Diez años después de un colapso económico global, un duro y solitario vagabundo atraviesa el interior de una Australia devastada en su misión por localizar a quienes le robaron la última posesión que le quedaba: su coche.
El paraje creado por el director David Michôd para The Rover no podía ser más inhóspito y desolador. Presentada como un western contemporáneo, la segunda incursión cinematográfica del australiano posiciona al espectador en medio de un brutal colapso económico y social, que deja las calles desiertas, y los remanentes humanos luchando por subsistir, donde una bala vale más que una vida humana. En el medio de esta aridez, el protagonista es un duro hombre que no tiene nada que perder, un vagabundo o trotamundos, como bien lo indica su título original.
Australia. Diez años después del colapso. Ése es el único dato que se nos enseña para saber que el mundo no es el mismo. Casi no hay detalles explícitos que subrayen esa idea, con excepción de los diferentes personajes que van apareciendo y desapareciendo con el correr de los minutos. El detonante de la acción es simple y directo: al protagonista le roban su auto, tal vez la única posesión que le queda. Y la más importante, ya que saldrá en su búsqueda sin importarle lo que le depare esta caza humana. En el camino se encontrará con un peculiar joven, mitad Jesse Pinkman de Breaking Bad y Leonardo DiCaprio en What\’s Eating Gilbert Grape?, formando una inestable alianza en la abrasadora estepa australiana.
Todo aquel que espere una aventura postapocalíptica al estilo de Mad Max se verá muy decepcionado, ya que ése no es el objetivo de Michôd. Con apenas un toque de historia, la más de hora y media de metraje transcurre entre paisajes oníricos, y una banda sonora -cortesía de Antony Partos– que a veces participa más que los protagonistas, y su impulso se siente en muchas de las escenas, creando atmósferas pesadas, asfixiantes, chirriantes. En el mundo de The Rover no hay buenos ni malos, hay mucho gris. El protagonista difícilmente haga algo que se gane la total confianza de la platea. Si estuviésemos hablando de otra película, el ciudadano de Guy Pearce sería un villano, que no se detiene ante nada ni nadie para conseguir lo que quiere, sin importar si tiene que gastar un poco de plomo. El papel de Pearce es fantástico y el actor le pone todo el cuerpo a este hombre duro y reacio, con mucho desgaste físico y psíquico, que repite más de una vez sus preguntas y que no está para chistes. Su contrapartida es un inesperadamente excelente Robert Pattinson, que los hará olvidar -a mí inclusive- el horrible papel que tuvo en la saga Twilight, demostrando que tiene pasta para componer papeles difíciles y desafiantes.
The Rover no es una película fácil de ver, pero aún así es disfrutable. Aunque es dura, no es tediosa. Aunque es desoladora, la belleza de su fotografía es innegable, aún cuando el escenario del film priorice el polvo, sangre, sudor y metal oxidado.
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