Hal, el caprichoso príncipe y heredero del trono inglés, le dio la espalda a la realeza para vivir entre la gente común. Sin embargo, cuando muere su padre, se ve obligado a convertirse en Enrique V y adoptar la vida de la que intentó huir.
El primer plano de The King, la nueva película de David Michôd, es una fastuosa carta de presentación que, con un simple movimiento de cámara, rescata todo atractivo que la película llega a presentar: una inspirada interpretación principal, una espectacular recreación de la época en que tiene lugar y un espíritu que pretende hacerle justicia a su materia prima, nada más y nada menos que algunos de los pasajes más célebres escritos por William Shakespeare. La importancia de abrir una historia con las palabras adecuadas es casi la misma que yace en concluirla y, sin importar lo que venga por delante, se puede afirmar que la nueva película exclusiva de Netflix -aunque inicialmente la iba a distribuir Warner Bros.-, es una obra con sus intenciones en el lugar correcto, pese a que no siempre está a la altura.
Ver el ascenso de un personaje, especialmente si se trata de uno por el se pueda sentir simpatía, es uno de los mayores placeres que ha ofrecido la narrativa desde sus inicios. Quizás por eso las historias de origen siguen siendo tan populares a día de hoy, pese a que la mayoría sabe recorrer puntos similares y la diferencia entre una y otra puede ser tan sencilla como vaga. Y en The King, la persona que se va elevando hasta llegar a un puesto que no deseaba es el Hal de Timothée Chalamet, un despreocupado príncipe que pasa sus ociosos días lejos de cualquier asunto político. Pero no puede escapar de su destino como el hombre que se sentará en el trono y, tras ser azotado por una tragedia causada por aquello que pretendía ignorar, deberá aceptar su lugar como el Rey Enrique V de Inglaterra.
La historia es bien conocida -y ha sido contada más de una vez-, pero la magia en adaptar la obra del dramaturgo está en darle un giro propio. Akira Kurosawa, por ejemplo, llevó a la mítica Macbeth al Japón Feudal, en tanto que Baz Luhrmann utilizó su recurrente parafernalia visual para llevar a Romeo y Julieta a los ’90. No obstante, la escrita por Joel Edgerton y el mismo Michôd decide mantenerse fiel al material original, excepto por una importante diferencia que termina afectando la fuerza argumental de la misma: simplificar sus diálogos hasta el mínimo, siendo imponente en lo visual pero débil -mas no torpe- en su narración. Puede que Hal esté inmerso en un nuevo mundo de disputas palaciegas, pero estas carecen de la fuerza como para crear intriga, la cual decide hacer acto de aparición hasta que el conflicto ya está avanzado.
Por ese lado se podría decir que la película tarda en arrancar, y es únicamente la magnética interpretación de su protagonista la que mantiene el interés a lo largo de su primer acto. Por fortuna, resulta ser que todo es un alargado crescendo que ya a mitad de sus dos horas veinte de duración suena con la misma magnitud que la notable banda sonora de Nicholas Britell, que presenta las notas adecuadas para anticipar el gran combate que define a The King, uno que es asfixiante, sucio e inevitablemente emocionante. Además, suma enteros que el principal adversario sea un memorable Robert Pattinson, cuya intensidad -y su peculiar acento francés- lo hacen un digno compañero de escena para Chalamet, que está insuperable en un papel que requiere un meditativo crecimiento, y lo vuelve a confirmar como un talento al que prestar atención en cada trabajo que se involucre.
Por su parte, Ben Mendelsohn imprime con soltura su inquietante personalidad en su breve aparición, en tanto que Edgerton cumple con un papel que, pese a que el breve humor caiga totalmente en él, es protagonista de una de las escenas más impactantes en la película. No sale tan bien parada la dirección de Michôd, que decide quedarse en ser meramente funcional durante una buena porción del film, viéndose por momentos tan simple como el mismo libreto, y finalmente limitando a la obra a ser recordada únicamente por su despliegue técnico y no tanto por el inspirado uso de sus recursos. Sin embargo, jamás llega a hundir al producto final y, como hacía el año pasado Outlaw King -la cual su servidor disfrutó tanto como esta-, cumple las expectativas creadas por su mismo desarrollo.
Al final, es complicado ver a The King como una ejemplar adaptación de la obra de Shakespeare, o siquiera como una que perdurará en la memoria colectiva. Pero es una efectiva demostración del talento de todos sus involucrados que, pese a que se les ha visto en mejores circunstancias, están totalmente entregados para hacer la mejor versión posible del proyecto.
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