Crítica de Tolkien

Tolkien se adentra en los años de formación del autor mientras encuentra amistad, amor e inspiración artística entre un grupo de compañeros marginados.

John Ronald Reuel Tolkien es, sin lugar a dudas, uno de los escritores más prolíficos e importantes del siglo XX y su vida está casi a la altura de las aventuras que narró. Tolkien cuenta la vida del autor, desde su infancia hasta su paso por la guerra y la creación de los diferentes idiomas que le regaló al mundo. Una historia estereotipada que intenta darle más importancia a eventos que no definieron su escritura y que por momentos se hace muy extensa y agobiante.

Se lo ve en la trinchera, claramente enfermo y agotado. Está leyendo una carta, agarra sus cosas y se va. Parte en busca de un amigo en medio de la batalla de Somme, en Francia, durante la Primera Guerra Mundial. La película, dirigida por Dome Karukoski y escrita por David Gleeson y Stephen Beresford, utiliza como hilo conductor el viaje por la barricada para conectar la historia con los diferentes momentos de la infancia y juventud de John. Si bien tiene muchos momentos emocionantes para cualquiera que haya sido tocado por la escritura de este prodigio, llega a hacerse densa, recae en lugares comunes de los que pocas biopics pueden escapar.

Con Nicholas Hoult interpretando al escritor, la película cuenta con grandes actuaciones que son, sin lugar a dudas, su fortaleza. Al morir su madre, J.R.R. Tolkien y su hermano son puestos bajo la tutela de un cura que los lleva a vivir con la señora Faulkner (Pam Ferris), una acaudalada que cuidaba de huérfanos y es ahí donde conoce a Edith Bratt. Uno de los puntos centrales es la historia de amor con Edith (Lily Collins) y las dificultades que tuvieron que sortear para estar juntos. Pero el corazón reside en la amistad que entabla con tres compañeros del colegio King Edward de Birmingham, uno de los más exclusivos de Inglaterra. Allí conoce a Christopher Wiseman (Tom Glynn-Carney), Geoffrey Bache Smith (Anthony Boyle) y Robert Q. Gilson (Patrick Gibson), un grupo inseparable por el que aprendió el significado de hermandad y compañerismo que estaría reflejado en toda su obra.

Desde el punto de vista técnico la película es correcta: la fotografía es bella, el diseño de producción es perfecto para la época, el montaje ayuda a contar la historia y los efectos que acompañan algunas escenas son geniales. El mayor problema recae en el ritmo y la elección de eventos a contar. Al tratarse de una historia real y de la que se conoce el final, muchas escenas pierden sentido o importancia y se les da más tiempo del que debería.

A pesar de esto, es casi obligatoria para cualquiera que haya disfrutado de las historias de este hombre que a los 13 años creó su primer lenguaje, que nos regaló magia y que hizo del mundo un lugar un poco mejor.

 

 

 

 

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Julieta Cáceres

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