción que tiene el director por aquellos pueblos por los que pareciera que no pasara ni siquiera el viento. Muchas veces sólo con el amor no alcanza, se precisa de inteligencia, capacidad técnica y un buen guión para que ese afecto individual se transforme en uno masivo o al menos en uno que sea lo suficientemente atractivo para permitir la concurrencia del público.

3 puntos

 

 

 

 

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