Breaking Dawn es el comienzo del fin de esta saga reciente que se ha valido del género «fantástico» para vender suspiros adolescentes con diferente envoltorio. Es también, al igual que Harry Potter and the Deathly Hallows – Part 1, la toma de conciencia por parte de los estudios de que pronto el producto va a escasear y, como supuestamente el último libro en el que se basa es muy complejo, eligen así racionarlo para dos tandas. En esta cuarta película de la saga Crepúsculo si hay algo que prima es la sencillez de su historia. Como si se tratase de colmillos falsos y disfraces de lobo, el gran conflicto que la conduce tiene poco y nada de fantasía y mucho más de drama familiar de telenovela. Y no es casual la cercanía con este género televisivo, al que se asemeja mucho a partir de situaciones hiperbolizadas, actuaciones impostadas, un guión pobre cargado de discursos solemnes, la condensación de múltiples problemas en pocos capítulos (aquí son días) y un final de estilo «continuará».
El comienzo de esta primera parte es una quita de máscara y, a pesar de mucho, es de lo mejor que la saga tuvo para ofrecer. Este sinceramiento es hacia su público, no hay vampiros, no hay lobos, solo una chick flick de una chica que se casa con un chico y todos sus conocidos que celebran esta unión. Esta exaltación de la normalidad de las criaturas, algo para lo que se vienen esforzando desde la original, conduce desde el principio al fin al que apunta toda película romántica, el casamiento y la fiesta. Allí incluso se permite, a pesar del drama y los clichés, tener algunos pases de comedia y evadir un poco el tedio en el que suelen sumergirse las adaptaciones de esta serie.
Pero el film no termina a la media hora y una luna de miel en Rio de Janeiro (donde todo el mundo baila) emprende el camino cuesta abajo que seguirá hasta el final. Es risible la celeridad con que se precipitan los conflictos, hasta convertir a una pareja con apenas días de casados en un matrimonio de años. Luego de su primera noche de amor, Edward decide no volver a tocar a Bella, entonces ella tratará sin éxito de seducirlo, hasta descubrir que está embarazada y, más adelante, que esto puede matarla. A esto se suma que, atrapados en Rio, la pareja se divierte jugando al ajedrez, por si alguien no había entendido que no estaban teniendo sexo. Este dramatismo exagerado juega en contra de la primera parte, más simple y efectiva, y lo seguirá haciendo con nada más que esto (entiéndase Bella puede morir) hasta el final.
Esta historia sobre humanos, hombres lobo y vampiros buenos, que solo matan al que es malo o solo convierten al que está a punto de morir, se desarrolla a la inversa que la séptima del mago más famoso. En la primera parte de Harry Potter no pasa absolutamente nada y en la segunda pasa todo, a diferencia de esta en la que al final se resuelve el conflicto base que guía todas las películas. La elección de Bill Condon y equipo, siguiendo el libro de Stephanie Meyer, es la de resolver el aspecto romántico, el de mayor importancia para su público, y reservar los problemas entre las criaturas para el año que viene, algo claro ya que solo hay una secuencia de acción, a oscuras y tan mal ejecutada que es poco y nada lo que se entiende. ¿Qué queda entonces por resolver si se trata de una película romántica? La excusa.
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