Un hombre misterioso se sienta todos los días en la misma mesa del mismo restaurante, aceptando conceder los mayores deseos de sus visitantes y asignándoles tareas peculiares a cambio. ¿Qué estarán dispuestos a hacer para obtener lo que quieren?
El éxito absoluto que tuvo el director Paolo Genovese con Perfetti sconosciuti, tanto en tierras nativas como en el exterior, han propagado el atractivo de su propuesta un tanto teatral sobre el estado actual de las relaciones interpersonales entre un grupo de amistades. En este mismo momento hay una versión sobre tablas en las calles porteñas, hace no mucho vimos en salas la remake española dirigida por Álex de la Iglesia, y ahora el tiempo de adaptar llega a la inversa, siendo Genovese quien se inspira en otro tipo de material para su nueva proposición social. The Place, llamada así como el asequible café que le da lugar a la acción, es una adaptación de la serie americana The Booth at the End, experimento que duró dos temporadas, cada una con cinco episodios de media hora. El cometido del italiano es adaptar esas cinco horas de serie en menos de dos horas de largometraje. ¿Cuál será su resultado?
Es imposible no caer rendido ante la simplicidad moral de la historia y ante la facilidad de ser adaptada en diversos territorios. Un extraño que se sienta siempre en el mismo lugar, en el mismo café, tiene el poder casi omnipotente de cumplir el deseo de una persona a cambio de que este le realice un favor, para lograr su cometido. Dicha tarea está normalmente dictada en función de su deseo, así que si lo que se quiere pedir es algo francamente fuera de órbita, el precio será de un coste similar. Los oportunistas del título en castellano son un conjunto de personas, de diferentes géneros y estratos sociales, que quieren dar una vuelta de página a su vida, mientras que el silencioso Hombre -un correcto Valerio Mastandrea– toma notas en su inmensa libreta e intercede cuando se lo requiere.
Hay una abuelita que quiere a su esposo de vuelta, atacado por el Alzheimer, una joven que quiere ser hermosa, un padre angustiado que lucha contra la leucemia de su único hijo, una monja que necesita reconectarse con Dios, un mecánico que quiere una noche de pasión con una modelo de calendario, un policía que busca atrapar a un elusivo ladrón, un ciego que quiere recuperar la vista, una mujer casada que necesita que la chispa vuelva a su matrimonio, un hijo alejado de su padre, y una mesera demasiado interesada en las idas y venidas alrededor del Hombre. Ellos no lo saben, pero sus vidas están más conectadas de lo que parece, y es el propósito de Genovese y su co-autora Isabella Aguilar el hilar los caminos cruzados de todos.
The Place posee un concepto inusualmente intrigante. De más está decir que la mera existencia de este hombre que puede cumplir deseos parece más una fábula con una figura mefistotélica de por medio -la monja murmurará que no sabe si confiar en él o no, ya que no sabe si es el Diablo encarnado, por si el espectador no lo había pensado ya- pero lo interesante acá son los pedidos a los que se somete el elenco, y lo que ellos reflejan de sus personalidades. Y eso es a lo que se viene, a ver cómo reacciona este puñado de personas y hasta dónde van a llegar con tal de cumplir sus tan ansiados deseos. Es, por desgracia, un acertijo que a veces resuelve con mucha inteligencia, y otras con una bajada de línea demasiado fuerte.
El espectador avezado podrá ir conectando los acertijos narrativos, escondidos tan superficialmente que hacen que la caza de los mismos resulte superflua, con un escenario que nunca ayuda a aumentar el sentido cinematográfico de la propuesta. Y es que la acción está comandada por esas paredes que resultan ser el bar, el resto se construye a través de los relatos de los oportunistas, que a cada momento completan su historia con los problemas que les traiga el cumplimiento de sus deseos. Es una obra de teatro adaptada a la pantalla grande, les guste o no, y la respuesta del público será positiva o negativa en función de este casi subgénero de cine dramático. Genovese hace lo que puede, pero no es ni la mitad de dinámico que con la cena entre perfectos desconocidos de su film anterior, y el abuso de fundidos a negro entre una escena y otra, sumado a la agresiva banda de sonido que socava los momentos dramáticos, hacen que The Place se vuelva repetitiva en menos de media hora, faltando aún dos tercios de película.
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