Crítica de Tiempos Menos Modernos

Payaguala, un hombre de ascendencia tehuelche, vive solo, aislado, retirado en un rancho perdido en medio de la Patagonia argentina cerca de la cordillera de los Andes. Su existencia se basa principalmente en trabajar y cuidar su escasa tierra.

“¿500 años de qué? ¿De qué?”
(Payaguala, Tiempos Menos Modernos, 2012)

Tiempos menos modernos es un film que invita a la reflexión en torno al alcance de la industria cultural, especialmente durante la década menemista. Payaguala vive en soledad en medio de la Patagonia y lleva un día a día tranquilo que se ve trastocado cuando, en el marco de un programa del Gobierno de inclusión a las fronteras, recibe un televisor y un teléfono. Los electrodomésticos marcan una forma de integrarlo al mundo, de sumergirlo en sus problemas, a la vez que hacen aflorar conflictos propios y plantean dos períodos bien diferenciados de la película.

El film propone una suerte de crítica a la globalización que se ve algo opacada por la elección de Simón Franco en la forma de plantearlo. Los primeros 40 minutos no se llevan con facilidad, un pesado costumbrismo con algunos problemas de audio se hace difícil de digerir, aspecto que cambia radicalmente con la llegada de la caja boba a la vida del personaje. Aflora la idea del mal necesario, no para el hombre que vive aislado, sino para la película en general y el espectador en particular. El teléfono le abre una ventana al mundo distante, a un amor no correspondido, el televisor irrumpe su cotidianeidad y amenaza su armonía, lo vuelve “adicto” a su programación, lo lleva a comprar un reloj con alarma para seguir su novela. El film nace a partir de lo que critica, a la vez que depende de ello para funcionar.

Cuando surgen estos conflictos, Tiempos Menos Modernos profundiza su crítica consumista a la vez que avanza como película, valiéndose de ciertos pasajes humorísticos que hacen posibles los falsos programas como Alma Mía, un reality de citas o el ridículo discurso sobre las naves espaciales del Presidente de turno. Como una esponja reacia, Payaguala absorbe aquello que denostaba, culminando en un enorme y muy logrado final en el que la transformación es plena. Simón Franco conduce una historia pequeña que deja una marca, una realización cuyo valor más grande es que se siga reflexionando, se la siga pensando, aún días después de haberla visto.

 

 

 

 

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Migue Fernández

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