Crítica de Una Mujer Fantástica

Marina, una joven camarera aspirante a cantante, y Orlando, 20 años mayor, están enamorados y planean un futuro juntos. Sin embargo, un hecho terrible e inesperado hará que ella se vea obligada a enfrentar a la familia de él y a la sociedad misma.

Como sociedad toda, todavía nos falta. Nos falta preocuparnos por el otro y dejar de ser egoístas. Aprender que cada vida es un mundo, un microcosmos de eventos que nos llevan a ser las personas que somos y no hay dos personas iguales en el mundo. La tolerancia ante el camino de vida del otro es una materia pendiente en muchos y es el estandarte de guerra que presenta el director Sebastián Lelio en Una Mujer Fantástica, que va de camino a incinerar la próxima entrega de los Oscar en el rubro Mejor Película Extranjera.

En una de las tantas entrevistas que hizo Daniela Vega, la actriz y protagonista describe la historia como una «de amor clásica, donde los protagonistas están separados por la muerte». Es una mención sublime y enternecedora, poética por sobre todas las cosas, y muy cierta. Hay una muerte que separa a la pareja, pero también se le agrega el hecho de que Marina es una mujer transexual. Y acá es donde Pedro Almodóvar se estaría rasgando sus vestiduras, porque es una historia que parece salida de su filmografía, pero en este caso se suma a la corta pero impresionante carrera de Lelio, argentino nacionalizado desde pequeño en Chile. A Marina y a Osvaldo (Francisco Reyes) los unía el amor que se profesaban el uno al otro, pero los separó algo más que la muerte: el prejuicio. Y a ella le espera un largo y arduo viaje hasta volver a ser esa mujer fantástica que él veía cada vez que la miraba.

La transfobia es dolorosa y peligrosa, se mire por donde se mire, y a través de un sutil pero desgarrador guión del mismo Lelio junto a Gonzalo Maza es donde el espectador transita el mismo camino que Marina, cuando es tratada como una criminal al socorrer finalmente en vano a su pareja, y al enfrentar a la familia para formar parte del duelo al fallecido. Que ciertos personajes, obtusos pero muy cercanos a la realidad, le griten «maricón pintado» y otros improperios es tristemente verídico. Pero uno de los momentos más punzantes del film es cuando la ex-esposa del difunto se refiere a Marina como una quimera, un ser mitológico, una amalgama imposible de descifrar al verla a la cara. Lo menciona en tono bajo, pero ni aunque le hubiese gritado la peor maldición dolería más que esa sencilla palabra. Y Marina, como la poderosa actriz que la encarna, tiene que soportar muchas situaciones similares. Es la intolerancia en su máxima expresión, gente que no la entiende como la entendía su amor perdido, y tampoco la deja digerir esta situación tan extrema.

La cámara de Lelio adora a Vega, que tiene una presencia magnética y entrega una interpretación de hierro por todo lo que su personaje tiene por delante. Es hasta cierto punto injusto el trato, como si desde el guión se torciese el brazo del espectador a sentir y reaccionar frente a lo que pasa en pantalla, pero Marina -y Daniela- permanecen impasibles. Es uno de los aspectos más indescifrables de la película, el ver la manera en la que la protagonista es tratada y no haber un gran desenlace catártico para ella. Hay catarsis, claro, pero no al nivel fantástico que promete el título. Daniela ocupa la pantalla y la mayoría del metraje, pero es durante la mayoría de este que resulta un misterio, donde se tiene que observar detenidamente cada sutileza que presenta la actriz chilena para identificar qué sucede (o no) en su cabeza. No es necesario que grite y se transforme en una musa almodovariana, pero que viva a la sombra que le hace ese adjetivo en el título.

Se siente también que hay elementos del guión que no fueron bien explorados, como la investigación policial que solo parecería existir para humillar a Marina en un examen corporal, el enigma onírico de la misteriosa llave del locker o las proezas musicales de la protagonista, que apenas tienen un par de escenas en toda la película y significaría mucho más haberlas aumentado, para darle más potencia a ese final. Son detalles que no terminan de acoplar del todo, pero Lelio los suple con momentos de ensoñaciones, apariciones fantasmagóricas y hasta roces con el realismo mágico, ayudado de la música de Matthew Herbert en todo momento.

En conclusión, Sebastián Lelio presenta una historia con mucha valentía en su núcleo, representada con mucha gracia por la debutante Daniela Vega, que se une al panteón de grandes mujeres que presentó el mismo director junto a Gloria. En los tiempos que corren, una lección de cívica, moral y humanidad nunca está de sobra, y menos cuando luce así de bien como es el caso de Una Mujer Fantástica.

 

 

 

 

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Lucas Rodríguez

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