Tras una catástrofe mundial, un científico atrapado en el Ártico intenta contactar con una tripulación de astronautas para advertirles que no vuelvan a la Tierra.
Cuando George Clooney debutó como director, allá en el lejano 2002 con la muy estimable Confessions of a Dangerous Mind, no fueron pocos los que veían el optimista arranque de una carrera para un cineasta que parecía haber aprendido lo mejor de sus colaboradores más notables, como Steven Soderbergh y su inagotable despliegue de ideas detrás de cámaras, el áspero pero siempre bienvenido humor de los hermanos Joel y Ethan Coen, y la contundencia de David O. Russel. Ahora, tras 18 años de aquella prometedora ópera prima y con más de seis películas en su haber, Clooney vuelve con The Midnight Sky, su primera de ciencia ficción como realizador y el último estreno de peso para Netflix en esta locura a la que llamamos 2020.
El guion concebido por Mark L. Smith -el mismo escritor detrás de The Revenant, con la que la película guarda sutiles similitudes-, que adapta la exitosa novela de Lily Brooks-Dalton, abre con unos primeros compases cargados de melancolía. La Tierra está llegando a su fin y la gente de una remoto observatorio escapa hacia un destino desconocido, excepto por un científico (Clooney) seriamente enfermo que decide pasar sus días finales en la estación con la misión de hacer contacto con la tripulación de un viaje espacial que, como última esperanza de la humanidad, ha estudiado un planeta lejano que podría ser habitable.
Es a partir de aquí que se trazan dos caminos bien definidos: por un lado está el de Clooney, quien se lanza a la aventura para intentar ayudar a una niña -la debutante Caoilinn Springall– que quedó abandonada en la estación y, además, luchar contra sus propios recuerdos. En paralelo, se sigue a los tripulantes de la misión espacial, Sully (Felicity Jones), Adewole (David Oyelowo), Mitchell (Kyle Chandler), Sanchez (Demián Bichir) y Maya (Tiffany Boone), quienes tienen complicaciones para regresar a la Tierra -o lo que queda de ella- tras una falla en el viaje. Ambas historias son tan sencillas como su planteo, la de supervivencia en un ambiente hostil -con secuencia filmada en una verdadera tormenta de nieve incluida- y la de exploración espacial, que es donde Clooney aprovecha sus más de 100 millones de presupuesto para algunas secuencias inspiradas fuertemente en Gravity que deberían verse en la pantalla más grande disponible.
Y es que aunque su trabajo como actor es destacable, pues no han sido tantas las veces donde se puede ver a un Clooney demacrado y que pasa por un infierno en tierra, su trabajo como director no es menor. The Midnight Sky es fácilmente la película más cara de Netflix desde que Michael Bay irrumpió en la plataforma con su explosiva 6 Underground, y el actor devenido en cineasta se encarga de exprimir cada centavo al máximo en todas sus secuencias de impacto. Visualmente se trata de una película que cumple con creces, excepto en algunas ocasiones que el CGI se hace demasiado evidente. El problema viene cuando el espectáculo supera en importancia al argumento gracias a una trama que queda sumamente diluida, una que definitivamente no justifica sus dos largas horas de duración donde todo aspecto se va quedando sin fuerza ya para sus momentos finales.
No es el único problema que deriva de su estructura partida en lo que bien podrían ser dos películas separadas, pues el balance que hay entre ambas queda a favor de la que toma lugar en el espacio solo para que, pese a su excelente elenco, también quede más escueta de lo esperado. El resultado pretende ser sumamente emocional, todas las piezas para serlo están al alcance de Clooney y las escenas más pequeñas, aunque discretas en contenido, están muy bien llevadas, pero no terminan de crear un cierre satisfactorio gracias a sus personajes desdibujados.
Para muchos, The Midnight Sky viene a cubrir esa necesidad anual de ciencia ficción espacial creada por la increíble racha de producciones del tipo a través de los últimos años –Ad Astra, The Martian, Gravity-, pero lamentablemente se queda como una de las incontables películas de Netflix que estarán en el olvido. No es un desastre en los niveles de algunas de sus compañeras de catálogo exclusivo, y de hecho es más que digno recordatorio de lo que Clooney es capaz -y que ojalá logre con un mejor guion- tanto como actor y director, pero se queda como un frío entretenimiento difícil de recomendar para estas épocas festivas.
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