Crítica de The Hitman’s Bodyguard / Duro de Cuidar

El mejor agente de protección del mundo es convocado para custodiar la vida de su enemigo mortal, uno de los asesinos a sueldo más famosos. Han estado en lados opuestos de una bala por años, pero se ven lanzados juntos a unas 24 horas salvajemente intensas.

La de las buddy movies es una fórmula que funciona hace décadas y la clave está en la química. Cuando se suma a la mezcla el elemento policial surge un proyecto como The Hitman’s Bodyguard, uno de esos tras los pasos de Lethal Weapon, 48 Hours o Kiss Kiss, Bang Bang, una comedia restringida de acción de aquellas que se hacen cada vez menos. Y para que todo ande sobre ruedas es clave la dupla que se elija, algo que se aprueba con creces al poner en el centro a Ryan Reynolds y Samuel L. Jackson, dos insultadores de primera con sus metralletas verbales bien afinadas, que a base de carisma ayudan a ignorar los elementos menos destacados.

Un desaprovechado Gary Oldman –tener a un actor de semejante calibre en el elenco y relegarlo a unas pocas escenas es un desperdicio- es un dictador bielorruso enjuiciado por crímenes de lesa humanidad y el testigo clave es uno de los asesinos a sueldo más famosos del mundo, excusa argumental para eventualmente emparejarlo con uno de los mejores agentes de protección, recientemente caído en desgracia. Patrick Hughes es el director de una película que hace un buen balance entre humor y adrenalina, que no incurre en uno de los cuestionados errores de The Expendables 3 y saca bastante provecho del no ser apta para todo público.

A decir verdad, uno de los principales capitales de esta película es la posibilidad de maldecir en cámara, con lo que si se la despoja de eso pierde la mayoría de sus recursos cómicos. Después de todo, Jackson es el rey del «¡motherfucker!» y nadie es capaz de dispararlos como él, con lo que sería contraproducente tenerlo amordazado en un proyecto de estas características. Las discusiones, los gritos y los insultos pueden volverse repetitivos, pero Duro de Cuidar compensa a base de un ritmo acelerado y cuantiosas secuencias de acción. No basta con que Darius Kincaid y Michael Bryce aseveren ser los mejores en lo suyo, deben demostrarlo con escenas cada vez más hiperbolizadas, con persecuciones de alto octanaje por las calles de Amsterdam e innumerables disparos a la cabeza de cuanto secuaz se cruce en el camino.

Se puede pronosticar mucho de lo que tiene para ofrecer el guión de Tom O’Connor (Fire with Fire) por el solo hecho de ser una buddy movie. Eventualmente se tratará de justificar el accionar del asesino, cuya cuenta personal está arriba de las 200 víctimas, porque así es como dos individuos de trasfondos y personalidades opuestas llegan a forjar una relación de respeto mutuo, y hasta amistad, cuando se ven obligados a trabajar juntos. El tercer acto es explosivo pero también se pone algo más serio, previsible y sentimental, cosa que le quita fuerza a una película que es alocada antes que todo.

 

 

 

 

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Migue Fernández

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