Se trata de un relato intergeneracional cómico y emotivo sobre hermanos adulto sque rivalizan con la larga sombra que su testarudo padre ha arrojado sobre sus vidas. Es la historia de una familia de Nueva York distanciada, que se reúne para la retrospectiva de la carrera de Harold, artista y patriarca del grupo.
Puede parecer una oferta engañosa seducir a los espectadores de Netflix con una nueva producción que reúne a los íconos Ben Stiller y Adam Sandler. Sin embargo, no es un caso de protagonismo. Se trata de una película coral en la cual participan actores gigantes como Emma Thompson y Dustin Hoffman, entre otros. En todo caso, The Meyerowitz Stories es materia aparte que debería destacar a su autor para no generar confusiones o decepciones.
Esta no es la comedia artificiosa de fórmula. Viene de la mano de Noah Baumbach, a quienes algunos relacionaron en sus inicios con el movimiento mumblecore. Ya hace un rato intenta hacer un cine más maduro y comercial. Además, con la ayuda del gigante del streaming, esta vez logra gambetear el yugo de la taquilla y a los propios críticos. Los Meyerowitz son una familia que compila a dos hermanos: Jean (Elizabeth Marvel), tan esquiva como franca, y Danny (Sandler), un cascarrabias con rencores de fracaso a flor de piel. Ambos más cercanos al mundo artístico que alguna vez abrigó a su progenitor, el escultor Harold (Hoffman), un hombre envejecido, un tanto chalado y próximo a la envidia y a la frustración; endurecido en el revés que el tiempo le ha producido en su vida profesional y familiar. A ellos se les une el hermanastro Matthew (Stiller); exitoso hombre mercante, no muy interesado en la autoexpresión artística y alejado de la zona, imantado por la atención a sus negocios y evitando las dudas que le genera su lado afectivo fraternal.
El plan de Harold y su familia es «celebrar» el reconocimiento a través de una exposición de arte. Esto los obliga a un reencuentro desarmónico. Han pasado muchos años y la labor se hace cuesta arriba al sumar todo este grupo de ingredientes. Es entonces cuando salen a flote confidencias y rivalidades. En realidad, los Meyerowitz no están no muy alejados de los Tenenbaums de Wes Anderson; pero son mucho más espontáneos y menos excéntricos. O a la pugna entre los hermanos Savage de Tamara Jenkins, esta vez más camuflada. Solamente hasta que el jarro revienta.
Harold, como buen patriarca, le gusta sentir control y se mueve en el ambiente bohemio. Es un personaje obsesionado con su propia manifestación artística. Crítico a la élite y a sus contrariedades. Es parlanchín y tiene una colección de filmes en VHS. Más de una vez se ve estimulado a relacionar momentos o personalidades del relato con personajes del cine de Kubrick o de Herzog. Su necesidad es el sentido de satisfacción plena, algo que ninguno del clan pareciera saber adquirir.
The Meyerowitz Stories es una orgánica y hermosa película atestada de diálogos y afilada como pocas veces lo ha logrado Baumbach. La historia abraza la superficie de las demás tramas creadas por este novelista/director, en particular hay similitudes con The Squid & the Whale (2005), su primera y única nominación al Óscar como escritor. Esta vez, el humor ácido es quien manda sobre la ternura. Es parte de la trampa.
El cineasta narra sobre carencias, conspiraciones, ego, crisis y disfuncionalidad en las relaciones. Se le hace imposible hablar de una familia feliz. The Meyerowitz Stories es, tal vez, un intento menos convencional que casos como el de While we’re young (2014), su obra más comercial hasta la fecha. La historia es más caricaturesca que otras piezas concebidas por el realizador y amontona algunos méritos para la temporada de premios que se va acercando. Recordemos también los aplausos en el Festival de Cannes que incluyó el paródico reconocimiento alternativo: el Palm Dog Award (para el perro Bruno).
La película exhibe un catálogo minúsculo de apariciones repentinas; tales como Sigourney Weaver interpretándose a sí misma. También figura Adam Driver y hay roles de peso para Judd Hirsch y la bellísima Grace Van Patten. Otro punto a favor es el sublime soundtrack a piano logrado por Randy Newman, entre los mejor de 2017. El impresionante ritmo en el montaje es para prestarle atención. Hay graciosos gags de frases cortadas en pleno diálogo que abandona a las palabras por la mitad; casi como una alegoría misma al trastorno familiar en su propia deficiencia comunicacional. Por alguna razón esto es desopilante. También la película plantea columnas divididas por capítulos, aprovechando así para definir la historia de cada personaje y la relación de estos con el patrimonio artístico de la familia.
Una ejemplar forma narrativa sobre caos, infelicidad y la restauración de lazos. La arraigada búsqueda del equilibrio y la existencia de un hombre complicado e inquieto por conseguir una zona más cómoda en su ser. Es, al final, una película de familia discordante, que roza el ridículo (como no hay pocas); pero tan punzante como emotiva, con esmalte de tragicomedia y una descarga detractora sobre el mundo del arte contemporáneo y la vida dentro -y fuera- de las galerías más prestigiosas. Con bromas lanzadas por Baumbach que se perciben encriptadas para el ojo común, pero más descifrables por los simpatizantes de este ámbito social.
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