Crítica de The Woman in Black 2: Angel of Death

40 años después de la primera maldición en la mansión Eel Marsh, un grupo de niños evacuados por la Segunda Guerra Mundial arriban a la casa, despertando al habitante más siniestro del lugar.

En 2012, The Woman in Black incursionó en el terror victoriano con buenos resultados. Detrás había un gran director, James Watkins -si no vieron su Eden Lake, se las recomiendo fervientemente- y un gran elenco, encabezado por el entonces reciente egresado de Hogwarts Daniel Radcliffe. Había una brillante atmósfera clásica y el resultado general fue un exponente del género común pero solvente, que se dejaba disfrutar sin problemas. La historia concluía con un buen nudo, pero el vengativo espíritu de la antagonista que le da nombre a la saga quería volver con más, y su segundo objetivo son un grupo de inocentes niños refugiados a causa de la Segunda Guerra Mundial.

De entrada, vale decir que The Woman in Black 2: Angel of Death es una pobre secuela, donde todo lo que funcionaba antes hace aguas por todas partes. Atrás quedó el gran elenco de figuras destacadas -además de Radcliffe, podíamos encontrar a Ciarán Hinds y a Janet McTeer como grandes secundarios- y ahora que se nota que hay menos presupuesto, el protagonismo recae en la enfermera interpretada por la prácticamente desconocida Phoebe Fox. Ella hace un gran trabajo generando la suficiente empatía por su atormentado pasado y tiene una buena conexión entre la adusta directora que marca Helen McCrory con muy buen gusto, y un poco de química con el anodino aviador de Jeremy Irvine.

Esta segunda vuelta del fantasmagórico espíritu no impacta porque los sustos están telegrafiados desde el primer momento de la película, y no hay muchas sorpresas desde el guión para mantener la atención durante hora y media. Si sumamos a esos sustos de cartón una fotografía demasiado oscura, que aumenta el agobio del ambiente pero no permite distinguir absolutamente nada de lo que sucede en los momentos nocturnos del film, el resultado es bastante magro. Las ideas del director Tom Harper no terminan de innovar y no hay un sentimiento de que haya intentado siquiera darle una impronta propia, sino que cobró cheque para perpetuar la historia sin mucho aspaviento.

El resultado final es una pena. La mitología de la saga, aunque no muy original, tenía mucho camino para sorprender de haber seguido por un camino de innovación. Caer en momentos trillados no le funciona para nada y la resolución final no deja un sentimiento de satisfacción, sino todo lo contrario; alivio por haber terminado con el hastío de esta nueva historia. Un salto más de 40 años y ya la saga habrá llegado a la actualidad, si es que continúa en algún momento.

 

 

 

 

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Lucas Rodríguez

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