Crítica de Turbo

Un caracol cuyo sueño es ser el mejor corredor del mundo, se ha visto convertido en un marginado dentro de la lenta comunidad caracol y en una vergüenza permanente para su precavido hermano mayor, Chet. Cuando un extraño accidente le de super-velocidad, él tendrá la oportunidad de ir por la gloria.

David Soren, Turbo, Ryan Reynolds

Como si de la propia película se tratase, Turbo llega a los cines argentinos como el underdog. Aquel término, que no tiene una traducción literal, hace referencia al que corre con desventaja, al competidor improbable, más propenso a hacerse con el cariño del público antes que de los laureles en el deporte. Las veteranas franquicias representadas por Monsters University y Despicable Me 2 largaron tiempo atrás y se convirtieron en los elegidos de la audiencia, Metegol juega de visitante y su rotundo éxito en la venta de entradas significa el relegamiento del caracol a un cuarto lugar que merecía por ser la criatura más lenta y la producción menos instalada, pero cuya calidad final la hace merecedora del combate por la gloria.

Turbo no es un hito de la animación, ni en su calidad técnica ni en sus valores cinematográficos. Es un piloto más, uno de los 19 cuyos nombres no figuran entre los tres que subieron al podio y festejaron con champagne. Es, no obstante, un competidor digno. No cualquiera puede subirse a uno de estos vehículos y aspirar a correr igual que los grandes. Se trata de una película que no ofrece nada novedoso al género, pero que se guarda algunas maniobras espectaculares. Divierte y lo hace bien, de hecho en ocasiones es sumamente graciosa.

Se puede ver cierto parecido con Antz. Más allá de la estructura obrera de la comunidad de moluscos, bien puede pensarse en la época en que DreamWorks respondió con sus hormigas a A Bug\’s Life, tratándose en este caso de una variante al universo de Cars. Aún siendo ese el caso, David Soren conduce su película con soltura. Su problema puede ser la caída permanente en lugares comunes, pero compensa con mucho corazón, con una historia de pequeños gigantes, de héroes imposibles, de aquellos que Robert D. Siegel, uno de sus guionistas, conoce bien como uno de los autores de The Wrestler.

Ofrece una importante cuota de humor y la necesaria emoción -sobre todo en el final- que una propuesta así requiere. Incurre en cuanto cliché puede, pero de repente llega un cuervo, se lleva a un caracol de la formación y nadie reacciona, excepto el público que se ríe, sobre todo con la repetición. Habla sobre la familia, especialmente la relación entre hermanos, y supone cierta novedad frente a la gran cantidad de propuestas dedicadas, cada vez más, a ese tópico fantástico que es la amistad. La principal pérdida tiene que ver, una vez más, con la gran cantidad de figuras que aportan sus voces y se esfuman en el doblaje. Turbo puede no ser el mejor competidor en la carrera, pero con su tiempo en pantalla justifica su visionado con risas y pasión. Logra transmitir lo segundo al espectador, que vibra con su velocidad en constante aumento. Crece de forma permanente, desde bien abajo hasta la gloria en pantalla. El típico underdog. Y pocas cosas se disfrutan más que un héroe proletario.

6 puntos

 

 

 

 

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