Crítica de The Lion King / El rey león

Simba, hijo del rey Mufasa, se prepara para asumir el trono. Su tío Scar planea una treta en su contra. El joven león atravesará una dura experiencia que le servirá para crecer y afrontar su destino como monarca.

Disney vuelve a la carga con una nueva remake live-action, la tercera de las cinco programadas para este 2019. Se trata de uno de sus clásicos más venerados, tanto por la crítica especializada como por el público en general -recordemos que la original recaudó más de 968 millones de dólares-. Hablamos nada menos que de The Lion King (El Rey León). El elegido para ocupar el cargo de director fue Jon Favreau, quien previamente dirigió The Jungle Book (2016). La decisión clave del realizador fue que la nueva versión se mantuviera lo más fiel posible a la obra de origen. Pero lejos de resultar meritorio, esto genera que no aporte nada novedoso, y que se sienta prácticamente como una imitación adornada con efectos visuales de captura en movimiento y realidad virtual.

El despliegue visual es técnicamente impecable. Sin embargo, toda la gracia y el poder cautivador que tenían las animaciones se esfuman. Esto se debe al aspecto fáctico que adquieren las imágenes. Al tratarse de animales reales, ya no es posible que los personajes gesticulen o se muevan casi como humanos, por ende se vuelven más planos y rígidos. El viraje a live-action también le juega en contra a los segmentos musicales. Debido a que la narrativa visual se construye en un registro realista, estas secuencias se tornan extrañas, absurdas y sin encanto.

Más allá de estos aspectos negativos, resulta meritorio que la película conserve la estructura narrativa de su predecesora animada. En un contexto como el actual, en el que se tiende a pensar a las categorías de «bien» y «mal» como vetustas y a la frontera que las divide como un espacio estrecho, revalorizar un estilo de relato más bien clásico, en el que héroes y villanos están claramente diferenciados y enfrentados, no es cosa menor. También se preservan los arquetipos políticos tradicionales como el orden jerárquico, los ritos de iniciación o celebración, y el traspaso de los cargos por herencia. Al mismo tiempo, es igual de rescatable que los temas más sensibles e intensos no hayan sido obviados. Vemos la fragilidad y los temores de Mufasa a pesar de ser un gobernante poderoso, las miserias de Scar al manipular a su sobrino con el objetivo de arrebatarle el cargo, y el peso que tiene para Simba el encuentro con la muerte. Mediante estas continuidades se recuperan las enseñanzas contenidas en la película de Rob Minkoff y Roger Allers, sobre la importancia de afrontar nuestro pasado para aprender de nuestros antiguos errores, pero ante todo para saber quiénes somos y hacia dónde vamos.

Una novedad que presenta el film son los actores de doblaje, con excepción de James Earl Jones que repite en el papel de Mufasa. Quienes más se lucen son sin duda Billy Eichner y Seth Rogen en los roles de Timón y Pumba, respectivamente. Estos asumen la labor de inyectar relajamiento al drama, a través de los magníficos momentos de comedia protagonizados por estos dos marginados que viven sin reglas, angustias o preocupaciones, y lo consiguen sin inconvenientes. También se destacan las interpretaciones de Beyonce como Nala y Florence Kasumba, como Shenzi. Ambas dotan de vigor y potencia a la leona y la hiena, y hacen que sus apariciones adquieran una relevancia mayor. En cuanto a los personajes centrales, tanto J.D. McCrary como Donald Glover, representando a Simba joven y adulto, cumplen dignamente la tarea de reemplazar a Jonathan Taylor Thomas y Matthew Broderick. No ocurre lo mismo con Chiwetel Ejiofor como Scar. Su desempeño se siente inexpresivo, y no le hace justicia a la antológica actuación del gran Jeremy Irons.

Esta nueva versión de El rey león conserva la solidez dramática y argumental. Sin duda es una interesante oportunidad para aproximar a un/a niño/a a temas profundos y a un relato con valiosas moralejas. Asimismo, representa un claro ejemplo de cómo la fidelidad no es un valor en sí mismo a la hora de realizar una adaptación o transposición. A pesar de que haya escenas y diálogos idénticos a los de la original, no llega nunca a generar el mismo impacto emocional. Quizás su cualidad efectista da resultado por el sentimiento rememorativo que despierta en quienes crecimos con las historias de Simba, Mufasa, Nala, Scar, Timón y Pumba. La película confirma el valor narrativo de la obra de referencia y se desenvuelve con virtuosismo en lo visual. Por otro lado, se percibe claramente su falta de aportes, lo que refuerza su carácter conformista y redundante.

 

 

 

 

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Tomás Cardín

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