Crítica de The Possession Experiment

Cuando a Brandon le piden que elija un tópico de estudio para desarrollar como proyecto final de su clase de teología mundial, él decide explorar el oscuro mundo de los exorcismos. Pronto se dará cuenta que, más allá de su curiosidad, está abriendo puertas que luego quizás no sepa cómo cerrar…

Mezclemos los tópicos mas usados del cine de terror, inculquemos referencias culturales y extrememos los recursos del género lo mayor posible. Se obtiene por resultado The Possession Experiment, que encara con ingenuidad y una desmedida ambición el miedo y el tabú más sobresaliente de la religión: el exorcismo.

El resultado de querer articular todos los subgéneros de un mundo tan abarcativo como es el terror lleva a preguntarse cómo es posible que un film que al principio se sabe prudente y responsable pueda resultar en un producto con lagunas y errores por doquier, como si se buscase atraer al espectador solo por el uso efectista del relato.

Los problemas pueden comenzar desde una dirección que elige dejar todo a la vista, sea esto tanto lo que ven los personajes amenazados como los espíritus acechantes, con lo cual cualquier elemento tensionante se disuelve hasta casi ni existir. Por esto es que se recurre a la necesidad de asustar a un espectador que no solamente se encuentra avezado en los avatares de este tipo de cine sino que ya conoce todo lo que puede llegar a suceder en la historia.

Esta falta de lógica en la indefinición de un punto de vista se supedita al uso constante de una montaje de imágenes tan desagradables como carentes de cualquier fin, como con el solo hecho de crear un estilo visual que identifique al film.

Ser una película con una tonalidad tan amateur implica casi necesariamente la utilización de actores que no logran en ningún momento construir personajes que, de igual forma, circulan por los senderos de los cliches acentuando las referencias lógicas a filmes como The Exorcist (1973), Halloween (1978), The Blair Witch Project (1999) o la más reciente Ouija (2016), entre otras. No se puede dejar de lado la evidente aparición de un símil Freddy Krueger de la saga de Nightmare on Elm Street.

Un menjunge de elementos del género sin ningún tipo de criterio para su organización termina por entregar una película en la que, aunque exista una forzada causalidad de las acciones, todo se desmorona con la elección estética desde el primer momento en el que, a mitad del relato, comienzan a ocurrir sucesos que invitan más a la risa que al espanto. Y la pregunta que queda remoloneando por la mente es si lo que se acaba de verse es una parodia del propio género de terror o si es un film serio.

 

 

 

 

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Matías Carballa

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