Tras un espectacular escape de una caravana del FBI, el rey de la droga más buscado se dirige, en un auto especialmente preparado, hacia la frontera. A medida que se acerca hacia su pequeño pueblo, el sheriff Owens deberá asumir la responsabilidad para tratar de detener al narcotraficante.
El 2013 marcará el año en que el cine coreano tome Hollywood por asalto. Más allá de los resultados de taquilla que acaben obteniendo, tres reconocidos cineastas de Corea del Sur harán su desembarco hacia tierras más familiares. Chan-wook Park, director de la trilogía de la venganza, lo hará con Stoker, Joon-hoo Bong (The Host) llegará junto a Snowpiercer, y Jee-woon Kim viene de la mano de The Last Stand, western sorpresa de la temporada que marca además la vuelta de Arnold Schwarzenegger como gran protagonista. La misma supone un notable vehículo cargado de acción con el que el director plasma una vez más en pantalla las ideas y búsquedas dentro del género que ya había puesto en marcha con Joheun-nom, Nabbeun-nom, Isanghan-nom (El bueno, el malo y el raro) algunos años atrás.
Su nueva película tiene el mérito de abrir otra variante -o de recuperarla, si vamos al caso- para las figuras de acción de los \’80 hoy ya entradas en edad, como se espera que en unas semanas lo haga Bullet to the Head. Si las opciones en el cine actual para las estrellas del beefcake eran los refritos directo a DVD o el costado paródico-celebratorio de The Expendables, esta retoma a uno sus principales exponentes y lo pone al frente de una sólida propuesta que nada tiene que envidiarle a las de hace dos o tres décadas.
Kim se toma su tiempo para empezar. Resigna el ritmo salvaje en favor del desarrollo argumental y el crecimiento de sus personajes. Dispone el cuento de dos ciudades en el que individuos con antecedentes y perspectivas totalmente diferentes tuercen sus líneas hasta confluir en el punto de no retorno, donde se celebra la sangre y la balacera sólo termina cuando uno se queda sin cartuchos. Si bien el coreano tiene el pulso como para bancarse sostener el armado de la estructura por más de una hora, es evidente que su construcción se estira más de la cuenta, haciéndose imposible no distinguir entre dos partes bien diferenciadas de una película en la que, sin dudas, se disfruta mucho más la segunda.
El guión de Andrew Knauer y Jeffrey Nachmanoff (The Day After Tomorrow) tiene el buen tino de lograr que los vicios del género no ser perciban como algo negativo y que la solemnidad del sheriff no se sienta. El director, por otro lado, tiene el decoro de evitar que la mención a la edad de Schwarzenegger se haga una constante y, si bien hay humor en el hecho de que tenga 65 años, sortea con gracia los mandatos de la lógica al poner en marcha grandes secuencias de acción que no requieren de juventud para resultar creíbles. Kim utiliza todos los clichés posibles, sus personajes de manual –el latino holgazán, el narco mexicano, el problemático de buen corazón, el comic relief de Johnny Knoxville en paralelo al raro de Kang-ho Song– son el ejemplo perfecto. Sin embargo nada de esto afecta a The Last Stand. Grandes westerns se han hecho a base de lugares comunes.
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