El nuevo trabajo de Lin-Manuel Miranda representa uno de los musicales del artista Jonathan Larson.
¿De qué va? Basada en el musical autobiográfico de Jonathan Larson, sigue a un aspirante a compositor de obras teatrales que trabaja de camarero en Nueva York mientras escribe Superbia, que espera sea el próximo gran musical americano y lo que finalmente le de su gran oportunidad.
Jonathan no está en su mejor momento: su carrera sobre las tablas no parece comenzar, los conflictos económicos apremian y, lo que más parece molestarle, está por cumplir 30 años sin haber triunfado. Todos estos problemas se presentan desde el inicio en Tick, Tick… BOOM!, la nueva película de Lin Manuel-Miranda, que llegó a Netflix para seguir la historia del reconocido autor teatral Jonathan Larson y lleva el título de uno de sus trabajos.
Con un formato moderno, Miranda abarca el universo del artista desde las tablas, su lugar de origen y excelencia. En uno de sus mejores papeles, Andrew Garfield desde el escenario empieza a presentar ante el público su actualidad, rememorando la obra autobiográfica que el joven realizó en Broadway y previo al estrellato que generaría la tan reconocida Rent. Acompañado por una banda y alternando entre canciones representativas y un unipersonal, la problemática del protagonista pasa por más de un camino, llegando a un punto de inflexión en el que parece no tener retorno.
El abordaje a la obra que lleva el título del largometraje corre por una doble vertiente: desde el conocimiento del artista, para aquellos más alejados del género, como para también evitar que su musical más destacado se lleve todas las luces del proyecto, lo que resulta en una especie de coming of age del propio Larson. Las temáticas que emprendía en cada uno de sus trabajos tienen puntos en común, lo que también sirve como homenaje al representado.
Sobre este último punto también es interesante pensar la nueva propuesta de Netflix, ya que el enfoque de Miranda pasa por las frustraciones y el desarrollo de los proyectos, demostrando que no todo el camino hacia el estrellato es llano ni sencillo, y el conocer los chascos que puede sufrir hasta una figura tan exitosa como Larson permite visualizar un mensaje optimista pero a la vez problematizador sobre el recorrido y la propia industria.
Cuando hablamos de las problemáticas que se reflejan, muchas son tanto personales como de su círculo de amistad y que permiten una denuncia social, siendo muy fuerte la temática con su amigo Michael (Robin de Jesús) y la homosexualidad en el inicio de los ’90 en los Estados Unidos, relacionando al debate político que se generaba tanto por los derechos civiles como a la propagación del VIH. En este punto encontramos uno de los detalles que se destacan del drama en un segundo plano, debido a la altura con la que el director lo trata y la interpretación de Jesús, siendo uno de los más destacados del elenco. Otro caso va relacionado al mundo laboral, la dualidad en la que se puede pensar entre la necesidad económica y la posibilidad de desarrollar los objetivos personales, algo en lo que tanto el protagonista como sus amigos se encuentran inmersos, permitiendo el lugar al debate y la disputa interna.
Pero además de la cuestión dramática, esta nueva propuesta también corre por el terreno del musical. En este sentido, Miranda ofrece en su ópera prima algunas características similares a sus trabajos anteriores con respecto a la puesta de escena en cada uno de los momentos musicales. Como punto positivo logra alternar bien entre los dos géneros y no se apoya solo en uno, generando la empatía para el público amplio y no solo en los fanáticos de los musicales. Sin embargo, y a pesar de contar con varias canciones con letras del propio Larson, no logra evocar alguna escena icónica para el futuro y los diferentes pasajes se volverán rápidamente olvidables, logrando destacar una escena a dúo entre Garfield y Vanessa Hudgens, que interpreta a la voz de la banda Karessa Johnson, durante una discusión de pareja del protagonista y Susan (Alexandra Shipp).
Quien sin lugar a dudas tiene todos los focos apuntados hacía sí es el propio Garfield, demostrando toda su capacidad con los recursos actorales y personificando de manera asombrosa al interpretado, pudiendo visualizar sobre el final las similitudes entre ambos y cómo el actor logró captar los distintos rasgos de Larson, que lo catapulta para ser un nombre fuerte en la temporada de premios. El resto del elenco, además del mencionado de Jesús, acompaña muy bien y consiguen estar en la sintonía que buscaba el largometraje, tanto en el sentido musical como en el dramático.
El cierre parece apresurado, si es que se apunta a una historia más biográfica. En las intenciones del realizador uno podría intuir que la parte «exitosa» de Larson poco importaba en su trabajo, y por eso hay un rápido resumen sobre qué fue lo que sucedió con el protagonista para mero conocimiento pero que no lleva muchos minutos en pantalla y solo logra colarse.
Miranda se alista sobre el fin del año con una simpática pero a la vez problematizadora película, que toma varias vertientes para reflexionar pero que tiene un nombre en común en todas ellas: Jonathan Larson. Con un Garfield encendidísimo, no sería raro encontrar este proyecto haciendo ruido para las estatuillas y los reconocimientos. ¡Viva la vida bohemia!
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